22 05 2025 ALTAREJOS, CAPITAL DE UN ANTIGUO SEXMO MEDIEVAL

 


Altarejos es un pequeño lugar (una villa, en realidad, por usar correctamente el apelativo que le corresponde) en el que se ejemplifican bien los criterios que justifican el concepto de despoblación (la España vacía) sobre el que tanto se habla y sobre el que se hace bien poco para corregir la situación. Y en este asunto no vale hacer apelaciones a la historia, que la de Altarejos es larga y antigua hasta alcanzar los tiempos medievales, en que con ese título se conocía un sexmo, aquella peculiar organización comarcal, entre tributaria y religiosa, con la que se señalaban territorios concretos; la mención nos permite concebir la idea de que este era el lugar más importante y significativo de estos parajes, hoy tan escondidos y, sin embargo, tan merecedores (y necesitados) de ser conocidos.

Se encuentra orientando los caminos hacia el sur de la provincia, para salir de las tierras serranas en busca de las manchegas hasta llegar a ese hermoso lugar en que ejerce su señorío visual el Puente Palmero, sobre el Júcar, lugar de cita para las cabañas ganaderas cuando emprendían la trashumancia, cuya poderosa imagen sigue impresionando. Claro que también hay otra alternativa: seguir la carretera nacional hasta llegar a Mota de Altarejos y desde ahí, por un pequeño tramo asfaltado, alcanzar el objetivo, pero qué le vamos a hacer, yo prefiero la primera ruta que permite internar el ánimo en un paisaje solitario, de feraz vegetación natural, por una encantadora carretera provincial que sosiega las ansias imperiosas de correr y hacerlo todo cuanto antes, como parece que es ya un principio consustancial de la naturaleza humana en estos tiempos. Total, en media hora de camino, más o menos, hemos llegado para sumergirnos en este lugar, surgido durante la repoblación cristiana en la Edad Media y dividido en dos sectores por el paso central del río Altarejos, que se puede cruzar a través de dos puentes de piedra de buena construcción. Junto al río se encuentra la Plaza Mayor, una amplia explanada cuya fachada principal la ocupa el Ayuntamiento, un edificio de moderna construcción; detrás de él se organiza el entramado callejero antiguo, con calles muy interesantes que conservan, en buena medida, el sabor popular. Por cierto: el término municipal se amplió hace unos años con la incorporación de Poveda de la Obispalía, lo que significa más superficie territorial pero poco, muy poco, incremento en el censo demográfico.

El río, que lleva el mismo nombre del pueblo, Altarejos, se encuentra encauzado en todo el tramo urbano, para controlar experiencias pasadas en que inesperadas subidas de caudal provocaban inundaciones en las viviendas próximas. En calles como Higueruelas, Sorda, Covachón, Honda, etc. pueden encontrarse viviendas de estructura tradicional e incluso algún edificio destacado, como el Pósito, un edificio en esquina con un destacado torreón sobre la cubierta.  Otro de ellos, sin embargo, la casa del canónigo Marcos Pérez Cañadas (en la calle del Caño) ha desaparecido al quedar arruinada, si bien sus propietarios han tenido el buen gusto de mantener el escudo señorial en la nueva construcción. Hay una remota e imprecisa noticia de haber tenido algún tipo de fortaleza (seguramente una torre defensiva similar a otras de la zona) de la que aún a mediados del siglo XX quedaban algunos mínimos restos en la calle del Castillo título que justifica la veracidad de este ambiguo dato.

La iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, tiene algún interés, como la ermita de la Virgen de la Torre, situada en las afueras, en un pequeño cerro, mientras que el templo principal se localiza en la parte llana de la población. Hay suficientes datos sobre la construcción del templo, en el siglo XVI e incluso se conoce el nombre del cantero que la trabajó, Juan Gutiérrez de la Oceja, que falleció durante la obra y eso explica que se produjera una interrupción, de manera que la cosa se prolongó hasta 1712, en que el visitador del obispado anota un juicio muy favorable a lo que estaba viendo: “Material admirable por dentro y por fuera, aunque le falta para su correspondencia un gran cuerpo de iglesia, muy costoso”. Esta evolución de los trabajos a través del tiempo se aprecia perfectamente en los diversos elementos y estilos arquitectónicos incorporados para dar forma al conjunto del edificio, de gran amplitud y elegante configuración final, verdaderamente una pieza muy notable en el repertorio de la arquitectura rural.

La fábrica es de sillarejo, con sillares en las esquinas labrados de manera excelente. La portada principal se ubica en el oeste, mediante un arco de medio punto abocinado con decoración de bolas y distribuida en dos cuerpos. Hay otra puerta en el piecero, también mediante arco de medio punto adovelado, sobre la que se alza la espadaña de tres huecos para campanas. En el interior tiene planta de salón, dividida en tres naves y cubierta con bóveda de arista la central y bóvedas de cañón con lunetos las laterales, separadas todas ellas mediante una alineación de columnas cilíndricas con molduras y modillones en los capiteles. La capilla mayor, que se cubre con techo plano, se empezó a construir durante la segunda mitad del siglo XVI, a la que también corresponde el retablo.

Hay un altar dedicado a la Virgen de la Torre, cuya imagen reside habitualmente en la iglesia, de donde se traslada a la ermita para la celebración de las fiestas patronales, en septiembre. Es una figura en que la virgen sostiene al Niño, ambos con frutos en las manos y sobre cuya aparición corre la consabida leyenda que atribuye el hallazgo a un pastor que vio cómo desde el tronco hueco de una sabina salía un resplandor muy vivo; la noticia conmovió a todo el pueblo y se decidió levantar la ermita en el mismo lugar del encuentro. Ello ocurrió, según el relato, allá por el siglo XII, lo que hace suponer que la imagen en cuestión era de estilo románico, aunque de ella no queda noticia ni señal alguna, ya que fue sustituida por otra en época posteriores. La ermita, como ya dije antes, está en lo alto de un pequeño cerro, en las afueras del pueblo al que se accede por una empinada escalera de piedra y desde donde puede contemplarse una amplia visión del ámbito urbano (que queda a los pies) y del paisaje circundante. La entrada está protegida por un airoso tejaroz a un agua.

Avanzaba, ya presurosa, la primera década del siglo XXI cuando un grupo de pueblos olvidados pensaron en la conveniencia de unir sus escasas fuerzas para ver si todos juntos conseguían romper la tendencia socio-económica en que estaban inmersos desde muchos años atrás. Nació así la llamada, quizá pomposamente, Asociación de Amigos de la Tierra, que situó el centro de sus operaciones reivindicativas en Altarejos, proponiendo un ambicioso programa de actuaciones que iban desde la recuperación de la cañada real hasta la rehabilitación de los baños de Valdeganga pasando por la reconstrucción de la iglesia románica de Hortizuela y otras ideas no menos utópicas. El viento se las llevó todas.

 

 

 

 

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