LA POTENTE IMAGEN DE LA IGLESIA DE ALCOHUJATE
Alcohujate
(todavía en alguna ocasión he podido oír a un vecino, de los antiguos, utilizar
la forma arcaica, Alcobujate, que tuvo uso frecuente hasta hace medio siglo)
forma parte de ese encantador repertorio de pueblos conquenses repartidos por
la Alcarria, aspirando los aromas que se desprenden del cercano río Guadiela,
cuando empieza a ser atrapado para dar forma al embalse de Buendía. El pueblo
se encuentra situado en un espacio llano protegido o rodeado por tres cerros,
siendo el Pelao el más característico, con restos de atalaya antigua en su
cima, levantada allí probablemente para ejercer labores de vigilancia. El
monte, que los modernos, más finolis, llaman Cerro Pelado, fue objeto de
excavaciones arqueológicas hace algunos años, con el feliz resultado de haber
encontrado cerámica de la Edad del Bronce y de época árabe y precristiana; en
la segunda campaña se hallaron los restos de la citada atalaya, de probable
origen musulmán, con restos de un algibe y algunas habitaciones cuadradas.
Calculan los investigadores expertos en leer estos restos antiguos que el lugar
pudo ser abandonado hacia el siglo XII, tras las campañas de Alfonso VI, aunque
pudo ser rehabilitado posteriormente, ya por los cristianos, para cumplir los
mismos fines de vigilancia. Todo eso es pasado, leves datos para una hipotética
historia del lugar, que no tiene nada que ver con las preocupaciones de los
tiempos actuales.
El núcleo central del
casco urbano lo articula la Plaza Mayor, en la que se encuentra el
Ayuntamiento, de nueva construcción, pero el viario aparece condicionado por la
travesía de la antigua carretera, convertida en auténtico eje del trazado interior
de las calles, de las que ha desaparecido casi toda la construcción
tradicional, exceptuándose apenas algunos pequeños detalles. Quizá por eso, por
la ausencia de algún otro edificio de referencia, destaca más la poderosa
imagen de la iglesia, considerada por los expertos en arte como uno de los
grandes templos de valor arquitectónico en la comarca alcarreña conquense
aunque, como decía el Catálogo Monumental de la Diócesis de Cuenca, “son más abundantes los destrozos, mutilaciones y
aditamentos”, auténticos desajustes producidos durante
siglos a lo que hubo que añadir un
estrambote esperpéntico contemporáneo, que la mantuvo cerrada al público
durante veinte años, mientras iban y venían los trámites burocráticos, con la
traslación al terreno práctico de temporadas (porcas) en obras y otras (las
más) sin trabajar. Cuando las obras estaban casi terminadas, se produjo un
desencuentro entre la administración pagadora y la empresa contratista, en
reclamación de cantidades. Como no fue posible llegar a un acuerdo el caso pasó
a manos de la justicia y mientras llegaba el momento del pronunciamiento
judicial, la empresa decidió bloquear el acceso al interior, mediante cadenas y
candados, llevándose las llaves; durante ese tiempo, la parroquia tuvo que
utilizar una nave municipal para llevar a cabo los cultos religiosos. Por fin,
en marzo de 2015 se pudo reactivar el proyecto y llegar al final de las obras
de reconstrucción. De esa manera, el 22 de agosto la iglesia pudo volver a
abrir sus puertas, para la celebración del día de la patrona, Santa Tecla, que
fue transportada procesionalmente desde la nave municipal a la recuperada
iglesia, ceremonia que ofició el obispo Yanguas. Ese día yo estuve en
Alcohujate y pude comprar en directo la enorme y satisfactoria emoción con la los
naturales del lugar vieron cómo se volvían a reabrir las puertas de la iglesia,
compartiéndola con otros cientos de hijos del pueblo que volvieron al pueblo
para participar en el acontecimiento
La
iglesia de Alcohujate, dedicada a la Natividad de Nuestra Señora, es obra del
siglo XVI y en su construcción sigue las normas estéticas del Renacimiento. La
sacristía y la torre se añadieron en el siglo siguiente y aún en el XVIII hubo
que hacer trabajos de reparación, por lo que el resultado final recoge
aportaciones de todo ese periodo. Es un edificio de planta rectangular,
construido en mampostería y sillería aparejada en las esquinas. Destaca
especialmente la portada principal, bajo notable arco de triunfo, sobre el que
hay una hornacina y una imagen de santa Bárbara. En el interior el espacio de
la nave se distribuye en tres tramos iguales, dos de ellos cubiertos con
bóvedas de arista, que corresponden a la obra primitiva; el actual presbiterio,
cubierto por cúpula de media naranja rebajada, sobre pechinas, es obra del
siglo XIX, realizada al derribarse parte de la que existía. En una capilla
adosada, de planta cuadrada, cubierta con media naranja se encuentran las
imágenes de los Santos Cristos, que son en realidad un Crucificado y un Ecce
Homo, hallados por un cazador en 1674.
El conjunto de este pueblo alcarreño
se encuentra muy restaurado, con gran cantidad de casas renovadas, quedando muy
pocos restos del urbanismo antiguo. A pesar de la escasa población residente,
el conjunto está bien consolidado. Cerca de la iglesia hay un pequeño jardín y
otro más arriba, en la parte alta del pueblo, que se acuesta sobre la ladera de
un cerro. En las inmediaciones del lugar, junto a la carretera, aparece
señalado un viacrucis en piedras clavadas a ambos lados del camino. En una de las
entradas al pueblo se puede apreciar un pequeño monumento elaborado con
ladrillo y azulejos y dedicado por un lado a los Santos Cristos y por otro a
Santa Tecla.
Como es natural, uno de los grandes
misterios del lugar es intentar adivinar el significado del nombre, Alcohujate,
término tan alejado del habla castellana que su etimología ha dado lugar a las
más extravagantes explicaciones que aquí resumiremos en lo que parece verdad
indiscutible: no existe ninguna explicación semántica ni morfológica para
explicar el significado de Alcohujate. Tenía fama en toda la comarca (y ahora
ya no se si sigue ocurriendo lo mismo) la habilidad repostera de este pueblo,
que para Navidades hacía típicos mantecados, polvorones y almendrados, mientras
que para Semana Santa elaboraban artesanalmente rosquillas de sartén, sombrerillos
y torrijas. También eran peculiares las tortas del pelao, hechas con ocasión de
las fiestas de mayo. Estaría bien que esas costumbres continuaran existiendo,
aunque con la velocidad que llevan los cambios sociales, probablemente ya todo
es distinto.
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