30 01 2025 LAS CARICIAS DEL TRABAQUE EN ALBALATE DE LAS NOGUERAS
Hay pueblos, lugares, que ofrecen una atractiva visión desde la lejanía, como si un desconocido artista dotado de manos prodigiosas lo hubiera diseñado y, mejor aún, construido, de manera que antes de acercarnos a él o incluso de penetrar en su interior, gozamos ya de una excelente perspectiva, como si fuera una postal de las de antes, las que buscábamos en los quioscos de los sitios turísticos para enviar a la familia, cuando aún existía esa costumbre, prácticamente desaparecida ya, salvo para los coleccionistas reincidentes, que los hay. Pues bien, esa es la impresión primera que produce Albalate de las Nogueras, con la espadaña triangular de su iglesia dominando el cerro a cuyos pies se extiende, en forma ordenada, la distribución de calles en orientación casi paralela, por las que el ser humano puede pasear al hilo de amables ensoñaciones mientras siente el remoto latido de quienes en lo antiguo, muy atrás en el tiempo, poblaron estos espacios, como proclama de manera muy explícita, el propio nombre del lugar, al-balat, el camino.
Rodeando
el espolón que ocupa el casco urbano se encuentra el río Trabaque, que viene de
Arcos de la Sierra atravesando peñascos, acariciando molinos hidráulicos y
dando forma a una arriscada hoz que no tiene tanta fama como otras bien
conocidas pero que es, desde luego, un paisaje fastuoso que cuando llega a
Albalate se transforma en un rincón tan encantador como hay pocos entre los
muchos parajes dignos de mérito que ofrece la Alcarria de Cuenca. Lo marca un
viejo puente medieval, el del Nogueral, probablemente, uno de los puentes más
hermosos que se puede encontrar haciendo los caminos de esta provincia; es una
excelente obra anónima de ingeniería, formada por dos ojos diferentes, de arco
de medio punto, con peralte en los arranques y ligeramente apuntado en la
clave. Además de su valor individualizado, se encuentra en un paraje de enorme
belleza e interés, con abundante población de sauces, chopos y álamos, junto a
la ermita-cementerio de San Sebastián y la fuente de
El camino continúa luego bordeando
las antiguas cuevas de vino, bastante bien conservadas en general y así podemos
entrar en el caserío urbano, mientras el río continúa su camino hacia
Villaconejos del Trabaque, formando bellísimos cultivos de mimbre, de
cromatismo variado según las épocas del año y en cuyas riberas sobreviven las
ruinas de algunos de los molinos que por aquí supieron captar la fuerza motriz
del agua.
El
atractivo entramado urbano de Albalate de las Nogueras, formado por calles
estrechas, de profundo sabor medieval que la moderna construcción no ha podido
alterar por completo, se corona con una pieza delicada y bellísima, la iglesia, siempre observadora desde la cumbre del
cerro, mostrando a los alrededores, con orgullo, su bella espadaña románica de
tres huecos bajo la que abre su mirada vertical una encantadora ventana gótica,
pues a ambos estilos medievales se debe la primitiva definición arquitectónica
del edificio. Hasta ella se llega con facilidad, sin mucho esfuerzo, siguiendo pausadamente
el ritmo ascendente que marcan las calles, orientadas de forma longitudinal
para quedar adosadas a la superficie del promontorio en cuyo segmento más alto
espera la plaza, donde reposan el templo, el Ayuntamiento y algunas buenas
casonas que han podido sobrevivir a la evolución de los tiempos.
Tuvo
el pueblo, como casi todos, un pasado remoto que se pierde en las oscuras
noches de los tiempos y que aparece recogido en el paraje de Bombarrá, en el
que hay señales de un posible castro céltico, ruinas romanas y restos de
edificaciones de la época musulmana. El yacimiento se encuentra situado en la
parte superior de la entrada a la hoz del río Trabaque, en lo alto de un cerro
de difícil acceso, cubierto de vegetación de monte bajo y no ha sido
investigado de manera concienzuda. Quizá lo sea en algún momento próximo, en
estos tiempos tan proclives a la investigación arqueológica.
De
sus orígenes, la iglesia conserva las dos portadas, además de los elementos
citados, la espadaña y la ventana bajo ella pero luego fue adaptada bajo
inspiración renacentista y barroca, hasta dar con el resultado actual, sin que
desentonen los diversos elementos integrados con armoniosa improvisación, como
si las manos que intervinieron en ella a
lo largo de los siglos para dar la forma definitiva al edificio fueran
conscientes de su responsabilidad para mantener íntegra la belleza y el
equilibrio como principios inspiradores que nunca deberían alterarse. Y si
queremos aplicar esa afirmación a un elemento concreto, veamos la cornisa de
canecillos que corre por todo el perímetro bajo la cubierta, un prodigio de
minuciosidad y artificio, combinando alternativamente motivos vegetales con
cabecitas de animales. El resultado de todo ese proceso es la consideración
admirable que suscita la visión de este hermoso y equilibrado templo, tan
sencillo como todo lo medieval, tan elegante como todo lo renacentista, tan
sugerente e imaginativo como lo barroco.
Tuvo
Albalate de las Nogueras en tiempos no muy antiguos el sueño de convertirse en
un pueblo-libro, a semejanza de algunos otros de ese carácter que hay en
lugares de España. Urueña, en Valladolid, es el modelo primero y el mejor
conocido. Por desgracia, aquí el proyecto no prosperó (de hecho, me parece que
ya ha sido olvidado por completo), y eso que el lugar tiene algunos mimbres que
podrían haber servido como urdimbre para enhebrar la idea, porque aquí vivió y
murió Pilar de Cavia (apellido de respetable prosapia en el mundo del
periodismo), poetisa y articulista y aquí también vivió Mayda Antelo, otra
mujer progresista, dinamizadora de la vida cultural en el pueblo, cuyo nombre
ostenta la biblioteca pública y es un hermoso reconocimiento. A lo mejor todavía
no es definitivamente tarde para recuperar aquella benemérita idea, que no solo
de cuestiones materiales deben vivir los pueblos (y los seres humanos).
En
el interior del pueblo está la pequeña ermita de San Antón y en las afueras, en
lo alto de un cerro de no muy cómodo acceso, la de Santa Quiteria, una
construcción de carácter popular, sin especiales méritos artísticos, pero con
uno de indudable valor: desde ese punto se contempla un inmenso paisaje, el de
la Alcarria de Cuenca que aquí se despliega amplia y generosamente, dando lugar
a un espectáculo maravilloso, de cromatismo variado, entre grisáceo y
anaranjado, cubierto de suaves colinas de mínima vegetación entre la que ocupan
protagonismo el mimbre y los olivos. Es una visión amplia y generosa, digno
punto final a la visita.
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