16 01 2025 ALARCÓN DE LAS ALTAS TORRES
Debemos a Ángel Dotor, un singular cronista viajero de mediados del siglo XX, la invención literaria del título que encabeza estas líneas y que siempre me ha parecido muy sugerente y expresivo, porque sintetiza, en pocas palabras, el carácter definitorio de la villa de Alarcón, en la que hay numerosos elementos de interés, como detallaré luego, pero siempre he considerado como el más singular el que tiene que ver con la estructura amurallada del recinto y, sobre todo, con la presencia de sus torres, un equipamiento urbanístico que no tiene parangón en ningún otro lugar de la provincia.
Para llegar al núcleo que forma la
población es preciso atravesar tres líneas amuralladas, a través de otras
tantas puertas, todas ellas protegidas por las correspondientes torres alzadas
sobre montículos inmediatos. Fuera del recinto, en el campo exterior, aún
existen otros elementos defensivos, a los que se une la protección natural
ofrecida por el encañonado río Júcar y los fosos que ayudaban a aislar el espacio
urbano. A Alarcón solo se puede llegar por una pequeña carretera que se
desprende de la antigua N-III (Madrid-Valencia) lo que proporciona un mayor
encanto a esta aproximación, lejos del farragoso discurrir de las autovías.
Aquí todo es íntimo y cercano, con el añadido de que se puede disfrutar más y
mejor de la progresiva visión de este hermoso panorama, un atrevido montículo
bordeado por completo por el río y sobre el que se alza el antiguo castillo de
origen árabe, convertido hoy en un coqueto parador nacional de turismo.
En la llegada a Alarcón, lo primero
que se encuentra es la tercera línea amurallada, la más exterior de todas, en
la que se abre la Puerta del Campo, formada por un arco de medio punto
adovelado con un escudo en la parte superior y orientada
en dirección
a la torre avanzada del mismo nombre, que se encuentra en sus inmediaciones. Tras cruzar esta puerta el camino
sigue una línea descendente hasta alcanzar la segunda línea amurallada, situada
en el borde inferior del castillo y muere junto a
Superado este sector se llega a la
primera línea, la más interior y la mejor conservada; se origina en el propio
castillo, del que se desprende en forma de V, cubriendo por completo el pueblo
y bordeando los farallones rocosos que dan al Júcar; en este sector se
conservan algunos elementos árabes y otros medievales, con
Al norte del recinto está la Puerta
del Río, de Tébar o del Henchidero, para comunicar con el puente y torre del
Cañavate. Y al sur está la Puerta de las Moreras, de Chinchilla o del Picazo, enlazando
con el puente que tiene los mismos nombres. Fuera del recinto amurallado, en
campo abierto, hacia el norte se alza, solitaria, la torre de los Alarconcillos,
que ofrece una imagen ciertamente espectacular.
Dentro del espacio amurallado está
el pueblo, la pequeña y hermosa villa de Alarcón, felizmente salvada,
recuperada por completo del nivel ruinoso que había alcanzado a mediados del
siglo XX en lo que yo creo que ha sido una restauración verdaderamente modélica.
El casco
urbano consolidado en la actualidad tiene su origen en la remodelación
urbanística llevada a cabo por el marqués de Villena en el siglo XV; tiene
forma almendrada, con el castillo en el extremo más avanzado y rodeado en su
práctica totalidad por el río Júcar, que forma un meandro abrazando el
promontorio en que se levanta la villa. Tomando como eje de arranque la
fortaleza, nacen tres calles paralelas que enlazan el castillo con la Plaza Mayor;
a su vez, otras calles cortan en perpendicular a las principales, enriqueciendo
el bello trazado de la villa que, aunque reconstruida y reformada, es capaz de
suscitar la imaginación por su apariencia medieval.
En
todo este juego desempeña un papel de gran importancia
El extremo donde está la Plaza Mayor se comunica con el
otro, el castillo, mediante tres calles paralelas. La del Doctor Agustín
Tortosa es la central y, por decirlo en forma simple, la más importante, con la
fachada principal de la iglesia de Santa María, una auténtica maravilla
renacentista; a su izquierda (si nos orientamos desde la plaza al castillo),
esto es, al N, pasa la del Capitán Julio Poveda, bordeando la iglesia de Santo
Domingo, a la que hace años se aplicó una restauración ciertamente discutible y
en la que se puede ver la noble fachada de la Casa Castañeda, convertida en
museo personal por el artista ruso Miguel Ourvantzoff (un curioso personaje al
que Cuenca debería prestarle más atención) y dejando entre esas dos calles la
fábrica completa de Santa María; a la derecha, o sea, al S de las anteriores,
la calle de Álvaro de Lara. Hay una cuarta calle, la que sirve de acceso único
a la villa, a través de las puertas de sus murallas y bordeando el castillo,
con el nombre de
Alarcón tuvo cinco parroquias, las cuatro aquí citadas y la de Santiago, que fue demolida a comienzos del siglo XX. Esta abundancia de iglesias parroquiales se explica no por la población residente, que nunca fue numerosa, sino por la considerable extensión del término municipal, dividido en cuatro colaciones, cada una con su propia iglesia, más el territorio adscrito a la orden de Santiago.
El paseo por Alarcón es, en verdad,
estimulante y reparador, digno de hacerse con parsimonia, apreciando los muchos
detalles que ofrece el que bien se puede considerar como el lugar más poético y
ensoñador de cuantos se reparten por el territorio provincial.
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