22 08 2024 LAS FIESTAS QUE CADA CUAL CUENTA SEGÚN LE VAN

 

Dice la sabiduría popular, esa que no necesita notas a pies de página, cada cual habla de la fiesta (o feria) según le ha ido en ella. La frase tiene algunas variantes locales pero más o menos todas coinciden en lo mismo, esto es, la importancia de contar con la experiencia propia para valorar el desarrollo de cualquier asunto. Y eso, aplicado directamente a las fiestas que están a punto de empezar, ofrece algunos elementos para la meditación. La extemporánea celebración de San Julián, en un mes de agosto tan alejado de la fecha real que le corresponde (lo saben todos: en enero) ha hecho que, de siempre, estos festejos hayan estado dotados de un toque de artificiosidad, de impostura, que se ha querido vestir con argumentos más o menos felices finalmente asumidos por todos porque, a fin de cuentas, lo que importa es tener el pretexto necesario para la diversión y el jolgorio, plan en el que el pobre patrón de la ciudad importa poco, por no decir nada, porque salvo la rutinaria misa catedralicia nada más hay en el programa oficial que recuerde su figura o su personalidad.

            Como han explicado y comentado sobradamente, con razones de peso, no pocos analistas de los comportamientos sociales colectivos, los festejos y celebraciones lúdicos tienen unos componentes de enorme importancia, tanto para el desahogo personal como para la articulación de los grupos humanos que en ese tipo de actividades encuentran suficientes estímulos con los que alcanzar satisfacciones propias a la vez que obtener el necesario engranaje para asumir las obligaciones cotidianas una vez superado el periodo de catarsis que representan las fiestas. Y ahí es donde entra, precisamente, lo dicho al comienzo, porque cada cual interpreta la celebración de un modo diferente, según sus propias circunstancias. De hecho, un cierto número de miembros del cuerpo social aprovecha la oportunidad para abandonar el territorio y marchar a otro sitio en el que no tener que sufrir las molestias derivadas de la fiesta, a la vez que otros, no se si muchos o pocos, realizarán el camino contrario y aprovechan estos días para volver a su lugar natal o de infancia, atraídos quizá por la nostalgia o por la rutina.

            Todo ello está sujeto a cambios derivados especialmente de la evolución cronológica. Parece bastante claro que unas fiestas como las que hoy mismo empiezan en Cuenca tienen una clara orientación infantil y aún se mantiene, quizá en disminución, en la edad juvenil, para ir decayendo progresivamente y terminar por ser de total desinterés para la mayor parte de los adultos. Naturalmente, hay matices, en un sentido o en otro, porque en asuntos como este no se pueden aplicar afirmaciones categóricas y ahí es donde, precisamente, resulta de aplicación lo dicho al comienzo: cada cual opinará según le vaya o según el grado de satisfacción que pueda encontrar en la oferta que se nos va a ofrecer en los próximos días. Imagino, por ejemplo, que los aficionados taurinos estarán encantados de la vida, porque dentro de mi ignorancia sobre esta materia, me atrevo a opinar que la oferta es por lo menos interesante, a falta de que toros y toreros actúen debidamente pero la presencia de esos carteles, en una ciudad que el resto del año ha decidido eliminar por completo tales festejos, es por lo menos y en teoría una propuesta meritoria.

            Lo contrario se puede decir sobre otra cuestión que sí me interesa y de la que algo se. Me parece verdaderamente deprimente la pobreza de la propuesta cultural contenida en el programa de estas fiestas patronales. Y soy generoso usando el término pobreza, porque en realidad es menos aún, miseria total, inexistencia absoluta. Quienes tenemos ya alguna edad y bastante experiencia recordamos que hace años uno de los platos fuertes de las fiestas era la programación de Festivales de España, con actuaciones extraordinarias, en teatro, música, danza y zarzuela, en el modesto escenario montado en el parque de San Julián, a la vez que se celebraban exposiciones de arte y artesanía con unos contenidos verdaderamente valiosos. Eran actos que dinamizaban la vida de la ciudad y dotaban el programa festivo de una dignidad que tenemos derecho a recordar y reivindicar. Y cuando surgió el Teatro-Auditorio, hubo buen cuidado de que en estos días hubiera igualmente una programación digna, con entidad suficiente para que el repertorio de las fiestas pudiera presentar algo más que tiovivos, el teatro de Manolita Chen o chiringuitos donde zampar pinchos morunos. Y además, como fin de fiestas, esperábamos con toda la ilusión del mundo la llegada del último día, para celebrar alegremente la traca final y los fuegos artificiales, cosas tan inocentes y divertidas que uno, desde el desconcierto en que ya vivo inmerso, no consigue comprender por qué han desaparecido del programa.

            El cartel anunciador de este año presenta la figura de una mujer, seguramente joven, vestida con el traje tradicional, ese que ya nadie viste en Cuenca (sí en los pueblos) y que no figura nunca en las ceremonias colectivas que aquí se celebran. Es cosa curiosa, ciertamente, muy curiosa. Probablemente la mayor parte de los jóvenes conquenses actuales incluso desconoce que existe un traje regional, como en todas partes, solo que en los demás sitios se usa y aquí no. Ya sabemos que Cuenca es diferente. Menos mal que en esta corriente iconoclasta en que estamos inmersos parece que aún no ha llegado la hora de que desaparezcan los Gigantes y Cabezudos, aunque me temo alguna mala trastada, porque están incluidos para el desfile inaugural de hoy, pero no se mencionan en el resto de los días. No quiero ni pensar que también hayan decidido suprimirlos porque ahí sí que me van a dar un disgusto. Y es que, ya saben, cada cuál cuenta la feria según le va y para mí el plato fuerte de lo que va quedando son los Gigantes y Cabezudos. Si después de suprimir reinas y damas, espectáculos culturales y artísticos, tracas y fuegos artificiales, dianas musicales floreadas también eliminan este bonito desfile mañanero habrá llegado el momento de preocuparse de verdad por la evolución de estas presuntas fiestas patronales.

 

 

 

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