21 03 2024 NUEVA IMAGEN DE LA PORTADA DE LA POSADA DE SAN JOSÉ

 


Hay siempre, en todos los niveles, una especie de pugna de criterios en cuanto tiene que ver con el cuidado y conservación de los elementos artísticos, en especial los arquitectónicos, cuando sobre ellos cae el implacable castigo del tiempo con su secuela de deterioros, más o menos visibles y dañinos. Eso explica que de manera continua nos lleguen noticias acerca de intervenciones restauradoras que, por ejemplo, en lo referido a obras de arte ha producido excelentes resultados, como podemos comprobar de manera directa dando un paseo por las naves de la catedral de Cuenca, donde en pocos años se ha conseguido una recuperación verdaderamente espectacular, sin olvidar otras muchas iglesias de la provincia con resultados similares.

      La intervención en edificaciones es más complicada, sujeta a circunstancias técnicas de más compleja solución y eso explica que materias tan delicadas como la portada plateresca de la iglesia de la Virgen de la Luz se encuentre sometida a un proceso de deterioro que parece difícil detener y algo parecido nos salpicó hace unos meses al surgir noticias también preocupantes sobre algunos problemas de esa naturaleza aparecidos en el Arco de Jamete. Como es natural, un artículo como éste no puede entrar a fondo a analizar y menos aún proponer remedios a una temática que exige muchas consideraciones. Por eso, porque es un asunto muy complicado, quiero poner la mirada y la palabra en un caso que desde hace unos días ofrece a la contemplación de todos un eficaz resultado, de los que reconforta. Los andamios que cubrían la fachada de la Posada de San José han sido retirados y tras ellos podemos ver ahora el resultado de una restauración que, a mi entender, se ha solucionado de manera muy satisfactoria y que nos permite tener a la vista un excelente ejemplo arquitectónico cuyo deterioro se ha detenido para devolver a este admirable rincón del casco histórico de Cuenca el encanto ambiental que le corresponde.

      Probablemente casi todo el mundo conoce los datos esenciales de este inmueble pero quizá no venga mal recordarlos. Nos encontramos ante una notable edificación del siglo XVII, cuya estructura es un fiel reflejo de las características constructivas propias de Cuenca, y en especial de esa admirable forma en que las casas se adaptan a la naturaleza, a la roca en la que se apoyan. Fue propiedad de la familia Martínez del Mazo, uno de cuyos miembros, Juan Bautista, fue yerno de Velázquez, a quien sucedió como pintor de cámara en la corte, circunstancia familiar que abre la posibilidad, nunca demostrada, de que el genio velazqueño pudiera haber residido en algún momento en el edificio. Cuando la familia se trasladó a Madrid, la casa fue adquirida por la diócesis, que la destinó a varias finalidades. Una de ellas, la más destacada, sin duda, la de Colegio de Infantes de Coro -o seises-, con la que llegó hasta mediados del siglo XX. La fundación de tal institución se debió al canónigo arcipreste, Diego Mazo de la Vega, quien creó este colegio para la formación intelectual y musical de doce niños que, a cambio, debían prestar sus servicios en los actos litúrgicos como coro selecto de voces blancas. En el Colegio se daba enseñanza de Gramática y Música a este grupo de niños que, a cambio de la formación, estaban obligados a proporcionar sus voces para las ceremonias litúrgicas del templo catedralicio, en la época de esplendor de esta institución. Los niños eran becarios por completo y su ingreso iba precedido de un riguroso examen en el que se valoraban sus aptitudes musicales, permaneciendo en el colegio un tiempo máximo de cinco años (que se podía reducir si perdían la voz). 

      El centro, que inició su actividad el 17 de marzo de 1668, conoció sus mejores momentos durante los siglos XVIII y XIX, bajo la dirección de notables maestros de capilla como Nebra, Morera y Aranaz, permaneciendo existente hasta mediados el siglo XX, en que los niños cantores fueron trasladados al seminario donde permanecieron activos hasta 1960 aproximadamente, en que el coro fue definitivamente cancelado.

      Suprimida de la estructura catedralicia la Escuela de Canto el Colegio fue puesto en venta y adquirido por Fidel García Berlanga (uno de esos sujetos extraordinarios sobre el que esta ciudad mantiene pendiente una deuda de reconocimiento), quien, ya con el nombre de Posada, lo transformó, con proyecto y planos de Eduardo Torallas, en un lugar de acogida, reunión y debate para características figuras de la intelectualidad y el arte. El repertorio de personalidades alojadas en la Posada, a partir de su apertura en 1954, es impresionante, desde César González Ruano a Ava Gardner o Ernest Hemingway. Sin embargo y pese a su extraordinaria belleza, las instalaciones hoteleras quedaron fuera de las exigencias propias de una cultura turística más refinada. En 1983, su propietario la arrendó y, previa la realización de obras de adaptación, fue abierto de nuevo por Jennifer Morter y Antonio Cortina, sus actuales propietarios, que le dieron el extraordinario impulso que ha convertido a la Posada en un lugar verdaderamente exquisito en el ámbito de la hostelería.

     Es un amplio caserón palaciego, desprovisto de cualquier detalle lujoso, salvo la noble portada, aunque en su interior se conservan restos de viguería islámica y medieval. Es de estilo herreriano, adaptado perfectamente tanto a la angosta calle en que se encuentra como a la amplitud escénica de la Hoz del Huécar a la que da toda su trasera. El edificio tiene siete plantas, cinco de las cuales son descendentes, acopladas a la roca de la Hoz del Huécar. La fachada principal, en la Ronda de Julián Romero, tiene como elemento más destacado su elegante portada ahora restaurada, formada por dos cuerpos; se ordena a partir de dos pilastras toscanas cerradas por un dintel que alberga la puerta principal sobre la que se levanta en la parte superior un nicho con frontón partido y decoración de bolas, flanquea por el escudo del fundador de la institución colegial y en el centro una hornacina con una imagen muy primitiva de San José

      La distribución de las habitaciones es completamente anárquica, como corresponde a una edificación fiel a la complejidad arquitectónica conquense, en la que abundan los pasillos retorcidos, las grandes vigas de madera de época medieval, excelentes ejemplares de rejería, suelo de brillante ladrillo rojo, etc., amén de las espléndidas vistas sobre la Hoz del Huécar, justo frente al recodo que forma San Pablo. Pero de las maravillas interiores de la Posada no diré nada. Basta ahora y aquí con mirar la deliciosa y recuperada portada, un excelente ejemplo de restauración arquitectónica del que podemos disfrutar todos los paseantes de la Ronda.

 

 

 

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