21 03 2024 NUEVA IMAGEN DE LA PORTADA DE LA POSADA DE SAN JOSÉ
Hay siempre, en todos los niveles, una especie de pugna de criterios en cuanto tiene que ver con el cuidado y conservación de los elementos artísticos, en especial los arquitectónicos, cuando sobre ellos cae el implacable castigo del tiempo con su secuela de deterioros, más o menos visibles y dañinos. Eso explica que de manera continua nos lleguen noticias acerca de intervenciones restauradoras que, por ejemplo, en lo referido a obras de arte ha producido excelentes resultados, como podemos comprobar de manera directa dando un paseo por las naves de la catedral de Cuenca, donde en pocos años se ha conseguido una recuperación verdaderamente espectacular, sin olvidar otras muchas iglesias de la provincia con resultados similares.
La intervención en edificaciones es más
complicada, sujeta a circunstancias técnicas de más compleja solución y eso
explica que materias tan delicadas como la portada plateresca de la iglesia de
la Virgen de la Luz se encuentre sometida a un proceso de deterioro que parece
difícil detener y algo parecido nos salpicó hace unos meses al surgir noticias
también preocupantes sobre algunos problemas de esa naturaleza aparecidos en el
Arco de Jamete. Como es natural, un artículo como éste no puede entrar a fondo
a analizar y menos aún proponer remedios a una temática que exige muchas
consideraciones. Por eso, porque es un asunto muy complicado, quiero poner la
mirada y la palabra en un caso que desde hace unos días ofrece a la
contemplación de todos un eficaz resultado, de los que reconforta. Los andamios
que cubrían la fachada de la Posada de San José han sido retirados y tras ellos
podemos ver ahora el resultado de una restauración que, a mi entender, se ha
solucionado de manera muy satisfactoria y que nos permite tener a la vista un
excelente ejemplo arquitectónico cuyo deterioro se ha detenido para devolver a
este admirable rincón del casco histórico de Cuenca el encanto ambiental que le
corresponde.
Probablemente casi todo el mundo conoce
los datos esenciales de este inmueble pero quizá no venga mal recordarlos. Nos
encontramos ante una notable edificación del siglo XVII, cuya estructura es un
fiel reflejo de las
características constructivas propias de Cuenca, y en especial de esa admirable
forma en que las casas se adaptan a la naturaleza, a la roca en la que se
apoyan. Fue propiedad de
El centro, que inició su actividad el 17
de marzo de 1668, conoció sus mejores momentos durante los siglos XVIII y XIX,
bajo la dirección de notables maestros de capilla como Nebra, Morera y Aranaz,
permaneciendo existente hasta mediados el siglo XX, en que los niños cantores
fueron trasladados al seminario donde permanecieron activos hasta 1960
aproximadamente, en que el coro fue definitivamente cancelado.
Suprimida de la estructura catedralicia
la Escuela de Canto el Colegio fue puesto en venta y adquirido por Fidel García
Berlanga (uno de esos sujetos extraordinarios sobre el que esta ciudad mantiene
pendiente una deuda de reconocimiento), quien, ya con el nombre de Posada, lo
transformó, con proyecto y planos de Eduardo Torallas, en un lugar de acogida,
reunión y debate para características figuras de la intelectualidad y el arte.
El repertorio de personalidades alojadas en
Es un amplio caserón palaciego, desprovisto de cualquier detalle lujoso,
salvo la noble portada, aunque en su interior se conservan restos de viguería
islámica y medieval. Es de estilo herreriano, adaptado perfectamente tanto a la
angosta calle en que se encuentra como a la amplitud escénica de la Hoz del
Huécar a la que da toda su trasera. El edificio tiene siete plantas, cinco de
las cuales son descendentes, acopladas a la roca de la Hoz del Huécar. La
fachada principal, en la Ronda de Julián Romero, tiene como elemento más
destacado su elegante portada ahora restaurada, formada por dos cuerpos; se
ordena a partir de dos pilastras toscanas cerradas por un dintel que alberga la
puerta principal sobre la que se levanta en la parte superior un nicho con
frontón partido y decoración de bolas, flanquea por el escudo del fundador de
la institución colegial y en el centro una hornacina con una imagen muy
primitiva de San José
La distribución de las habitaciones es
completamente anárquica, como corresponde a una edificación fiel a la
complejidad arquitectónica conquense, en la que abundan los pasillos
retorcidos, las grandes vigas de madera de época medieval, excelentes ejemplares
de rejería, suelo de brillante ladrillo rojo, etc., amén de las espléndidas
vistas sobre la Hoz del Huécar, justo frente al recodo que forma San Pablo.
Pero de las maravillas interiores de la Posada no diré nada. Basta ahora y aquí
con mirar la deliciosa y recuperada portada, un excelente ejemplo de
restauración arquitectónica del que podemos disfrutar todos los paseantes de la
Ronda.
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