06 07 2023 DE LA PLAZA PORTICADA A UNA COLECCIÓN DE CARAS

 


El tiempo climático en que nos encontramos inmersos desde hace unos días, esto es, el verano, resulta una época propicia para dejarnos llevar por esa tendencia natural en el ser humano que consiste en viajar, descubrir nuevos lugares (o volver a los que ya se conocen), romper la rutina diaria, abandonar por unos días el trabajo (y, quizá, también la servidumbre familiar), descubrir espacios y lugares cuyos nombres pudieron quedar anotados en algún momento porque hubo algo que nos hizo desviar la atención hacia ellos. Viajar es siempre una experiencia apasionante, desde luego, muy recomendable. Y si no se puede viajar físicamente siempre queda la posibilidad de hacerlo a través de la palabra o de la imagen.

       Me propongo, en estos meses de verano, dedicar este artículo semanal a contar algunas cosas sobre lugares que conozco y en los que he encontrado una satisfacción repetida. No hace falta acudir a espacios exóticos, ni emprender costosos vuelos siderales o sumergirnos en recintos marcados por la magia o el misterio. Esto es mucho más sencillo: basta con mirar alrededor, echar un vistazo al mapa provincial y marcar con el dedo unos cuantos puntos, repartidos acá o allá para encontrar esas referencias a las que se puede llegar mediante un cómodo viaje de apenas unos minutos o una hora. Conocer un poco más nuestra extensa provincia y poner una mirada atenta en algunos de esos lugares es un propósito que, me parece, puede ofrecer resultados estimulantes.

       Empezamos la ruta y pongo el índice, al azar, en Buendía, una espléndida villa de origen medieval, sede del condado del mismo nombre, situado hoy al borde del embalse que también se llama de Buendía y que enlaza con los de Entrepeñas y Bolarque, que se pueden ver a ambos lados de la carretera que por aquí lleva hasta Guadalajara.

        El conjunto urbano ofrece un trazado muy interesante, pese a la introducción de mecanismos correctores que han venido a distorsionar en buena medida lo que pudo haberse conservado con mayor integridad, incluidos los pocos fragmentos de muralla que han podido sobrevivir y que apenas si nos sirven para imaginar cómo pudo haber sido todo el conjunto, cuando estuvo fortificado en época medieval e incluso llegó a tener un castillo. Pero si estos elementos prácticamente no existen o están muy menguados, sí se conserva la excelente Plaza Mayor articulada a partir de dos solemnes edificios enfrentados, el Ayuntamiento y la iglesia parroquial, con un sector porticado mediante arcos de medio punto y un excelente empedrado formando la solería del espacio, lo que ofrece un aspecto muy atractivo además de valioso desde el punto de vista urbanístico. Aspectos que se completan con el edificio que fue Pósito y que ha sido habilitado para acoger un singular Museo de Carros, con ejemplares de sumo valor, que merece la pena visitar y curiosear.

       La enorme estructura de la iglesia de La Asunción, con fachada principal herreriana, llama poderosamente la atención. Comenzó a construirse a comienzos del siglo XVI, recogiendo todavía los últimos retazos del estilo gótico, aunque ya en esa época empezaban a recibirse influencias de las nuevas modas que venían del resto de Europa, singularmente de Italia, y que encontrarán su reflejo en buena parte de las obras de construcción. En esos momentos, Buendía era ya una villa de estructura social muy sólida, que contaba con la protección de la familia Acuña, que en sus diversas ramas había encontrado asentamiento en estas tierras alcarreñas, desde la conflictiva Edad Media. De hecho, en esa nueva iglesia que estaba en construcción se habilitó una capilla con las estatuas orantes de Lope Vázquez de Acuña y su mujer, Teresa Carrillo, condes de Buendía. Como se puede comprobar fácilmente, es una edificación ciertamente voluminosa, que ofrece un aspecto de sobria solemnidad y que vino a sustituir a la anterior, que debía ser de estructura románica, seguramente, aunque nada de ella se mantuvo en la nueva construcción, un edificio de grandes proporciones estructurales, apoyada en una fábrica de sólida sillería, lo que contribuye a dar esa impresión de poderío arquitectónico, que se completa con la presencia a un costado de la torre, ciertamente impresionante por la fortaleza que representa, distribuida en cuatro cuerpos de considerable importancia estética y visual.

      La portada principal es de una época posterior, primera mitad del siglo XVII. Orientada al norte, da a la plaza y es de un clasicismo frío, de inspiración herreriana, sentimiento al que contribuye la pérdida total de las imágenes que debieron estar situadas en las hornacinas.  En el interior ofrece una amplísima planta de salón organizada en tres naves separadas por ocho columnas y remate en cabecera recta, cubiertas por una bóveda de crucería estrellada. La iglesia tuvo un retablo renacentista que, deducen los técnicos, debió ser magnífico por las referencias que han llegado hasta nosotros. Pero si esa obra se ha perdido entre los desastres propios de los tiempos pasados, la parroquia conserva una auténtica joya de la orfebrería española, la custodia realizada por Francisco Becerril a mediados del siglo XVI, una de las que han podido sobrevivir de este platero conquense.


        Cerca de la villa se encuentra el embalse, apto para la celebración de deportes náuticos, aunque la realidad ha traído la frustración de unos sueños turísticos evaporados. En sus inmediaciones hay un paraje natural de excepcional belleza, al que sólo se puede llegar a pie: la ermita de Nuestra Señora de los Desamparados, encaramada sobre la sierra de Altomira y lugar de peregrinación y romería para toda la comarca alcarreña. En el paseo hasta allí se puede contemplar una curiosa exposición de caras labradas en la roca y es, desde luego, una experiencia muy estimulante, que se puede recorrer con toda comodidad a través de un sendero bien señalizado. El resultado es una colección de singulares esculturas, la mayor de unos tres metros y medio de altura (y tres años de trabajo) que dan forma a un sorprendente paseo de unos cuatro kilómetros de recorrido en los que se van encontrando las 22 esculturas en piedra que reproducen la Moneda de la Vida, La Monja, Beethoven, El Chamán, Duendes, Muerte, La Dama del Pantano, La Cruz del Temple, la Virgen de la Flor de Lis, La Virgen de las Caras, Krishna, Cruz Templaria, etc. que forman un ambiente entre místico y rupestre, envuelto en pinares frondosos; de esa manera, el misterio animado por la soledad y el sonido del viento forman un espacio de singular atractivo que invita a la ensoñación.

 

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