27 10 2022 UN OTOÑAL JARDÍN ROMÁNTCO JUNTO A LA ALAMEDA
Los seres humanos tenemos derecho a sentir y mostrar preferencias por un sitio u otro (también hacia las personas), en ocasiones fundándonos en motivos objetivos y en otros sin ellos, sencillamente porque sí. A mí me pasa con el parque de Santa Ana, que muchos conquenses aún llaman coloquialmente El Vivero, a pesar de que ya no sobrevive nada del que fue un espléndido campo de experimentación de cultivos agrícolas y menos aún de la que también podemos imaginar esplendorosa alameda que durante siglos dio nombre al camino que desde el centro de la ciudad llevaba hasta la ribera del Júcar y las huertas aledañas, con sus correspondientes casas. En el parque de Santa Ana actual, mínimo fragmento de lo que fue, encuentro un espacio de sosiego, una elegante y generosa ordenación arbórea, un ámbito por donde circulan leves toques de melancolía y en el que siempre hay algún tranquilo viandante, generalmente hombre, que busca la sombra de un banco para dejar pasar el tiempo, por lo común consultando el móvil, entretenimiento que ha sustituido a la antigua costumbre de leer un libro. A la entrada, hay dos grandes fuentes ornamentales, que hace mucho dejaron de manar agua y ofrecen su silenciosa presencia en muda demanda de que algún amistoso concejal le devuelva el fluido acuoso que antaño tuvo. Otra fuente hubo, la histórica pila bautismal procedente de la iglesia de Santa María, felizmente rescatada cuando estaba ya al borde de la destrucción total y hoy, superviviente de desmanes, descansa plácidamente a la entrada del Museo de Cuenca.
Retrocediendo en el tiempo podemos
alcanzar hasta comienzos del siglo XVII, cuando llegan a Cuenca los carmelitas
y el obispo Andrés Pacheco les cede un terreno propio para implantar su
monasterio, extramuros de la ciudad, que contaba con una dotación de casas,
huertas y corrales, y que Pedro Miguel Ibáñez nos ayuda a localizar con
precisión “en el ángulo de contacto de la calle Escultor Jamete con la avenida
de San Julián. Una casa superviviente de los asimismo extintos Viveros Forestales
(casa del Ingeniero) puede servir como hito orientativo del solar carmelitano”. Cuando en el siglo siguiente los
carmelitas se trasladaron al interior de la ciudad, quedó en pie la iglesia del
convento, transformada en ermita dedicada al Santo Ángel de la Guarda, que en
1860 Muñoz y Soliva, la cita ya en pasado. La parcela fue incluida en el
proceso desamortizador y adquirida por Lucas Aguirre y así formaría parte, más
tarde, de los terrenos adjudicados al Vivero Forestal, en que el Estado se proponía
constituir tres secciones de arboricultura, selvicultura y ensayo de especies
exóticas con objeto de obtener plantones para plantaciones aisladas, lineales y
de ribera; plantas para repoblaciones genuinamente forestales, y obtención de
plantas cuya introducción fuera interesante en el país.
A aquel amplísimo espacio natural iban
los conquenses hace un siglo en busca de esparcimiento, como nos cuenta un
ejemplar de 1911 del semanario El Mundo: "Las
gentes, ataviadas con sus emperejilados trajes festivales, disfrutaban del
frescor riquísimo del Júcar, y en una de las huertas que circundan la Alameda,
multitud de muchachas situadas en toscos bancos aguardaban impacientes el
preludio de una pieza que entonara el pianillo”, sin que en la crónica falte el
apunte picante porque, como es cosa natural, el ambiente era propicio para que
las jóvenes parejas pudieran “dar rienda suelta al tumultuoso torrente de sus
pasiones” y que cada cual imagine cómo se podían hacer tales cosas.
El campo de experimentación, o sea, el
Vivero, se evaporó tranquilamente, como tantas otras cosas de las que se
anuncian en Cuenca y así emprendió su transformación en parque urbano. En 1934,
siendo alcalde Alfredo García Ramos, el Ayuntamiento encargó la preparación de
un recreo infantil y en los meses de verano de ese año ya estaba funcionando la
instalación, preparada con piscina, fuente, columpios y bancos, además de una
caseta para biblioteca. En el Vivero se acondicionó, hacia los años 60, el
primer campo de baloncesto, aparte el que había en el Instituto. Luego comenzó la segregación –o usurpación- de
fragmentos para destinarlos a los más disparatados fines: primero fue el
colegio de Santa Ana, luego el servicio de Bomberos, mercadillo, recinto
ferial, viales de la Ronda oeste, rotonda de Escultor Jamete, una inútil pista
infantil de Tráfico y otros usos de interés social hasta dejar el parque
reducido a lo que ahora vemos y ojalá nadie necesite ya más fragmentos para
poner cualquiera sabe qué cosa.
Pese a todo ello
podemos decir que nos encontramos ante el jardín más romántico de los que
existen en Cuenca, una auténtica maravilla, con una elegante distribución de
zonas florales y arboladas, organizadas mediante paseos de trazado regular que
invitan a la estancia sosegada, la lectura amable o el juego infantil. Aunque
maltratado de manera sistemática por las bandas de jovenzuelos siempre
dispuestos a hacer daño, esta delicada obra de la jardinería consigue
sobrevivir como un símbolo de inteligente cultura en el seno de una sociedad
poco cariñosa hacia el mundo vegetal.
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