14 07 2022 MÚSICA Y PALABRAS EN EL PATRIMONIO EDIFICADO
Si las piedras hablaran, ¿qué nos dirían, desde una sabiduría acumulada durante siglos? Las piedras son, aparentemente, materias insensibles, inertes, carentes de sentimientos, sin vida propia y, por tanto, incapaces de tomar decisiones por sí mismas, maleables por las manos humanas que las pueden fragmentar, pulir, cortar, pegar, cercenar, amontonar o cualquiera de los otros muchos verbos aplicables al tipo de faenas variadas que se pueden desarrollar con ellas. Hablo, en este caso, naturalmente, de piedras nobles, pulidas, hábilmente estructuradas, no solo de los sencillos y humildes cantos rodados que sirven para menesteres prosaicos. Estas piedras, que he visto, pisado y admirado en docenas de ocasiones están llamadas a cobrar ahora una nueva vida, que no les surge de su interior inanimado, sino de las aportaciones que les llegan del exterior, en forma de seres humanos que acuden, al parecer masivamente, atraídos por incitaciones envueltas en música y que, de esta forma, establecen un dilatado arco temporal que enlaza con los orígenes, cuando mentes sensibles y manos habilidosas dieron forma utilitaria a estos edificios cuya supervivencia a lo largo de veinte siglos nos produce una impresión maravillada.
No hace mucho, transitando por esta carretera, una de las personas que
compartía el habitáculo del coche, al oír mi comentario sobre las bellezas de
Segóbriga señaló, quizá inocentemente, que no había estado nunca allí, que
desconocía la verdadera naturaleza del sitio que en esos momentos estábamos
contemplando desde la lejanía. Me pregunto cómo es posible que haya alguien,
habitante de la provincia de Cuenca, que no haya estado jamás en Segóbriga y me
respondo a mí mismo en sentido afirmativo, por más que me resulte sorprendente
y quizá, añado prolongando el pensamiento, habrá también otros muchos que
desconozcan igualmente otras de las maravillas repartidas por esta ancha
provincia porque, me digo, quizá en muchos espíritus hay un principio
reduccionista que anima a ir repetidamente a los mismos lugares y no querer
descubrir otros nuevos, quien sabe por qué clase de prejuicios.
La propuesta que la Diputación Provincial ha empezado a desarrollar con
la llegada del verano, vinculando patrimonio y espectáculo, en una interesante
iniciativa llamada a fomentar el turismo interior, puede servir eficazmente
para diluir o amainar ese desconocimiento tan extendido y, por el contrario,
contribuir al conocimiento colectivo. Segóbriga es uno de los mejores ejemplos
que se pueden esgrimir en este panorama. Hay en ese lugar una historia breve
pera apasionante, porque el tiempo de esplendor de aquella ciudad
hispano-romana no fue muy dilatado. Era una pequeña y anónima aldea cuando una
buena localización en la red de calzadas junto con el desarrollo de la
explotación de las minas de lapis especularis situadas en su entorno, la hizo
prosperar y crecer, de manera que durante el imperio de Augusto se desarrolló
todo el espectacular urbanismo que hoy podemos contemplar, aunque la moderna
visión sea la de unas bellísimas ruinas que, sin embargo, no tienen por qué
estar muertas, no tienen por qué servir únicamente para ser vistas o
fotografiadas.
El teatro, el anfiteatro, las termas, el foro, los enterramientos, todo
anima a dejar que la imaginación campe libremente por estos senderos hábilmente
trazados en el espacio físico que ocupó aquella ciudad cuyo recuerdo invitar a
soñar y recrear momentos que uno quisiera creer fueron placenteros, sin guerras
ni miserias que vinieran a enturbiar el ánimo. Debieron ser un par de siglos
brillantes y felices, a los que siguieron la destrucción, el abandono y, lo que
es peor, la pérdida de la memoria colectiva, hasta olvidarse el rastro y casi
desaparecer, ilocalizada, como si nunca hubiera existido. El relato de los
pasos dados por los investigadores, ya en época moderna, a partir del siglo
XVIII, con el impulso decidido de los caballeros santiaguistas apostados en
Uclés para intuir primero que esas ruinas eran la antigua Segóbriga y elaborar
después el pausado recorrido de su recuperación es una de las más apasionantes
historias que se nos ofrece a quienes ahora contemplamos el resultado de
aquellos trabajos. Faltaba este programa cultural que aprovecha tanto la
estructura física segobricense como las de otros puntos de la geografía
provincial, marcados por el interés de sus monumentos y de esa forma iglesias,
conventos, ermitas, palacios o plazas salen de su inmovilidad física, arquitectónica,
para recibir el impacto visual y sonoro que les proporcione una vida nueva, una
utilidad asequible a las necesidades contemporáneas. Nos encontramos ante una
circunstancia diferente que solo tiene un peligro: que sea flor de un día y,
tras este primer impacto, se diluya, como tantas otras cosas, en nada.
Aprovechar el patrimonio edificado para llevar a nuestros pueblos y villas un
soplo de palabras, de versos, de música y que podamos disfrutar de ello, es un
proyecto que merece continuidad e incluso ampliación para transformar la
provincia toda en un magnífico escenario patrimonial.
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