12 05 2022 UNA DISPUTA TERRITORIAL A LA SOMBRA DEL TAJO
Aunque todo el mundo habla de cordialidad y buenas maneras, pase lo que pase en el conflicto de límites territoriales planteado entre Cuenca y Albarracín, la verdad es que estas relaciones han tenido siempre un punto conflictivo. Basta echar un vistazo a las crónicas medievales para encontrar de manera repetida violentas incursiones realizadas por gentes venidas de Albarracín haciendo fechorías variadas por los montes y pueblos de la Sierra de Cuenca, con un resultado ciertamente curioso, por no decir estrambótico: en una de esas incursiones se apoderaron del pueblo de Huélamo y así, por las buenas, lo incorporaron al obispado de Albarracín, en el que ha permanecido hasta mediados del siglo XX, y solo decisiones superiores de ámbito eclesiástico pudieron devolver la parroquia de ese bonito pueblo a su ámbito natural, el de la diócesis de Cuenca.
Y, sin
embargo, estamos en el mismo barco, el de la España despoblada y vacía que
busca mecanismos para sobrevivir con algo de bienestar. Esto, que parece cosa
moderna, muy actual, tiene raíces más profundas. Hay que retroceder nada menos
que a 1974 para encontrar el momento en que se dio forma administrativa y legal
a un ente denominado Mancomunidad Turística del Alto Tajo, con la benemérita
intención de organizar y explotar las posibilidades de esa maravillosa zona
natural haciéndola atractiva para los visitantes. La empresa fue promovida por
las Diputaciones de Cuenca, Guadalajara y Teruel y se concretó visualmente en
la erección de un gran monumento al Padre Tajo, situado en el paraje de Fuente
García, a escasos metros de donde nace el pequeño borbotón de agua que, andando
kilómetros, llegará a ser el río más largo de España, hasta introducir sus
aguas en el Atlántico. El monumento, obra de José Gonzalvo, está formado por
una gran escultura que simboliza el Tajo y, a su lado, tres figuras menores,
una por cada provincia: un caballero por Guadalajara, el cáliz y la estrella
por Cuenca, un torico por Teruel. No hace falta insistir (sin duda que todo el
mundo lo imagina) que el proyecto de la Mancomunidad se evaporó tan suavemente
como nació, en espera de que otros momentos, más sensatos y creativos, lo
puedan recuperar y activarlo, porque las posibilidades turísticas del paraje
siguen siendo las mismas, o sea, magníficas.
Ese es
un proyecto en el que Cuenca y Albarracín deberían estar trabajando de acuerdo
para avanzar en algo positivo. Estamos hablando de dos ciudades de muy parecida
configuración urbanística, como serranas que son, plantadas en el mismo ámbito
natural de los Montes Universales, en el corazón de la Cordillera Ibérica.
Recorrer las calles de ambas ofrece impresiones estéticas similares, con la
diferencia, quizá, de la que la ciudad turolense ofrece un aspecto impoluto, de
calles muy limpias y aseadas, sin infames pintadas que estropeen fachadas de
noble y elegante apariencia. Pasear por esas calles es una experiencia muy
agradable. Hasta tal punto están relacionadas que formaron las dos primeras
etapas del viaje de bodas de los Príncipes Felipe y Letizia. Como se sabe,
vinieron a Cuenca donde pasaron su primera noche y al día siguiente continuaron
camino hacia Albarracín. Miren si hay cosas y detalles que nos unen. En cambio,
lo que tenemos ahora entre manos es una disputa territorial que, según los turolenses,
tiene raíces históricas. Se equivocan y exageran. Entre 1177 y 1833 nadie
planteó ninguna duda: el monte Veguillas de Tajo, número 126 del Catálogo,
forma parte de la donación que hizo Alfonso VIII a la ciudad de Cuenca, cuyos
límites se pusieron de manera tajante, en un punto muy concreto: el río Tajo,
que en este punto sirve para marcar la línea entre Castilla y Aragón.
Los
problemas de interpretación y de propiedad surgen a mediados del siglo XIX,
como consecuencia directa del desbarajuste provocado por las Desamortizaciones.
Como a río revuelto todo son ganancias de pescadores de lo ajeno, las gentes de
Albarracín empezaron a usar y aprovechar ese monte, hasta llegar a considerarlo
como cosa propia. Es una técnica modernamente conocida como okupación, que se aplica con cierta
fortuna en viviendas, chalets, almacenes y, como se ve ahora, en todo un monte
público, de manera tal que al cabo del tiempo, los okupas están convencidos de que son realmente los dueños del predio
invadido. Para que esta técnica pueda prosperar hace falta que los okupados actúen con cierto descuido y en
este caso me temo que el Ayuntamiento de Cuenca no ha sido lo diligente que
cabría esperar. La ausencia de una auténtica guardería forestal, bien equipada
con argumentos legales y elementos disuasorios, como fueron los Caballeros de
la Sierra o Aguisados a Caballo, que en la Edad Media vigilaban y defendían los
montes municipales, ha permitido que la osadía invasiva de las gentes de
Albarracín haya podido llegar hasta aquí. Se han ido apoderando del monte y
ahora están convencidos de que es suyo.
Mientras
escribo este artículo tengo a mi lado la hoja 565-III del Mapa Topográfico
Nacional en el que se refleja con sumo detalle la zona de la Sierra de
Valdeminguete donde se ubican La Mogorrita y el monte Veguillas de Tajo.
Cortando el mapa a su mitad, en dirección diagonal, destaca con limpieza la
línea del río Tajo y, sobre ella, el límite entre los dos municipios, las dos
provincias y la dos Comunidades Autónomas. En los técnicos que ahora son
sucesores de quienes trazaron ese mapa recae la responsabilidad de mantener la
línea que se fijó en el siglo XII o alterarla para satisfacer las demandas de
Albarracín. Como suele ocurrir siempre en todos los arbitrajes, sean de fútbol
o de geografía, alguien debe quedar descontento. Pero no hay ningún motivo para
dudar de que el trabajo y su informe van a ser honestos y objetivos.
No creo
que la sangre llegue al río (ni falta que hace: con lo de Putin y Ucrania ya
tenemos bastante), pero sí me parecería más positivo, como dije antes, que las
fuerzas conjuntas de este territorio se movilizaran para buscar acuerdos,
estímulos e inversiones que traigan hasta aquí trabajo, riqueza y visitantes.
Más o menos es lo que debe estar pensando el Padre Tajo mientras contempla,
entre divertido y espantado, la disputa que se dirime a sus pies.
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