22 04 2021 UNA DELICADA OBRA EN HIERRO EMBELLECE LA HOZ
Todavía, en algunas ocasiones, quizá al hilo de un artículo o comentario, o puede que en uno de esos mensajes que van volando por las redes etéreas, a alguien se le escapa una frase cargada de añoranza hacia el magnífico puente de piedra que en hora aciaga fue preciso volar para poner fin a su agónica ruina. La nostalgia es un sentimiento humano, muy humano; por ello mismo, natural e incluso necesario para confirmar nuestra naturaleza espiritual que, como se dice tantas veces, nos diferencia de los animales. Solo que la nostalgia no debería empañar otros elementos, tales como la objetividad, el razonamiento y el sentido común. O, como dijo en oportuna ocasión Rabindranath Tagore, "Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas". Que es, sencillamente, lo que pasa cuando la imaginación se deja llevar por el señuelo del que fue pétreo puente de piedra, el de San Pablo, cerrando los ojos para no ver que en su lugar hay ahora una auténtica maravilla técnica y estética, solo que utilizando el hierro como material básico. Sin embargo, y es justo reconocerlo así, cada vez son más frecuentes los comentarios que reconocen la belleza de este encantador pasadizo metálico, convertido ya por sus propios méritos en uno de los símbolos más claramente identificadores de Cuenca.
El puente de hierro ha cumplido más de cien años (a pesar
de lo cual, los responsables de Patrimonio aún no se han decidido a concederle
la declaración de Bien de Interés Cultural, que tiene bien merecida). El puente
de piedra fue demolido en 1895 y de inmediato el obispo Sangüesa inició las
gestiones para buscar una alternativa ya que, como se sabe, necesitaba poner en
comunicación directa todas las instalaciones eclesiásticas, puesto que el
seminario de San Pablo había quedado aislado del otro seminario, el conciliar,
y de la catedral. Es curioso señalar que, desde el comienzo, las gestiones se
orientaron hacia un puente de hierro, imagino que por cuestiones vinculadas al
tiempo y a la economía, pues sin duda intentar rehacer uno de piedra hubiera
sido una operación mucho más complicada. Hay que retroceder mentalmente a
aquella época, comienzos del siglo XX para intentar acomodarnos a lo que
entonces era una moda, que resultaría pasajera, pero que conoció un par de
décadas de esplendor.
Hasta entonces, el hierro había sido considerado como
material secundario en las obras de ingeniería y arquitectura, pero a mediados
del siglo XIX ese papel fue subiendo de categoría en Inglaterra y de allí se
expandió al continente, con una utilización cada vez más frecuente que alcanzó
su momento culminante cuando Gustave Eiffel levantó en París una torre espectacular
que debía servir como símbolo de la Exposición Universal de 1889, a cuyo
término tendría que ser derruida, pero cuando llegó la hora tal cosa ya no era
posible, teniendo en cuenta la popularidad alcanzada por la hermosa estructura
de hierro. A la vez, en otros lugares de Europa, surgían iniciativas parecidas.
En España, por ejemplo, el puente colgante de Bilbao, que entre Las Arenas y
Portugalete sirve para cruzar la ría.
El obispo Sangüesa lo tenía claro. Contrató a un
ingeniero valenciano, José María Fuster, para que hiciera el proyecto de puente
y a un constructor inglés, George H. Bartle, para que se encargara de
suministrar el hierro y llevar a cabo la obra. Ellos no lo sabían, o quizá sí
lo pensaban, pero con esa obra audaz y original, Cuenca entraba directamente en
la modernidad, incorporándose a la arquitectura del hierro. El 19 de abril de
1903 (el lunes hizo 108 años), la sociedad conquense fue convocada para
celebrar la inauguración; por la mañana, bendición solemne a cargo del cardenal
Sancha, primado de las Españas; a continuación, misa solemne en la iglesia de
San Pablo; por la tarde, en el mismo lugar, una velada literario-musical,
también en el recuperado noble edificio tan espectacularmente situado en la Hoz
del Huécar.
El puente de hierro de San Pablo es una maravilla técnica
y estética, una frágil estructura que parece sobrevolar en el espacio, con
leves, casi invisibles anclajes en los riscos que le sirven de soporte. Ligero
como el aire, transparente en la luminosa claridad de la hoz, admirable en su
diáfana disposición que nos permite contemplar sin ocultarlo el siempre
sorprendente espectáculo de la ciudad de Cuenca, desplegada al fondo del
paisaje. Nadie debería tener dudas de que con el puente de hierro de San Pablo
esta ciudad recibió un espléndido regalo que conviene disfrutar en todo su
esplendor.
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