18 02 2021 CUANDO CUENCA EMPEZÓ A SER MODERNA
En Europa estaban viviendo los felices años 20, en cuyos brazos se lanzaron todos tan pronto sonaron las alegres campanas que proclamaban el final de la I Guerra Mundial, tan terrible que, pensaron (incautos), nunca más podría ocurrir algo tan espantoso. En Cuenca no había habido guerra, pero sí crisis, como en todas partes, pero también esa década venía marcada por el carácter que podría calificarse como el de una ciudad alegre y confiada. Con muchos problemas, desde luego, pero por entonces, hace ahora cien años, surgía en el horizonte una perspectiva totalmente diferente. Un ente, llamado modernidad, estaba llamando a las puertas.
Detrás habían quedado ya los siglos en
que Cuenca era une urbe arracimada, amontonada, sobre las estrechas callejas y
plazuelas de su casco original, ese que hoy llamamos antiguo. Hacía décadas que
había comenzado la huida de ese ámbito para desparramarse por la llanura,
prolongándose las viviendas hacia la zona de levante y el sur, que ofrecía
mejor clima y más adecuadas condiciones para una existencia cómoda. Pero había
un problema considerable: entre el límite donde acababa la ciudad primitiva, el
Huécar y la parte que empezaba a ser nueva se extendía una considerable
superficie de terreno ocupado por huertas. Conviene no aplicar aquí ideas
utópicas sobre el ecologismo y la belleza de la naturaleza y la bondad de los
productos naturales. Aquel era un espacio infecto, insalubre y pestilente, como
narran bien los documentos y periódicos de la época. Lo decía el arquitecto
Rafael Alfaro, al diseñar en 1885 el primer plan para urbanizar esos terrenos,
recogiendo el eco derivado de la terrorífica epidemia de cólera recién
terminada. La higiene, como bien público y privado, comenzaba a figurar en el
primer lugar de las preocupaciones sociales y colectivas
El 14 de enero de 1893 comienza la
historia de un asunto complejísimo, cuyo desarrollo habrá de ocupar las
preocupaciones municipales (y ciudadanas) durante más de un cuarto de siglo.
Ese día, el Ayuntamiento, reunido en sesión ordinaria, acuerda encargar al
arquitecto que presente un proyecto o plan general de urbanización y arreglo de
calles de la parte comprendida entre los límites de la margen derecha del
Huécar e izquierda del Júcar, es decir, lo que se conocerá coloquialmente como
la urbanización de las huertas de la albuera, que ocupaban lo que hoy es el
centro de la ciudad. Con el propósito de
construir una plaza con jardines, otra para un mercado y ordenar de manera
razonable la parte baja de la población, el Ayuntamiento de Cuenca inició en
1907 un expediente de expropiación de las huertas,
con la intención de aplicar el tercero de los planes que se habían elaborado.
Se expropiaron 24 fincas pertenecientes a 16 propietarios, lo que dio lugar al
larguísimo procedimiento que es habitual en estos casos.
Aún deberán seguir
pasando años hasta llegar a 1921 en que por fin se subasta la construcción del
Banco de España. Antes se había hecho con el edificio de Correos, pero la obra
fue una chapuza desde el primer día y hubo que derribarlo sin que entrara en
servicio. En el espacio central ya estaba definido el parque de San Julián
(entonces de Canalejas). Hace ahora cien años comenzaba a tomar forma el centro
moderno de Cuenca, articulado mediante una serie de edificios, que en principio
iban a ser todos de carácter público, situados de una manera regular en torno
al jardín. No se puede fijar un día concreto, como ocurre con los seres humanos,
que sí conocemos el día y la hora en que venimos a este mundo, pero sí sabemos
que hace cien años empezaba a tomar forma una ciudad moderna, que intentaba
recoger en el trazado de sus calles, en la estructura de las nuevas
edificaciones e incluso en las costumbres el espíritu de modernidad que estaba
marcando el ánimo de los felices veinte que con tanto desparpajo se había
señoreado de la vieja Europa. Cumplir cien años podría ser una buena
oportunidad para hacer algún tipo de festejo institucional, si el tiempo y la
pandemia lo permiten.
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