03 10 2020 LA IMAGEN MELANCÓLICA DE LOS BAÑOS DE VALDEGANGA
Al lado de la carretera, envueltos por un tupido follaje vegetal que apenas permite vislumbrar la construcción, dormitan, o más bien, agonizan los que fueron prestigiosos baños de Valdeganga. Desde los vehículos que transitan por esa carretera, que aquí hace un arriesgado juego de curvas y contracurvas, apenas si alguien dirige una mirada distraída hacia esas ruinas que, probablemente, la mayoría de los viajeros desconoce a qué tipo de instalación corresponde. No es mi caso. Siento por ese lugar una inevitable atracción que me lleva a detenerme casi siempre que paso por allí, bajar del coche y dar una vuelta por el contorno de la edificación, que fotografío una y otra vez, actualizando el estado de la imparable ruina y del incontenible avance de la vegetación que se va apoderando de todo.
Me aficioné a ese sitio durante el
rodaje de Peppermint frappé. Yo era
entonces un joven periodista que empezaba a desenvolverme en el oficio y esa
era la primera ocasión que tenía de vivir de cerca y en directo, el trabajo en
una película, conocer y hablar con su director e intérpretes y calibrar en
cierta manera la complejidad de un trabajo tan apasionante. Por entonces (1967)
los baños de Valdeganga ya habían sido abandonado pero aún se mantenían en pie
mientras sus dependencias interiores iban acumulando las inevitables señales
derivadas del abandono.
Cerca, el Júcar sí mantiene
inalterable su curso y a corta distancia se ubican los dos manantiales que
abastecían los baños. El agua mana a una temperatura de entre 23 y 25 grados,
tiene ligero sabor agrio, con predominio de magnesio y desprenden burbujas de
ácido carbónico que salen a la superficie. Se trata de aguas recomendables para
los problemas del reuma, erupciones cutáneas y la matriz femenina. En la
primera mitad del siglo XX, tenía una casa‑hospedería que permitía el
alojamiento de los enfermos que acudían a tomar las aguas, que habían
conseguido un rápido prestigio social desde que fueron declaradas de utilidad
pública en 1867. Un director médico estaba al frente de la instalación y hasta
la mitad del siglo XX el balneario fue uno de los destinos preferidos de la
clase social más elevada. Sus aguas y los servicios que allí se dispensaban
eran reconocidos en todo el país como una solución a los problemas de reuma o
de artrosis, pero poco a poco se fue abandonando, deteriorando y quedando en el
olvido.
El edificio actual, una sombra del fue
en sus momentos de esplendor, fue construido hacia 1920 y tenía tres plantas,
aunque la zona ya registraba actividad turística desde bastante tiempo antes y eran
muchos los turistas que se detenían a relajarse y a descansar, en un ámbito
verdaderamente paradisíaco, un hermoso valle con innumerables árboles de toda
clase y junto al margen izquierdo del río Júcar, donde se podía “respirar aires
cargados de sabina, romero, silva, tomillo, enebro con ricos aromas de
encinares y jazmines deliciosos”, como decía un folleto publicado en sus
últimos años de vida.
Todo eso fue y ya no es y casi podría
decirse que ha sido un proceso incomprensible, porque como sabe cualquiera, el
mundo de los balnearios vive un periodo de esplendor en toda España, donde hay
docenas de instalaciones que tienen una utilización permanente y con notable
éxito. No es este el caso sobre el que hubo, en efecto, un intento de
recuperación hace unos años, frustrado en los inicios por falta de
financiación. Los vecinos de los pueblos cercanos de Valdeganga, La Parra de
las Vegas, San Lorenzo de la Parrilla o Mota de Altarejos creyeron poder
rehabilitar la zona para devolverle su esplendor y reconvertir el edificio en
un destino turístico que diera empleo y que revitalizara la economía de los
pueblos cercanos. Fue un sueño y, como ocurre en tales casos, se evaporó sin
dejar más rastro que el de la nostalgia melancólica que envuelve la decadente
ruina de los baños de Valdeganga.
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