02 05 2020 NOSTALGIA DEL MAR PERDIDO Y ESPERADO
Nostalgia del mar perdido y esperado
Son incontables las pérdidas,
frustraciones o amarguras que la sorprendente epidemia que cayó sobre nosotros
a primeros de año, sin que nadie fuera capaz de predecir sus terribles consecuencias
ni, lógicamente, acertara a implementar medidas de protección cuando aún era
posible hacerlo con algunas garantías; en ese catálogo de ausencias se anotan,
en primer lugar, las de los seres humanos, familiares, cercanos o conocidos,
cuya sustitución no es posible en manera alguna. Ahora, que el paternal
gobierno que nos rige se muestra dispuesto a relajar las severas medidas que se
nos impuso, llega la hora de hacer planes para un futuro que, siendo inmediato,
próximo, ya mismo, en este mes que empieza, está tan envuelto en vaguedades
inconcretas que resulta difícil hacer algo que a los seres humanos nos encanta:
previsiones para el porvenir.
Cada cual se está haciendo ya las
cuentas de lo que puede hacer en cuanto nos dejen salir a la calle en libertad
vigilada y limitada. Hay gustos para todo, como ha sido siempre en la viña de
un Señor que se ha desentendido por completo de su cuidado, dejándonos
abandonados a los caprichos de un insignificante virus. Son tantos los aspectos
a que atender que la imaginación no da abasto y todos ellos vinculados a
actividades lúdicas, sociales, de las que precisan la compañía de otros seres
humanos, la proximidad de otras voces, otros contactos físicos, incluso la
algarabía del apelotonamiento en un espacio reducido. Estar, por ejemplo, en la
barra de un bar en la que se agolpan los demandantes de una caña, y los que
están en primera fila van pasando los vasos o copas, de mano en mano, hasta que
llegan a los que están detrás y a continuación idéntico recorrido para los
platillos con los aperitivos; o estar en un restaurante pequeño, acogedor,
amable, en el que los comensales están espalda con espalda; o en un cine o
teatro, teniendo al lado mismo la compañía cercana de quien comparte con uno
mismo la experiencia colectiva. Por no hablar del placer de estar apretujados
en un estadio, sea para un encuentro deportivo o para un concierto de
masas.Todo eso va a cambiar, no podemos predecir si de una manera definitiva o
solo durante unos meses, los necesarios para que los científicos maltratados
por una sociedad injusta que nunca pone en sus manos los medios necesarios,
sean capaces de encontrar –lo encontrarán, seguro- la forma de aliviar esta
molesta situación.
En esa recuperación de la normalidad,
así la llaman, se dibuja un horizonte en el que aparece el mar. Para muchos
ciudadanos, y no solo los que viven en la costa, el mar es una necesidad vital.
Lo es desde la percepción de sentir la cercanía de su presencia hasta la
profunda satisfacción que genera la contemplación del paisaje dilatado en su
extensa dimensión hacia el infinito, pasando por el estimulante placer de
sumergirse en él, con más o menos habilidad natatoria, flotando en una
tranquila playa o buscando las profundidades mágicas donde anidan seres misteriosos,
quizá una sirena o cuando menos preciosas plantas que se agitan con suaves
movimientos al compás de las olas que van y vienen. La atracción del mar -el
cine nos ofrece maravillosos ejemplos, desde la locura apasionada del capitán
Ahab hasta la elegante valentía del capitán Horatio Hornblower- llega
intensamente a las tierras del interior, donde seres doloridos esperan
ansiosamente la apertura de las puertas que nos devolverán la libertad para
volver a sentir la cercanía de ese mar imprescindible para la supervivencia.
Aunque sea solo para buscar una silla en un chiringuito en el que tomar una
cerveza y leer el periódico, mientras el resto de la familia chapotea
alegremente en las aguas de ese mar abierto y generoso.
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