15 06 2019 CAMBIAR LO NECESARIO PARA QUE TODO FUNCIONE
Cambiar lo necesario para que todo
funcione
Una
inteligente investigadora ha realizado una ingente tarea de recopilación,
comparando las sucesivas ediciones del Diccionario, de todas las palabras que
el idioma español ha descartado en los últimos dos siglos. El resultado es
sorprendente. Por lo común, nos admiran algunas de las decisiones académicas
incorporando al idioma oficial términos surgidos recientemente, pero pocas
veces caemos en la cuenta de que, a la vez, otras muchas palabras, en vigor
hace 50 o 100 años, han desaparecido por completo del lenguaje cotidiano y por
ello son arrumbadas, suprimidas de ese maravilloso y utilísimo instrumento de
consulta para quienes escribimos.
Ello
confirma, con un hecho contundente, algo sabido de sobra: el idioma no es
inmutable, mucho menos intocable. Probablemente es el elemento más vivo de
nuestra civilización, el que con mayor dinamismo asume la evolución de la
sociedad reflejándose en el modo de hablar y en la elaboración de términos
idiomáticos en los que se recoge cuando hay a nuestro alrededor, incluyendo lo
que no se ve, pero se siente, se imagina. Así nacen las fabulaciones y las
complejas explicaciones con que se estudian los factores determinantes de
nuestra existencia.
Cambiar
de manera constante es consustancial a la naturaleza del ser humano. La palabra
cambio alimenta, últimamente, multitud de discursos sociales pero sobre todo
políticos. Quienes han ganado las elecciones, a cualquier nivel, aseguran su
disposición a gobernar de una manera diferente y no falta quien adelanta, con
una osadía digna de todos los miedos, que no va dejar títere con cabeza de lo
que ahora hay, tal es su disposición a cambiarlo absolutamente todo. De sobra
sabemos que esa balandronada difícilmente puede llevarse a cabo, porque luego
vendrá la realidad para poner a cada cual en su sitio, pero la simple
enunciación de semejante propósito es suficiente para valorar la inestabilidad
mental y emocional de quienes así se pronuncian.
Se
atribuye a San Ignacio la famosa máxima de que “en tiempo de desolación no
hacer mudanza”. El fundador de los jesuitas se refería, en realidad, al ámbito
espiritual, al desasosiego del alma, aunque la frase se viene aplicando de
manera rutinaria a cuestiones materiales. Más ajustada, me parece a mí, es otra
sentencia, esta contenida en uno de los textos que personalmente más valoro, El gatopardo, donde su autor, Giuseppe
Tomasi, príncipe de Lampedusa (esa isla entonces paradisíaca y hoy sometida a
los terribles avatares de la emigración marítima), pone en boca de su
protagonista, Fabrizio Corbera, príncipe de Salina (inolvidable Burt
Lancaster), esta rotunda frase: “Si queremos que todo siga como está, es
necesario que todo cambie”, artificio semántico de profunda interpretación.
Nos
encontramos en un momento de cambio, claro que sí. Incluso quienes han sido
ratificados en sus puestos saben de sobra que hay multitud de cosas que no
pueden seguir así. La habilidad del buen gobernante se encuentra en directa
relación proporcional con su sentido común, que no siempre abunda en la medida
deseable y por eso se explican algunos disparates cometidos en los últimos años
y que a la vista están. La inteligencia de quienes ahora llegan a los cargos
públicos se manifestará, y no tardando mucho, en la forma en que apliquen a la
vida real el concepto “cambio”, eso es, como ejercitan el arte de sustituir
todo lo innecesario a la vez que se mantiene en vigor lo que resulta provechoso
para la ciudadanía. Cambiar todo para que todo siga igual pero sabiendo que en
tiempo de desolación conviene no hacer mudanzas fútiles.
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