20 04 2019 NUNCA LLUEVE A GUSTO DE TODOS
Nunca llueve a gusto de todos
Cuando
comienzo a escribir este artículo, aún no se han cumplido las predicciones que,
esta vez, parece sí van a ser ciertas pero las cataratas del cielo no han
abierto todavía sus compuertas para dejar caer hacia la tierra esas aguas tan
esperadas y necesarias, aunque ciertamente no para estos días, haciendo así
buena la sabiduría popular: nunca llueve a gusto de todos. Que la Semana Santa
quede pasada por agua es lo más natural del mundo, pues así hace bueno el
relato de los evangelistas. “Desde la hora sexta hasta la hora de nona quedó
toda la tierra cubierta de tinieblas”, escribió Mateo, “Y al momento el velo
del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo y la tierra tembló”, palabras
que repiten casi punto por punto sus compañeros Marcos y Lucas, mientras que
Juan, el más literario y comunicativo de los apóstoles, elude por completo
cualquier anotación ambiental, como si no le importara nada que aquel día
hubiera temporales lluviosos, temblores de tierra o luciera el sol.
Naturalmente,
los avatares evolutivos del tiempo meteorológico no saben nada ni tienen en
cuenta el que haya lugares que hacen de la Semana Santa el eje vital y
económico de todo el año. Esta es una evolución no prevista en absoluto en los
Evangelios ni en ningún otro sitio, pero
ha ocurrido y aquí la tenemos. La primera industria del país se asienta sobre algo
tan endeble como la caprichosa actuación de borrascas y anticlones o, sin
llegar a dramatismos narrativos, de algo tan sencillo como que pueda llover, lo
que de inmediato cancela procesiones, aperitivos en las terrazas o alegres
baños en las amables aguas del Mediterráneo, sin contar con otros incidentes
colaterales, como que los trabajadores de cualquier sector decidan ponerse en
huelga estos días, incluyendo como cosa novedosa las gasolineras en Portugal,
lo que introduce un factor de distorsión ciertamente muy llamativo, no conocido
hasta ahora.
Llueve
suavemente ahora sobre la ciudad de Cuenca. Es jueves por la mañana y a estas
horas los responsables de la hermosa, colorista procesión que tiene su origen
en la iglesia de San Antón estarán ya haciendo cábalas sobre el destino que les
espera. Las procesiones han podido cumplir sin sobresaltos los cuatro primeros
días de la semana pero los restantes están seriamente amenazados. Comparto la
generalizada idea de que el intenso trabajo que las hermandades desarrollan a
lo largo del año no merece esta frustración final, pero es algo a lo que ya
están acostumbradas y, por tanto, no les sorprende demasiado. Ese es siempre el
riesgo de actuar al aire libre, lo mismo da que sea una procesión que una
carrera ciclista o, simplemente, el paseo cotidiano que cualquier ser humano
gusta de dar.
Otra
historia es la de quienes hacen negocio con las vacaciones de los demás y, por
supuesto, de los propios turistas, enfrentados a lo que no esperaban ni
deseaban. Muchos, si han tenido tiempo de hacerlo, habrán cancelado sus viajes
a última hora pero seguro que la mayoría ha seguido adelante con los planes,
confiando en que quizá al fin y al cabo no será para tanto o los señores del
tiempo a lo mejor se equivocan y la borrasca va en otra dirección, no
precisamente en esta en que estamos. Para una ciudad como Cuenca (y también
para muchos pueblos de la provincia, que en los últimos años están siguiendo el
ejemplo de la capital), que la Semana Santa no se pueda disfrutar plenamente,
en su doble dimensión procesional y turística, es un serio problema. Por
desgracia, la inventiva humana, tan fecunda en otros terrenos, no parece tener
remedio para controlar el tiempo climático. Solo hay que esperar y que la
suerte acompañe.
Comentarios
Publicar un comentario