06 04 2019 UN DÍA COMO HOY, HACE 25 AÑOS
Un día como hoy, hace 25 años
Desde
las ventanas enrejadas de mi casa se puede contemplar, en línea recta, la
imagen del Teatro-Auditorio de Cuenca, de manera que esa es una de las visiones
primeras y más constantes que puedo apreciar cada día. Antes de que el edificio
estuviera ahí había un desangelado hueco dejado por la cantera que en mala hora
fue autorizada pero que, no hay mal que por bien no venga, sirvió para, en una
inteligente decisión, prestar soporte a la noble arquitectura que hoy la ocupa.
Quienes
tienen la costumbre de leerme, ahora y antes, saben que no utilizo mis
artículos para exponer cuestiones personales. Hoy siento la necesidad de hacer
una excepción: este 6 de abril, el Teatro-Auditorio cumple 25 años y ese hecho
es insoslayable de mi propia biografía: trabajé con dedicación inimaginable los
duros meses de los preparativos, pude sobrevivir con el humor a salvo la
esperpéntica jornada inaugural y lo puse en marcha, contra viento y marea para
dirigirlo durante los primeros 14 años de su vida. Decirlo en primera persona
no me hace olvidar en absoluto a otros muchos seres humanos que algo y mucho
tuvieron que ver en aquel proceso, unos para bien y otros para estorbar. Hacia
los primeros guardo un reconocimiento inconmovible.
Antes
de que pudiera tomar forma definitiva y, desde luego, mucho antes de que sus
puertas se pudieran abrir aquel primer día y luego de forma continuada, la
construcción estuvo sometida a todos los avatares imaginables, incluyendo de
manera destacada quienes denostaron la obra con los argumentos habituales:
gasto faraónico innecesario, atentado contra el paisaje inmaculado de la ciudad
y demás cuentas del mismo rosario. Hay algunos artículos de la época de los que
seguramente sus autores hoy se sentirían avergonzados pero lo escrito siempre
queda.
Los
principales enemigos estaban dentro y eso complicó las cosas. El dueño del
edificio, el Ayuntamiento, es un ente verdaderamente complicado, en sus
comportamientos y más si hay asuntos de dinero por medio. Poner en marcha el
Auditorio les parecía una empresa disparatada amén de innecesaria: con las
iglesias de San Pablo y San Miguel había suficiente para calmar las ansias
culturales de la ciudadanía. Yo, que no tenía hasta entonces ninguna habilidad
económica especial, me hice un experto en el saludable ejercicio de conseguir
fondos municipales mediante artimañas y vericuetos que pueden dar tema para una
novela de intriga.
La
inauguración se fue alargando con un pretexto hoy y otro mañana. Hasta que
alguien, que podía hacerlo, puso fecha fija, la del 6 de abril, y se acabaron
las dilaciones. Tenía que ser un concierto y debía interpretarlo la JONDE,
considerada entonces la Orquesta residente del Teatro-Auditorio. Lástima de oportunidad
perdida. Tras la accidentada interpretación del himno nacional y la inevitable
obertura, empezaron las agradables notas de Noche
en los jardines de España, de Falla.
En
el descanso, hubo un momento, casi mágico, en que la reina Sofía consiguió aislarse;
junto al gran ventanal de la cafetería contemplaba cómo la imagen de Cuenca se
iba envolviendo en la penumbra del atardecer mientras se encendían las primeras
farolas. Los timbres de aviso anunciaban el comienzo de la segunda parte y doña
Sofía seguía allí, abstraída en la contemplación de la ciudad. Tuve que
acercarme a ella para indicarle que íbamos a seguir el concierto. Sonrió con
ese gesto tan amistoso y cálido que es habitual en ella: “Es que esta imagen es
tan bonita…”. La acompañé hasta el palco y volví a mi asiento. Desde el
escenario, la JONDE arrancaba ya el Concierto
para piano y orquesta, de Bela Bartok. En el atril, Edmon Colomer; en el
piano, Rafael Orozco. Veinticinco años hace de eso.
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