16 03 2019 AUTOVÍA QUE NO HEMOS DE VER, DEJALA ESTAR
Autovía que no hemos de ver, déjala
estar
Comprendo
que quienes aspiran a obtener la confianza del pueblo mediante voto en las
urnas sientan la necesidad de prometer el oro y el moro si sucede tan benéfico
resultado para ellos. Imagino, además, que lo hacen totalmente convencidos de
que, si ganan, llevarán a cabo lo prometido, aunque la experiencia nos
demuestra, con sobrados ejemplos, que sucede exactamente lo contrario. Como en
este país, después de los consabidos 40 años de abstinencia electoral, ya nos
hemos convertido en gente experimentada (bendita inocencia, la de los primeros
confiados años), no creo que nadie, o quizá pocos, para ser generoso, conceda
ni un ápice de esperanza a la mayoría de las cosas que se prometen, pero el
repertorio, sin duda, anima las campañas y da argumentos a los chistosos para
mostrar ingeniosidades varias.
Entre
todas las promesas incluidas en el palmarés hay algunas verdaderamente notables,
que darían pie a un joven periodista o investigador dotados de las necesarias
dotes de humor para elaborar un sustancioso catálogo de sandeces que, aparte
poner al descubierto la alegría natural de los candidatos a la hora de proponer
remedios sustanciosos a nuestros males podría dar lugar a un texto divertido
por más que la consecuencia final sería, lógicamente, de una enorme tristeza.
Para
mí gusto, entre las variadas propuestas que por mi cuenta he ido anotando a lo
largo de los años, hay algunas que destacan de manera especial. En el ámbito
local, por ejemplo, mi preferida es la de aquel alcalde que prometió construir
un bulevard, en línea recta, para enlazar el centro de la ciudad con la
estación del AVE, solución ingeniosa, desde luego, y que si alguien la hubiera
llevada a cabo nos estaría ahorrando las amarguras que nos invaden cada vez que
debemos ir a coger el tren a aquel sitio próximo a la estratosfera. Tampoco fue
mala, hasta el punto de que apareció en varias campañas sucesivas, la del Palacio
de Congresos, para el que incluso se llegó a elaborar una especie de
anteproyecto aunque, eso sí, fue cambiando de posible ubicación según los
tiempos, hasta llegar a la situación actual: ya nadie habla de semejante cosa.
Todo
lo contrario sucede con las dichosas autovías, materia muy agradecida cuando
llegamos a estas situaciones preelectorales porque de un modo difuso, casi
inconsciente, sin pensar, parece que todo el mundo está encantado con que se
construyan tales sistemas de comunicación, sin atender a las puras razones
objetivas: ¿son necesarias? ¿podemos, el país, soportar el coste de semejantes
infraestructuras, sólo porque sí? Preguntas que, desde luego, no se ha
planteado el candidato que nada más empezar ya ha prometido construir la autovía
Cuenca-Albacete, que debería sustituir a la actual carretera autonómica C-220,
por el que discurre habitualmente un tráfico tan escaso que hacerla entraría de
lleno en el terreno de los lujos.
Por
supuesto que sería deseable que se cumpliera aquella otra promesa, lanzada al
aire en tiempos triunfales, en los inicios de la Comunidad Autónoma, cuando el
entonces presidente aseguró que enlazaría por autovía todas las capitales del
territorio. Bajando al terreno de las realidades posibles, yo creo más razonable
solucionar el vergonzoso estado en que desde el primer día se encuentra el
enlace en Tarancón de la autovía de Cuenca con la A-3 o, en el caso de la de
Albacete, corregir y mejorar muchas de las curvas existentes, aparte gastar
unos cuantos euros en pintar las rayas sobre el pavimento. Lo demás son
gollerías y ganas de lanzar brindis al sol.
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