08 12 2018 EL ARTE CALLEJERO Y LA EXPRESIÓN DE LAS IDEAS
El arte callejero y la expresión de
ideas
Quiere el benévolo
Ayuntamiento de Cuenca institucionalizar la elaboración de grafitis urbanos
pensando, ilusamente, que quizá de ese modo podrá acabar con la muy extendida
porquería que embadurna paredes y tapias de la ciudad, resultado de la aparente
espontaneidad desarrollada por sujetos de muy variada extracción social y
académica que de esa manera, dicen, ejercitan su derecho a la libertad de
expresión, principio democrático de primer orden, en cuya aplicación se están
cometiendo felonías sin cuento, y no solo en el ejercicio de las pintadas
callejeras, sino en otros muchos órdenes que cualquiera tiene al alcance de la
mano, desde los incontables insultos emitidos desde Cataluña contra el orden
constitucional hasta el descaro de un concejal para justificar su devoción
hacia Franco y el franquismo, mientras ocupa sillón y sueldo a costa del
perverso sistema democrático al que, sin embargo, no quiere renunciar, aunque
eso sería lo coherente.
El
grafiti es costumbre antiquísima, que se remonta por lo menos a la época romana
o quizá antes, pero ya en la cultura latina existían inscripciones anónimas
realizas sobre muros de edificios acabados, en algunos casos en el exterior
pero en otros, muy abundantes, en el interior, destacando especialmente los que
realizaban presos (o internos, en general, de cualquier especialidad) que de
ese modo entretenían sus ocios y encontraban, de paso, una oportunidad para
expresar sus sentimientos. Un caso muy notable y próximo a nosotros, es el de
un preso de la cárcel de Cuenca, Francisco de Orellana, que en el siglo XVI
cayó en las manos de la Inquisición que lo tuvo nada menos que 30 años
encerrado en aquel ciertamente lóbrego edificio, cuyas paredes ilustró con unos
muy sentidos versos.
Dejémonos
de historias y vayamos al presente, que es lo que interesa. Los grafitis, tal
como los entendemos hoy, son un resultado más de los fecundos años 60 del siglo
pasado, tan creativos como revoltosos. La diferencia es que sus iniciadores lo
concibieron como una manifestación artística, arte callejero lo llamaron, y sus
discípulos y seguidores no siempre tienen claro ese concepto, que sustituyen
con frecuencia por manifestaciones obscenas en el fondo y sucias en la forma,
mediante pintarrajos sin gracias ni cuidado que solo sirven para ensuciar
tapias y paredes. Otra valoración merecen las proclamas reivindicativas o de
simple protesta, con la que ciudadanos anónimos, seguramente privados de la
posibilidad de acceder a otras formas de comunicación, claman contra las
injusticias cometidas contra él, su colectivo laboral o su barrio. De esto hay
mucho en Cuenca y creo que con razones sobradas, tal es el nivel de abandono en
que se encuentran muchas zonas de la ciudad,.
Hay una
variante del grafiti que está produciendo muy notables ejemplos y es la que
llevan a cabo los propietarios de un local comercial para adornar las puertas
de sus establecimientos. Imagino que tienen derecho a hacerlo, sin necesidad de
pedir permiso y sin que tal cosa pueda molestar a nadie. Más aún, yo diría que
es una actividad muy meritoria porque ayudan a que la ciudad presente un
aspecto más amable y colorista, además de que bien pueden emitir mensajes
solidarios, cultos o amistosos, como este que ilustra la fachada de una
librería situada en la calle Colón, dedicado a enaltecer esa actividad tan de
capa caída como es la relacionada con el mundo del libro. No creo que a nadie
pueda molestar estos grafitis creativos, verdaderamente arte callejero, que no
tiene nada que ver con la infame porquería, tan abundante en otros rincones.
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