01 12 2018 LA CIUDAD SE VISTE DE METÁLICOS AMARILLOS
La ciudad se viste de metálicos amarillos
Quienes ven el vaso medio lleno
cuentan cómo estamos saliendo de la crisis, de qué manera los indicadores
positivos señalan que los problemas van quedando atrás y que en el horizonte
hay signos evidentes de superación de esos duros años. Quienes gustan de ver el
vaso medio vacío nos advierten de los peligros futuros, cuando no inminentes,
apuntando que los insensatos optimistas están volviendo a cometer los mismos
errores de antes e incluso llegan a aventurar una nueva crisis de aquí a diez
años. Cada cual es muy dueño de inclinarse a un lado u otro, según sus
preferencias.
Por lo
pronto, hay una evidencia incontestable, porque está a la vista de todos, y
aunque conocemos personas, sobre todo del gremio político, empecinadas en no
querer aceptar la realidad tal como es, apreciamos una considerable activación
en un sector muy sensible para las cuestiones relacionadas con la economía.
Durante los años duros prácticamente nadie ha movido un ladrillo y ahora, sin
embargo, por todas partes aparecen obras, en unos casos de nueva construcción,
en otras de reposición sobre lo que ya existe. En la parte moderna de la
ciudad, el proceso tiene un punto destacado en el Cerro de la Horca, que se
quedó a medias en la primera fase, con sus problemas a cuestas, y que ahora,
imagino, se incrementaran a medida que nuevos bloques de viviendas vengan a
sumarse a los que ya existen.
Es
significativo el proceso en el casco antiguo de la ciudad, espacio preferido
para intervenciones públicas, pero en el que también desde hace unas semanas
aparecen los andamios protectores para indicar faenas de reformas interiores,
enlucidos de fachadas, retejados y demás operaciones necesarias para mantener
el edificio en condiciones. Incluso, y es un fenómeno poco frecuente, se está
construyendo un edificio de nueva planta, en la Plaza del Salvador, para
sustituir al que había y fue derribado.
Como las obras van a ritmo acelerado, es fácilmente imaginable que el
espacio habrá quedado totalmente libre y despejado para cuando llegue ese
momento clave en el que todos estamos pensando.
Lo más
vistoso y llamativo sucede en los edificios públicos, envueltos en su totalidad
con la malla metálica de color amarillo que los aísla de las miradas exteriores
mientras por dentro los operarios hacen quien sabe qué hábiles manipulaciones.
Como si fueran hongos que surgen aquí y allá, las tenemos en la Casa del
Corregidor, en el Seminario de San Julián, en el Palacio episcopal, en el Museo
de Cuenca (y quizá alguno más que se me escapa), como si todos se hubieran
puesto de acuerdo en que ha llegado la hora de limpiar, remozar, pintar y
acomodar las necesidades a los tiempos que corren. El proceso no es insólito en
un lugar tan delicado como el casco histórico de Cuenca, siempre frágil y
necesitado de que manos cuidadosas estén pendientes de atender a los menores
detalles, pero es llamativa la coincidencia de intervenciones, probablemente
intencionadas, para aprovechar los meses de invierno en que disminuye la
presión de los visitantes antes de vuelvan los días de opulencia.
La ciudad
se viste de amarillo, de telas metálicas amarillas (parece haber coincidencia
en elegir este color) que proclaman hacia el exterior una actividad laboral y
económica que, al menos en apariencia, viene a decir con hechos que,
efectivamente, la crisis quedó atrás. Lo que no quiere decir que no pueda venir
otra, porque el ser humano siempre tropieza en la misma piedra. Ya saben lo del
vaso, medio lleno o medio vacío.
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