15 02 2024 LA ANTIGUA PRESENCIA DE LA GUARDIA CIVIL EN LOS PUEBLOS
Quienes éramos jóvenes en tiempos de la
dictadura franquista alimentamos una serie de principios que entonces nos
parecían no solo asequibles, sino incluso muy sensatos y de recomendable
aplicación. Los hombres, por ejemplo, pensábamos que era muy conveniente
eliminar el servicio militar obligatorio y de aquello hicimos cuestión
esencial, incluyéndonos quienes ya habíamos pasado por la experiencia. Luego,
en el terreno donde anidan las utopías, se nos ocurrió que el disfrute total de
la democracia como supremo bien era suficiente para garantizar la convivencia
en orden y paz, sin necesidad de que hubiera un rígido sistema policial
vigilando a la ciudadanía para evitar desmanes. Esta última idea aún la hemos
podido oír en fechas no muy lejanas, traídas al pelo por algunas de esas
formaciones políticas que en su afán de cambiarlo todo ya no saben qué inventar
o proponer. En el pecado suelen llevar la dura penitencia con que son
castigados en las urnas.
Pasados los años y con la llegada de eso
que llaman la experiencia, las viejas ideas juveniles se desmontan,
precisamente por ser viejas, esto es, inservibles y en su lugar siguen teniendo
vigencia algunas otras que nunca pierden lozanía y es ahí como uno se da cuenta
de que para el correcto funcionamiento de la convivencia social en libertad es
preciso que exista un sistema de orden que lo garantice y además hace falta que
actúe con rigor, orden, severidad, competencia y medios adecuados, todo ello sin
alterar ni un ápice el respeto a la dignidad que es cuestión propia de todos
los seres humanos. Quienes tienen la responsabilidad de gobernar y dirigir la
cosa pública deberían entretener algún rato de tiempo para meditar en cómo se
están haciendo algunas cosas por si acaso es conveniente cambiarlas. Y eso me
lleva al meollo de este comentario y que tiene que ver con lo sucedido hace
unos días con el bárbaro asesinato de dos guardias civiles en aguas
mediterráneas, al recibir el brutal ataque de una lancha de facinerosos
dedicados al tráfico de droga. Asunto que, como es sabido, ha puesto en
cuestión la calidad y cantidad de los medios disponibles para combatir de forma
adecuada y eficaz la cada vez más atrevida acometida de los delincuentes.
Como decía al comienzo, hay cosas que
han cambiado mucho, también en la forma en que ahora se realizan y eso incluye
la presencia de la Guardia Civil en una provincia eminentemente rural como es
Cuenca. Alguna vez he comentado en público una anécdota que corresponde al
tramo final de mi etapa como periodista en activo. Fuimos convocados para
acudir a un pueblo donde se iba a inaugurar un nuevo cuartel de la Benemérita,
ceremonia que se hizo con toda la parafernalia propia de estos casos, con
despliegue de autoridades de todos los niveles y contento general de las gentes
del lugar (y también de los inmediatos), encantados de contar con una dotación
permanente de agentes y vehículos capaces de garantizar la tranquilidad de la
zona. Unas semanas después volví a pasar por ese pueblo y como el cuartel
estaba al borde de la carretera me costó muy poco trabajo echar un vistazo al
edificio para descubrir que estaba cerrado. Quien quiera que fuese había
decidido eliminar ese puesto de la Guardia Civil, como un paso dentro de la
disparatada idea de suprimir la presencia del cuerpo en pueblos donde había
estado radicado desde su fundación en el siglo XIX.
El fenómeno se ha repetido en otros
muchos lugares durante los últimos años. La imagen histórica, que ya solo
recuerdan los más viejos de cada pueblo, de la estrecha vinculación entre la
dotación de agentes que tenía su residencia, incluso familiar (no olvidemos el
concepto de casa-cuartel) y los vecinos del municipio forma parte de la
conciencia colectiva pero se ha perdido casi por completo en el presente,
porque aquella antigua estructura ha sido prácticamente desmantelada. La
explicación, cuando uno pregunta, se pierde en las nebulosas de la
operatividad, la eficacia, la adecuada distribución de los medios disponibles,
bla, bla. Ahora nos dicen que ya no hace falta una dotación de agentes, con un
cabo o un sargento al mando, para garantizar la seguridad de los pueblos. Una
llamada telefónica al cuartel más próximo, y en media hora, o en una, o al día
siguiente, llega la asistencia requerida y se pone en marcha la investigación,
con medios sofisticados, drones incluidos y despliegue total de conocimientos
científicos para desentrañar las claves de lo que pudiera haber ocurrido.
Es rigurosamente cierto y hay
suficientes ejemplos de ello, alguno muy reciente, de que esos procedimientos
han dado resultados muy satisfactorios en cuestiones como la delincuencia
común, el ilícito comercio de estupefacientes, delitos contra el patrimonio,
atentados al medio natural y otros muchos aspectos que están en la mente de
todos. De eso no hay ninguna duda. Yo me refiero, aquí y ahora, a ese otro
aspecto de la cuestión que tiene que ver con la presencia física de los
agentes, con la vinculación personal que existía entre el puesto de la Guardia
Civil y los vecinos del lugar, con la existencia de un cuartel que formaba
parte de la estructura urbana, como el Ayuntamiento, la iglesia, el bar o la
escuela. Quienes se lamentan mientras vierten lágrimas de cocodrilo sobre las
penas de la España vacía y despoblada, deberían comenzar a actuar de otra
manera y en consecuencia corregir algunos comportamientos impuestos por la
esclavitud de unos principios económicos que nos llevan a todos al desastre.
El resultado de esa política se
encuentra a la vista, en los abandonados cuarteles que muestran ante los ojos
de todos la penuria de una edificación que se arruina pausadamente, como esta
que he elegido para ilustrar el comentario. Es una casa-cuartel situada en un
pueblo de la Serranía de Cuenca. Según el anuncio de venta, está formada por
ocho viviendas familiares, siete trasteros y una antigua cuadra; la parte
inferior está parcialmente reformada y hay mucho espacio abierto al exterior.
Está situada frente al río, el Guadazaón, por más señas. El anunciante asegura
que es una oportunidad ideal para invertir y reformarla para hacer alojamientos
rurales. Con 195.000 euros se consigue esta ganga. Aunque para mí pienso que si
en algún departamento del gobierno quedara un poco de sentido común, lo más
inteligente sería volver a habilitarla como casa-cuartel de la Guardia Civil.
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