UNA PLAZA DE NOMBRE Y ASPECTO CAMBIANTES
Las ciudades son como los seres humanos: nacen, crecen, se desarrollan, cambian de aspecto, sufren deterioros a medida que van envejeciendo, se someten a tratamientos dermatológicos, incluso a cuidados paliativos y, finalmente, algunas terminan por morir y desaparecer, dando lugar a la formación de hermosas ruinas que nos hablan visualmente de un tiempo ido. Todo eso es un proceso natural; por tanto, los cambios en la forma y estructura de una ciudad son lógicos y asumibles. El pero llega cuando se introducen criterios valorativos y pensamos que, quizá, algunos de esos cambios se podían haber ahorrado o pudieron hacerse de otro modo. En esto, como en todo, hay criterios variados, porque sobre gustos nada se ha escrito de manera terminante. De todos los espacios, rincones, calles y plazas de la ciudad de Cuenca, probablemente no hay ninguno tan castigado por el tiempo, las modas y los volubles criterios municipales como la que ahora se llama Plaza de la Constitución, concepto