25 02 2021 GASCUEÑA, EN EL CORAZÓN DE LA ALCARRIA


      Ante la necesidad, hay dos formas de actuar: la pasiva, esperando a que pase la tormenta y alguien venga en tu ayuda, o la activa, buscando la manera de salir del apuro mediante la imaginación inventiva que permita encontrar un remedio a la situación. Como vivimos en una sociedad permisiva y tolerante, suele haber tendencia a decir que ambas posturas son muy respetables pues cada cual es muy dueño de actuar como le parezca más conveniente y así todo el mundo queda muy bien, sin comprometer una opinión. Puede ser, pero para los pequeños pueblos de nuestra provincia, que son mayoría en el conjunto del mapa conquense, la pasividad en espera de que algún poder público acuda en su ayuda los está llevando a todos a la situación preocupante en que se encuentran. Ni papá Estado ni los demás papás o mamás administrativos que rigen nuestros destinos están en condiciones de atender el panorama que se está perfilando y si hacen algo es para poner un parche con el que ir tirando.

     Cuando uno de esos pueblos reacciona de algún modo lo primero que consigue es hacerse visible y eso, en el mundo tan complicadamente informativo que tenemos es ya un punto positivo, de manera que la mención de la iniciativa emprendida por ese lugar es por sí misma suficiente para que caigamos en la cuenta de que existe. Acaba de ocurrir con Gascueña y su plan para acondicionar una serie de edificios vacíos, habilitarlos como viviendas y ofrecerlas a un mínimo coste de alquiler a familias que quieran arraigarse en el pueblo. Esa iniciativa pone de relieve una primera realidad, que cualquiera puede comprobar a simple vista cuando viaja por la provincia: la existencia, en casi todos los pueblos, de edificios que tuvieron una utilidad en el pasado y la han perdido por la evolución de las circunstancias: casas de los maestros y del médico, cuarteles de la Guardia Civil, oficinas administrativas de diverso tipo, instalaciones comerciales en desuso, incluso viviendas particulares, algunas de estructura señorial. Esos inmuebles permanecen vacíos, inútiles, deteriorándose con el paso del tiempo, de acuerdo con un proceso natural. Interrumpirlo, gestionar su reutilización, remodelarlos, es ciertamente un objetivo encomiable y, sobre todo, activo, imaginativo.

      Pero, como digo, lo primero que ocurre cuando se conoce esta iniciativa es que uno cae en la cuenta de que existe un lugar llamado Gascueña, del que hacía décadas no se oía hablar y al que hace también mucho que no va de visita, como si se hubiera ido quedando al margen de los caminos que se transitan habitualmente. Y esta llamada de atención sirve para rememorar antiguas experiencias y recordar agradables momentos vividos paseando por sus recoletas calles que reflejan bien el ambiente amistoso que en ellas se percibe. Por si alguien no cae en la cuenta, así por las buenas, diré que Gascueña está en el corazón de la Alcarria de Cuenca, algo lejos de cualquier carretera de primer orden, lo que significa que hay que adentrarse por una que no lo es, pero que se encuentra en razonable buen estado. Cruzando por esos hermosos páramos alcarreños, donde anidan paisajes que siempre (y más en esta época invernal) invitan a la melancolía, se llega a este agradable lugar, apenas poblado por 150 habitantes, cuyo nombre proclama el origen de sus primeros repobladores y no solo con el nombre: en el escudo de la villa campea un flor de lis y el patrón es también francés, San Ginés de Arlés, referencias que mantienen viva la memoria de aquellos gascones (como D’Artagnan) que hasta aquí vinieron con las tropas de Alfonso VIII y se quedaron para fundar Gascueña, que ahora sale del olvido merced a esa iniciativa que se merece la mejor de las suertes en el empeño singular de conseguir sobrevivir en las mejores condiciones posibles.

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