14 03 2020 UNA SIMBOLOGÍA OLVIDADA Y UN PROYECTO PERDIDO
Una simbología olvidada y un proyecto perdido
Aunque parece que los momentos actuales
no son propicios para hacer elucubraciones turísticas, debemos pensar, como
siempre han dicho los antiguos, que después de la tempestad viene la calma, lo
que significa que cuando se superen las zozobras, sanitarias y económicas, de
este tiempo, llegarán otros mejores o, al menos, con el sosiego suficiente para
poder contemplar el horizonte con otras perspectivas. Y eso, en materia turística
provincial, requiere salir del estancamiento que se está viviendo desde hace
tiempo y empezar a desarrollar ideas nuevas y, también, recuperar las antiguas.
Cuando viajo a otras ciudades españolas y encuentro en todas ellas cosas tan
elementales como un Centro de Recepción de Visitantes o una Oficina de
Congresos, me pregunto dónde están en Cuenca semejantes instalaciones y me
deprimo, ciertamente, cuando recuerdo que las tuvimos hasta que la ciega y
torpe política que todo lo enturbia decidió cancelarlas, sin motivo ni
beneficio para nadie.
En ese paseo mental por el tiempo ido y
las ideas perdidas me he encontrado con unas anotaciones que ya tomé en su
momento, en el lejano 1976, cuando en los albores de la democracia tres
provincias del interior, todavía no tan despoblado como lo estaría más tarde,
Cuenca, Guadalajara y Teruel, promovieron nada menos que una Mancomunidad
Turística del Alto Tajo, iniciativas que habría de servir para fomentar el
turismo en una zona francamente desconocida por la mayoría de los españoles (y
extranjeros, por supuesto) pero con unas potencialidades de desarrollo
extraordinarias, vinculadas a algo que entonces se veía con mucho porvenir, el
turismo natural y ecológico. Entonces aún no se hablaba (al menos, no tanto) de
un concepto que habría de conseguir fortuna posterior, la España vacía, la que
sufre y vive el drama de la despoblación, que podría mejorar precisamente con
el desarrollo sectorial de iniciativas que, a la vez que atraen visitantes,
ayudan a fijar habitantes tan pronto como puedan encontrar posibilidades de
trabajo y supervivencia.
El entusiasmo inicial de las tres
Diputaciones provinciales promotoras de la Mancomunidad se concretó en la
erección de un Monumento al Padre Tajo, obra del escultor José Gonzalo Vives
que, junto a la figura majestuosa del gran río implantó otras tres simbologías
de cada una de las provincias; la de Cuenca está en el centro: un cáliz y una
estrella. Por lo demás, el paraje es magnífico, la Serranía en estado puro, en
un punto en el que confluyen los tres territorios, muy próximo al nacimiento
del hermoso río, el más largo de la península que luego, en una asombrosa
pirueta, girará hacia el oeste para sepultarse en las aguas del Atlántico, a la
vera de Lisboa. Al monumento se llega desde Cuenca tomando la carretera de
Tragacete y, en ella, el desvío a la derecha que sube al Alto del Cubillo en
dirección a Albarracín. Allí, en una magnífica explanada, encontramos esta
referencia visual, arte en plena naturaleza pero, sobre todo, un recordatorio
de algo que se quiso hacer y fue olvidado, porque así es la desidia de los
seres humanos, sobre todo si son políticos, incapaces de mantener con rigor y
constancia un proyecto, aunque pudiera ser muy beneficioso.
Ahora que las preocupaciones por la
falta de actividad económica y, sobre todo, de seres humanos habitantes en
estas tierras parecen buscar iniciativas positivas, no estaría de más recuperar
aquella olvidada Mancomunidad, en la que forma moderna que se le quiera dar. Al
fin y al cabo, las tres provincias que entonces la promovieron están implicadas
en los problemas de la despoblación y esta podría ser uno más de los remedios a
aplicar.
Desde Barcelona lo pongo como pendiente. Mucho hace ya que no me paso por Cuenca... Demasiado.
ResponderEliminarPues pronto tendrá ocasión de hacerlo, porque dentro de poco tus queridos padrisnos van a cumplir 50 años de feliz convivencia marital y eso habrá que celebrarlo debidamente.
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