07 03 2020 DE CÓMO ASTERIX VENCIÓ A CORONAVIRUS
De cómo
Astérix venció a Coronavirus
En el año 50 antes de Jesucristo, una
pequeña aldea poblada por un sólido grupo de irreductibles galos plantó cara al
dominio de Roma hasta llegar a hacer imposible la segura y tranquila vida de
las poderosas legiones que estaban dominando el mundo conocido. Tanta fue la
osadía de aquellos galos que dos de ellos, Astérix y Obelix, se atrevieron a
viajar hasta la metrópoli para, entre otras cosas, competir en una carrera de
cuadrigas en la que el primero se enfrentó valientemente con un auriga hasta
entonces invencible llamado Coronavirus. La cosa tiene su gracia, claro, y eso,
justamente, es lo que nos va haciendo falta para sobrellevar de la mejor manera
posible esta muy singular crisis sanitaria que nos ha metido de sopetón el otro
coronavirus, el de verdad, el que se está paseando alegremente por medio mundo
como Pedro por su casa, provocando todo tipo de reacciones y sensaciones, que
van del desconcierto al pánico pasando, sobre todo, por el tamiz de quienes
disfrutan provocando el desasosiego colectivo lo cual, en pueblos como el
ibérico, muy dado a ejercitar de continuo el sentimiento trágico de la vida, es
relativamente fácil porque es más sencillo dejarse llevar por las emociones que
por el razonamiento. Por fortuna, y según deduzco de lo oído en alguna tertulia
radiofónica, están apareciendo ya síntomas del tradicional sentido del humor
hispánico con el que, muy probablemente, podremos ir superando las angustias
pasajeras de estos momentos.
Cuando pase todo, que pasará, los sabios
analistas nos darán las claves de lo sucedido y nos ayudarán a entender lo que
ahora resulta difícil de comprender, porque las noticias y los datos (sobre
todo los datos: infectados, hospitalizados, aislados, muertos) imponen una ley
contundente y ante las cifras resulta complicado razonar, menos aún si a ello
se añaden las derivaciones de naturaleza económica que tienen aún un impacto
mayor porque caen de sopetón sobre quienes en apariencia estaban fuera del
ámbito directo de la enfermedad y se ven implicados en sus consecuencias. Por
ahora sabemos que corre por el mundo un río de rumores y temores que se dirige
especialmente a evitar las concentraciones masivas de personas. Cuando hace un
par de meses decidieron suspender el Mobile barcelonés, muchas voces se
levantaron para airear otra vez la bandera del complot universal contra España,
pero ahora ya no se dice lo mismo cuando el ejemplo cunde por doquier y
conocemos cosas tan sorprendentes como limitar los accesos de files a La Meca o
suspensiones de espectáculos deportivos, musicales, congresuales y de todo
tipo.
En el horizonte inmediato, tanto que lo
tenemos ya encima, las Fallas, detrás la Semana Santa y después el Rocío, con
el horizonte, cada vez más próximo, de los Juegos Olímpicos y otros eventos
similares. La Iglesia ya ha puesto en marcha algunas medidas profilácticas,
como la de corregir saludos y besuqueos a la hora de pedir y dar la paz.
Decisión, supongo, que también iremos ampliando por inercia a otros ámbitos de
la vida en que, de forma espontánea, se ha ido imponiendo en los últimos años
una efusión corporal que en sí misma revela actitudes de intimidad que no se
corresponden con personas que acaban de conocerse pero que a la hora de las
presentaciones se lanzan con todo entusiasmo una sobre la otra para darse
abrazos y besos, costumbre que en los últimos tiempos se ha extendido también a
los seres masculinos. Deberíamos aprender de los orientales, que jamás se
besan, sustituyendo semejante efusión transmisora de virus por unas correctas
inclinaciones de cabeza y cuerpo, que tienen un alto valor de afectuoso
respeto. Con ello, quizá, como Astérix, podremos derrotar al malvado
Coronavirus.
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