14 12 2019 FUGACIDAD Y PERMANENCIA DEL TIEMPO NAVIDEÑO
Fugacidad y permanencia del tiempo
navideño
Uno de los
gastos más superfluos, por no decir inútiles, que registramos en esta absurda
sociedad de consumo es el que tiene que ver con la iluminación navideña en las
ciudades y en cualquier pueblo que se precie de haber alcanzado una cierta
dimensión. Parece como si esas formaciones luminosas, más o menos creativas y
originales (todo depende del presupuesto) con sus complementos añadidos
–árboles engalanados, alfombras rojas, despliegue de mensajes de felicitación,
figuras de Papá Noel a diestro y siniestro y, por supuesto, un buen reguero de
nacimientos tradicionales- fueran como la seña de identidad de un lugar que
necesita reafirmarse poniendo en las calles toda esa simbología que viene a
marcar el último tramo de cada año. Algunos alcaldes progres han querido romper
esa dinámica, jugando a introducir innovaciones esperpénticas en un esquema tan
bien consolidado; lo intentó Manuela Carmena, tan inteligente y buena alcaldesa,
con aquella estúpida invención de un desfile de Reyes Magos sin Reyes Magos y
lo intenta también otra no menos lista, como la señora Colau, que ya no sabe
qué aportación hacer a la escenografía urbana barcelonesa para explicar que
estamos en Navidad sin utilizar elementos navideños. Rizar el rizo, se llama esa
afición.
Por aquí
somos más modestos y tradicionales. Nuestros regidores municipales no se
quiebran demasiado la cabeza buscando novedades espectaculares. Tampoco tienen
tanto dinero para despilfarrar como el alcalde de Vigo, que ha conseguido algo
desde mi punto de vista insólito además de incomprensible: que la ciudad
atlántica se convierta en un foco de turismo porque miles de personas acuden a
visitarla para ver la espectacular iluminación que luce en sus calles. Como
dice la tradición popular, hay gente para todo.
No compite
Cuenca en ese territorio y, según yo lo veo, hace bien, porque como ya digo
desde la primera línea de este artículo, me parece un gasto desorbitado, aunque
soy consciente de que, si no se hiciera, el público local montaría en cólera y
pondría a caer de un burro a los responsables municipales, circunstancia
molesta que, como es natural, ninguno quiere asumir. Las luces navideñas y sus
elementos acompañantes, aparte su artificio decorativo, intentan ofrecer al
colectivo ciudadano una cierta apariencia de esperanza para un tiempo mejor que
el de las penurias actuales envuelto, quizá, en un aroma de prosperidad
lumínica que más allá de la superficie exterior puede llegar al mismísimo
interior de los corazones. Algo difícil de creer pero no viene mal alimentar
esperanzas de que así pudiera ser.
Lo nuestro
tiene más que ver con la tradición consolidada. El eje central, claro, será el
Nacimiento montado en la plaza de la Hispanidad, a la sombra protectora del
hermoso monumento de Marco Pérez a los soldados muertos en la guerra de África.
En cambio, no se ha explotado nunca el rico potencial escenográfico que ofrece
el cauce del río Júcar. Hace unos años ya se hizo un amago de desfile en
canoas, que no prosperó, como tampoco mereció mucha atención la disparatada
idea de Federico Muelas de hacer una procesión de Semana Santa sobre las aguas
generalmente tranquilas (salvo ocasiones puntuales, en que se sale de madre)
pero no hay que descartar la posibilidad de que en algún momento propicio, con
imaginación y medios, se pueda desarrollar algún proyecto parecido. El río está
ahí, esperando ideas, y a pesar de los desastres medioambientales parece que su
existencia no está amenazada en los próximos siglos. Por ahora, disfrutemos de
lo que tenemos. Menos da una piedra.
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