02 11 2019 LOS SONIDOS ENVOLVENTES DE MANGANA
Los sonidos envolventes de Mangana
Quienes
tienen la afición y la curiosidad por internarse a veces en los vericuetos que
ofrecen los viejos periódicos saben de sobra que su estructura de contenidos es
radicalmente diferente a los de ahora. Lógico, porque los tiempos cambian y las
modas imponen nuevas normas y costumbres. En esos paseos por las añejas
páginas, carentes de color y elaboradas por lo general con unas ideas estéticas
muy austeras, se encuentran noticias curiosísimas que hoy sería impensable leer
y que nos transmiten el pálpito de una sociedad cuya vida cotidiana quedaba
recogida en los papeles informativos. Todo ello, claro, antes de que se
inventaran los variados mecanismos de comunicación que hoy tenemos a nuestra
disposición.
Hay, en
todos los medios, creo yo, excesiva atención por los grandes temas que
preocupan colectivamente y que quizá por ello ocupan de manera desaforada
páginas impresas y horas de emisión, mientras que otros mínimos sucesos
domésticos escapan de la atención informativa y solo son percibidos por quienes
los captan, quizá inadvertidamente, como por casualidad. Por ejemplo, que haya
vuelto a sonar, después de años de silencio, el carillón musical de la Torre de
Mangana, desde donde cada cuarto de hora se difunde la melodía de la Serranilla
tradicional de Cuenca. En sí misma, esa es una noticia insignificante; al lado
de las algaradas de Cataluña (y, sobre todo, del sorprendente tratamiento
informativo que se les da) que nuestra vieja torre municipal vuelva a emitir
sonido no tiene mayor entidad noticiable ni es merecedora de quince segundos de
espacio en cualquier televisión.
Y, sin
embargo, para la historia mínima de esta ciudad, ese es un dato que tiene
evidente interés, quizá no tanto por el hecho en sí mismo como por lo que
significa. La torre de Mangana, que no es musulmana ni mudéjar ni cosa alguna
que se le parezca, sino cristiana y renacentista, se levantó en el siglo XVI
precisamente para cumplir una función social muy necesaria en aquellos tiempos:
marcar las horas en la vida de la ciudad y proporcionar un eficaz y rápido
mecanismo de difusión de noticias, mediante el sonido de sus campanas,
perceptible en un amplio entorno geográfico. Si el reloj se para (como ha
ocurrido también en largos periodos) o las campanas no suenan, la torre pierde
su sentido más profundo y se transforma en un elemento visual estático, inútil,
plantado en un ámbito frío y desangelado. Todo lo contrario de cuando recupera
ambos elementos: las manecillas se mueven al ritmo del tiempo y los sonidos
surgen alegremente para expandirse por toda la ciudad.
Quizá esta
recuperación, aunque no se publicite como tal, tenga algún impacto en el
interés turístico que tanto se desea promover. Situada a pocos metros del centro
neurálgico, la Plaza Mayor, hay siempre un pequeño reguero de personas que
buscan el, por otro lado, agradabilísimo sendero urbano que lleva hacia
Mangana, pasando por la Plaza de la Merced. A las experiencias sensitivas que
este breve recorrido ofrece, probablemente el más interesante de cuantos
existen en nuestro casco histórico, se añade ahora ese complemento sonoro que
tiene su mejor expresión ahí, a los pies de la torre, contemplando quizá el
sorprendente panorama del río Júcar acercándose al barrio de San Antón, o bien
intentando descifrar los misterios que se esconden bajo los paneles
transparentes que ofrecen insinuaciones sobre la Cuenca medieval. Ahí, justo
ahí, en ese momento, el carillón de Mangana empieza a sonar, dulcemente, y uno
puede creer, realmente, que ha sido transportado a otro mundo.
Comentarios
Publicar un comentario