13 04 2019 LA ABENGÓZAR, UNA DE LAS MÁS BELLAS TORRES TELEGRÁFICAS
La Abengózar, una de las bellas torres
telegráficas
Desde un
punto elevado de la Sierra del Bosque, que protege por el suroeste la ciudad de
Cuenca, la torre de La Abengózar forma un hito solitario desde el que se controla
adecuadamente todo el ámbito urbano y también los caseríos que se extienden en
la parte baja, en la amplia vega que forman al unísono el Júcar y el Moscas
envolviendo el paraje de El Terminillo, donde ahora está creciendo el nuevo
hospital de Cuenca. Al otro lado de la loma se abren las llanuras que, con
intermitencias, llegarán hasta La Mancha. Ese fue el sitio elegido, con
acierto, desde luego, por quienes trazaron a mediados del siglo XIX la red
telegráfica óptica que traía hasta aquí uno de los más llamativos a la vez que
eficaces sistemas desarrollados por la tecnología de la modernidad y que en la
cumbre de la loma levantaron la torre.
La
Abengózar es nombre de inevitables resonancias musulmanas, uno de los pocos
topónimos de aquel tiempo que sobreviven en el entorno conquense, donde ha
habido especial cuidado en eliminar casi por completo todo lo que hiciera
alusión al pueblo derrotado. El nombre procede de un tal Abencofar, que debía
ser el propietario de todos los terrenos circundantes y que perdió al
producirse la conquista cristiana, pues Alfonso VIII se los entregó como
recompensa a uno de sus caballeros, don Nuño, según figura en un documento real
firmado el 1 de octubre de 1177 y que transcribe Julio González en su
monumental obra sobre la época: “Le dio
en Cuenca las casas que habían sido de Abencofar”, que fue castellanizado
en Abengózar y que felizmente sobrevive en la loma, en la torre telegráfica, en
el camino que nace en la estación pecuaria y en el caserío que, al otro lado, y
ya dentro del término de Villar de Olalla, llegó a estar bien poblado, aunque
ahora es solo una finca particular.
La torre de
La Abengózar es una más de las que formaban la red que se trazó en los inicios
de la telegrafía óptica, un asunto que ha estudiado muy bien Jesús López
Requena en un libro denso, pero muy ilustrativo, El progreso con retraso, que conviene leer para saber bien de qué
estamos hablando y hasta qué punto es interesante promover una protección legal
sobre todas estas torres, algunas ya en avanzado estado de deterioro, antes de
que puedan quedar destruidas. Todas forman un magnífico conjunto en el que
coexisten, a la vez, la historia, la geografía, la arquitectura y la
tecnología. Hay varias que, desde La Abengózar, siguen el curso de la carretera
de Villanueva de los Escuderos y Abia de la Obispalía pero quizá la mejor serie
se puede encontrar al borde de la N-III, donde quedan varias muy interesantes.
Una de ellas, la de Atajollano, en Olmedilla de Alarcón, es la que he elegido
para ilustrar este comentario.
Establecer
un mecanismo legal de protección para estas torres telegráficas es una
iniciativa benemérita y positiva. El capítulo de pérdidas patrimoniales que se
pueden registrar en la provincia de Cuenca incluye de manera destacada los
bienes de naturaleza industrial, representativos de una época, a los que no se
ha dado ninguna importancia y la tienen; una chimenea, un silo, una estación de
ferrocarril o una torre telegráfica son tan importantes como una iglesia
barroca o un castillo medieval, aunque algunos puedan pensar lo contrario.
Consciente de esa realidad, hace ya mucho tiempo fotografié todas las torres
telegráficas de la provincia, temiendo lo peor. Las acciones actuales
encaminadas a salvarlas son de extraordinaria importancia, empezando por esta,
tan simbólica, la torre de La Abengózar, pero sabiendo que hay otras muchas
(una veintena) que merecen igual atención protectora y salvadora.
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