24 02 2018 COSAS FRANCAMENTE MEJORABLES
Cosas francamente mejorables
Mi experiencia viajera me dice que casi todas las ciudades
tienen especial cuidado en que las carreteras por las que se llega a ellas
ofrezcan una imagen lucida, lo más limpia posible, ordenada e incluso bonita,
desde luego iluminada, muy bien iluminada y con la señalización bien puesta, en
su sitio, para que se vean bien las rayas y los viajeros localicen en seguida
cual es la dirección adecuada para orientar sus pasos en busca del destino
deseado.
Por esas razones misteriosas que uno
nunca llega a comprender del todo, unas cosas tan sencillas de saber y tan
fáciles de aplicar no tienen vigencia en la siempre benemérita ciudad de
Cuenca. No hay excepción: todas las carreteras de acceso a la ciudad se
encuentran en pésimas condiciones, de las que solo se libra parcialmente la de
Madrid, por aquello de que al ser autovía parece ofrecer un aspecto más
saludable, pero ahí terminan sus ventajas. A la de Alcázar, acceso natural para
quienes llegan a la estación del AVE, le han lavado la cara, para disimular,
pero sin acometer, ni de lejos, la reforma a fondo que necesita una carretera
que sigue siendo impresentable. Pero el colmo del desastre, en un nivel
absolutamente pésimo se encuentra la que nos trae a los viajeros de Valencia,
Teruel y el sureste peninsular, direcciones desde las que, por cierto, se
produce hacia aquí un tráfico incesante y ello sin considerar las muy notables
aportaciones de los variados pueblos y urbanizaciones situadas en esas
direcciones y con mucha vinculación con la capital.
A esa carretera se le pueden aplicar
todos los defectos que he dejado enumerados en el párrafo primero de este
comentario, empezando por el infame trazado, con un asfaltado del siglo
anterior, sin rayas marcadas (circular por ahí de noche y con lluvia es un
auténtico desafío al destino) y con una iluminación detestable, o sea,
inexistente. Esos pecados vienen heredados desde que esta vía era competencia
estatal, una carretera nacional que el departamento correspondiente jamás
atendió; los optimistas podíamos esperar que al producirse la transferencia a
la Comunidad Autónoma se produciría un cambio de tendencia, pero miren ustedes
por donde, han pasado ya dos o tres años y como si nada. Me corrijo: los puntos
kilométricos sí los han cambiado, para que conste quien es el dueño de la ruta.
De lo demás, nada. Lo curioso es que al Ayuntamiento de Cuenca, la ciudad
perjudicada, tampoco parece importarle mucho. Teniendo en cuenta que por un
quíteme usted de ahí esas pajas se aprovecha la oportunidad para arremeter
contra el gobierno regional, no alcanzo a comprender por qué los actuales
gestores del consistorio no organizan una buena zapatiesta para poner en solfa
a los comuneros. (Claro, se me ocurre, también tendrían que hacer lo mismo
contra los responsables de las otras carreteras y ahí se encuentran con sus
colegas de partido).
De todas las deficiencias que se pueden
marcar en los accesos a Cuenca quizá la más llamativa sea la pésima
señalización de interés turístico. De eso se habla mucho, continuamente, pero
además de la palabrería, a uno le gustaría ver acciones efectivas, cosas
concretas. Ni siquiera hay, en ninguno de los accesos, ese rutinario cartelito
que da la bienvenida a la ciudad o el que, en el carril contrario, ofrece la
despedida con un amistoso “¡Hasta pronto!”. Y si no está eso, menos aún se
ofrecen otras informaciones de interés, como podría ser la lista de ciudades
hermanadas con Cuenca, detalle también habitual en otros sitios. Pero más allá
de esos aspectos ornamentales, lo verdaderamente terrible es el pésimo estado,
la penosa impresión que debe producir unas accesos indignos de una ciudad
moderna e impropios si encima es Patrimonio mundial.
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