23 06 2018 SALVAR EL PARQUE DE SAN JULIÁN
Salvar el parque de San Julián
Hace
casi un año (agosto de 2017) dediqué un artículo, en esta misma columna, a
comentar el solemne disparate que se estaba preparando en el seno del
Ayuntamiento de Cuenca para atentar muy gravemente contra el parque de San
Julián, en el que se pretendía intervenir, por capricho y sin justificación
razonable para, entre otras cosas, eliminar la verja que lo rodea,
transformándolo en un jardincillo a pie de calle. Algunos lectores quedaron
escandalizados al leerme, otros pensaron que exageraba y algunos más me
aseguraron que no era posible que semejante idea tomara forma entre personas de
bien, como sin duda lo son todos los concejales. Lejos de recapacitar y apelar
al sentido común, la corporación ha seguido con el plan, erre que erre hasta
que finalmente, a punto ya de llevarlo a la práctica, ha conseguido que la
apática y sumisa población conquense salga de su letargo y reaccione de manera
airada en forma tal que ha obligado a una rectificación, no se si con la boca
pequeña, pues nos dicen que las verjas se van a mantener pero que otros cambios
sí se llevarán a cabo. Tiemblen.
No es
la primera vez que sucede un acontecimiento semejante. En el otoño del año 2000
el mismo Ayuntamiento, aunque formado entonces por otro alcalde y diferentes
concejales, tuvo la malhadada idea de construir un aparcamiento debajo del
parque, operación urbanística de considerable envergadura que, entre otras
cosas, obligaría a suprimir la práctica totalidad de la vegetación existente
porque, como cualquiera sabe, los árboles suelen tener raíces que van por el
interior de la tierra, de la que se alimentan y si la tierra se sustituye por
bloques de hormigón, malamente van a poder cumplir esa función. Aunque los
jóvenes desconocen aquel episodio y los mayores seguramente lo han olvidado,
las cosas se plantearon tal como las digo; con lo que no contaban aquellos
insensatos es que pudiera pasar lo mismo que ahora: una enérgica reacción
ciudadana que arremetió con todos los mecanismos pacíficos posibles e hizo
inviable la absurda promesa de que, construido el aparcamiento, el parque
volvería a quedar tal cual, infundio que, como es lógico, no creyó nadie por lo
que no tuvieron más remedio que renunciar al proyecto.
Hay un
pequeño, pero importantísimo detalle, que en la situación actual cobra especial
relieve. El parque de San Julián (llamado entonces de Canalejas) fue diseñado
en 1914; al año siguiente se realizó la primera plantación y sirvió ya de
recinto para las fiestas; continuaron los trabajos y en 1916 se dotó de
iluminación. Con estas leves referencias quiero llegar a un punto clave: el
parque ha cumplido ya cien años y esa respetable cifra debería provocar respeto
y hacerlo intocable, como ocurre con los edificios, que al llegar a ser
centenarios reciben de inmediato la protección oficia30l que obliga a actuar en
todo momento con las necesarias cautelas. Hasta ahora, nadie se ha preocupado,
que yo sepa, de otorgar al parque de San Julián ningún tipo de protección ni
aparece incluido en relación alguna que venga a proporcionarle salvaguarda ante
posibles intervenciones que pretendan distorsionar su carácter y estructura.
Quienes tan alegremente toman decisiones como estas deberían recapacitar y
actuar con la prudencia que es siempre recomendable en tareas de buen gobierno.
Por dos veces, la opinión pública
conquense ha reaccionado de modo enérgico y eficaz para salvar el parque de San
Julián. No hay ninguna garantía de que, pasado el actual soponcio, no intenten
de nuevo destruirlo pensando que a la tercera puede ir la vencida. Es necesario
permanecer advertidos, por lo que pueda pasar.
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