20 01 2017 UN OSCURO FUTURO VACÍO DE GENTE
Un oscuro futuro vacío de gente
Verdaderamente,
hay serios motivos para estar preocupados ante el panorama demográfico que se
nos dibuja en el horizonte de la provincia de Cuenca y no solo porque los datos
ya existentes y contrastados a lo largo de los últimos años son lo que son y
nos hablan con la severidad incontestable de los números y los porcentajes,
sino y sobre todo porque no se aprecian indicios de que esa tendencia negativa
constante pueda ser corregida en un futuro ni a corto ni a largo plazo.
Los
análisis de población, como las predicciones de la evolución climatológica, son
ciencias ya muy desarrolladas, que solo raramente dejan espacio a sucesos
improvisados. Puede surgir, desde luego, una tormenta inesperada que provoque
el desbordamiento de un río, pero no es previsible, en modo alguno, que sobre un
pueblo o ciudad caigan de pronto cien o doscientos habitantes que hayan
decidido, en unos minutos, fijar allí su residencia e incrementar así la
población del lugar. Estas cosas suceden de manera razonable y los cambios se
ven venir.
“Los demógrafos dibujan en el mapa una
España sin futuro, un extenso territorio del interior repartido en 22
provincias como si fuera una gran mancha oscura donde el 30% de los habitantes
supera los 65 años. Es una España terminal” escribía Luis Gómez, hace apenas media docena de años, estableciendo
una definición lapidaria, en el inicio de un reportaje sobre la dramática
situación de media España, condenada a estar, a mitad de siglo, en unos niveles
poblacionales bajo mínimos. Pero no hay, no debe haber lugar a la sorpresa, porque
esto no es inesperado. En el ya lejano 1977, en la portada del último número de
la revista El Banzo, sobre un fondo
de titulares que recogían maravillosas noticias de progreso e inversiones en
otros territorios, insertábamos un pequeño recuadro cargado de amarga ironía: “Si es usted el último conquense en emigrar,
por favor: apague la luz al salir”. Estamos en trance, si esa tendencia no
se corrige, de llegar efectivamente al anunciado momento de la liquidación
total.
Ahí
está la clave del problema, el quid de la cuestión: cómo se puede corregir la
tendencia negativa, fijar la población que ya existe y atraer a nuevos
residentes. De vez en cuando nos llegan noticias de gestiones, conversaciones,
reuniones, planes, encaminados todos a conseguir mayores inversiones públicas
para mejorar dotaciones, infraestructuras y servicios. Pero tener mejores
carreteras, un AVE maravilloso, más escuelas y centros de salud son medidas que
ayudan a quienes ya estamos viviendo aquí, no son estímulos suficientes para impedir
que la gente se vaya ni para atraer a otros. Eso solo se logra con trabajo,
fundamentalmente en la industria, una aspiración que Cuenca perdió hace ya
mucho tiempo, cuando pasaron por aquí de largo los planes de desarrollo del
final del franquismo y fueron por completo ineficaces los inventos
democráticos, como Sodicaman o el Gran Área de Expansión Industrial de
Castilla-La Mancha, que no sirvieron absolutamente para nada. Y si no, a la
vista están los inútiles polígonos industriales que ocupan tantos miles de
metros cuadrados en las inmediaciones de una veintena de poblaciones, incluida
la capital.
Hay
aquí, ante nosotros, un verdadero desafío social y económico sobre el que oímos
buenas y prometedoras palabras. Nada sería más estimulante que pudieran
concretarse en hechos efectivos, suficientes para derrotar sin piedad a las
previsiones negativas. Ese esfuerzo solidario y colectivo sería capaz de
reinvertir la tendencia e impedir que esta provincia nuestra se convierta en un
desierto.
(En la imagen, una calle de Barbalimpia, con la iglesia al fondo)
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