29 07 2017 UN PARQUE TEMÁTICO SOLO PARA TURISTAS
Un parque temático solo para turistas
Si tuviera
que elegir un tema, un asunto o cuestión que debería colocar en primer lugar en
una lista de hechos fundamentales característicos del progreso humano y de
importancia excepcional en nuestra época, pondría el turismo, forma tópica con
la que en realidad calificamos algo mucho más profundo, la capacidad de viajar,
el sistema para aplicar el sueño eterno de poder ir de un sitio a otro. Más
allá de las invenciones tecnológicas, de la revolución signada por el acceso a
la información, de los viajes espaciales y otros asuntos similares que
cualquiera puede enumerar fácilmente, yo pondría (pongo ya), la capacidad casi
ilimitada para poder ir libremente de un sitio a otro y eso incluye en el
ámbito europeo un complemento que siempre me ha parecido una de las grandes
conquistas de la libertad: la posibilidad de pasar de un país a otro sin tener
que parar en las fronteras a cumplir el ridículo ritual que algunos todavía
recordamos y que es preciso seguir efectuando cuando viajamos a lugares fuera
de Europa, ceremonia que, aparte de perfectamente inútil es soberanamente
ridícula.
No quiero
extenderme aquí en remembranzas del pasado, en cosas que ocurrían en este país
hasta no hace mucho y aún hoy quedan por ahí personas que prácticamente no se
mueven de su terruño natal, convencidos de que fuera de él no van a encontrar
nada que merezca la pena o que sirva para enseñarles algo valioso. Como es
natural, en esto, como en todo, no es posible conseguir la unanimidad; cada
cual es muy dueño de actuar según sus criterios, pero frente a esas actitudes
cerriles, de vinculación ciega a lo propio, están los millones de jóvenes
inquietos que han hecho del viajar una costumbre cotidiana; entre ambos grupos
quedamos los adultos, los que procedemos de aquel tiempo en que viajar era algo
excepcional, una fiesta que se preparaba cuidadosamente durante semanas y que
agitaba nuestros espíritus esperando la llegada del momento destinado a vivir
experiencias inauditas: el primer pasaporte, la primera vez que subí en un
avión, la primera en que crucé una frontera, la primera que fui a Londres o a
Paris, cuando crucé por primera vez el Atlántico, todo ello seguido de muchas
primeras veces que ahora ya se amontonan una sobre otra formando un magma de
emociones y vivencias.
El turismo,
por usar el tópico asentado, o la capacidad para viajar, es, ya lo creo, una
enorme conquista de la humanidad que solo se puede valorar en su totalidad si
se piensa en lo contrario, esto es, en la imposibilidad de hacerlo, en la
tremenda limitación personal que se impone a quienes se les impide hacer un
ejercicio tan creativo y útil. Tanto se ha desarrollado que ahora hay lugares
en que estudian la conveniencia de limitar los accesos, abrumados por la enorme
cantidad de viajeros que llegan hasta ellos. Quizá es Venecia la ciudad que
vive con mayor intensidad la presión de los visitantes, pero también está
pasando en Barcelona y he encontrado igualmente pancartas de protesta en el
casco antiguo de Valencia. Leo que en Benidorm no tienen ningún problema por más
que las suyas sean las playas más saturadas de todo el Mediterráneo y explican
que se han organizado tan bien que a pesar de la multitud es una ciudad
perfectamente ordenada.
Para los
demás, incluido un sitio como Cuenca, el problema es acertar a compatibilizar
la afluencia de visitantes (aquí, cuantos más vengan, mejor: debe preocupar el
reciente informe que habla de una disminución de pernoctaciones de un año para
otro) con los derechos de los vecinos y eso es algo que aquí, desde luego, no
está resuelto, ni mucho menos y, lo que es peor, no parece existir una voluntad
expresa de buscar una solución que sirva para acomodar los intereses de unos y
de otros. Hace ya muchos años, en uno de sus lúcidos informes sobre el
urbanismo conquense, el profesor Troitiño señalaba ya el peligro de querer
convertir el casco antiguo de Cuenca en un parque temático. Pues a eso, me
parece, se van orientando algunas decisiones que se están tomando y que
aparecen acompañadas de la sutil voluntad de dejar al barrio sin vecinos, como
si estorbaran a la consecución de otros objetivos.
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