24 06 2017 EL ARTE DE LA REJERÍA EN EXPOSICIÓN CALLEJERA
El arte de la rejería en exposición
callejera
Ahora que
arranca definitivamente el verano, entre calores tórridos durante el día y
tormentas refrescantes por la tarde, comienza también el periodo más dinámico
para la Serranía de Cuenca y los pequeños pueblos que forman el animado rosario
de etapas a cubrir. Cualquiera de ellos invita a hacer un alto en el camino,
detenerse unos minutos (o un buen rato) y disfrutar. Por fortuna, hasta aquí no
han llegado las autovías ni los trenes de alta velocidad, utilísimos, sin duda,
unas y otros, pero no para ejercitar el amable, sosegado y enriquecedor
entretenimiento de viajar. Lo otro es ir de un sitio a otro, del principio al final,
como si en medio no hubiera nada.
Y lo hay.
Cada uno de estos pequeños pueblos serranos es un paraíso en sí mismo, un lugar
encantado, amable, acogedor, envuelto por un paisaje espectacular, en el que la
conocida combinación de vegetación, rocas y agua contribuye a formar el
escenario vital que ampara la edificación, sabiamente adaptada a la naturaleza
inmediata y ello por pura espontaneidad creativa, antes de que se inventaran
los planes de urbanismo y las normas constructivas. De todos los ejemplos
posibles me detengo en uno singular, Huélamo, porque me parece que no cuenta
con el soporte publicitario o la aceptación popular vigente en otros próximos,
quizá porque estos se encuentran a pie de carretera y el personal, vago y
comodón por naturaleza, prefiere acomodarse a lo que tiene más a mano, sin
esforzarse mucho. Y a Huélamo hay que ir, abandonando la carretera principal,
para subir una empinadísima cuesta en curvas zigzagueantes, merecedora de ser
final de etapa en una carrera ciclista.
Antes de eso,
el viajero tiene la oportunidad de experimentar la sorpresa de una visión
ciertamente espectacular. El pueblo se extiende horizontalmente, formando una
línea de casas blancas cubiertas por tejados rojos, en una alineación
semicurva, una especie de anfiteatro adaptado al terreno, situado en lo más
alto del cerro, en uno de cuyos extremos destaca el farallón rocoso en que
estuvo situado el antiguo castillo. Podría decirse que esta imagen inicial de
Huélamo, visto desde la distancia, es como una postal pintada, como un delirio
de la imaginación de un artista que volcó su fantasía en dibujar un poblado
digno escenario para un cuento de hadas o cualquier otro relato de invenciones
maravillosas. Pero no hay que dejar paso a los sueños, porque la imagen es real,
como se puede comprobar fácilmente cruzando el puente sobre el Júcar para
llegar, curva a un lado, curva al otro, hasta el corazón del lugar.
Las casas se
distribuyen en tres calles paralelas, muy largas, de extremo a extremo del
pueblo, situadas a distinta altura para adaptarse a la montaña, que se
comunican entre sí mediante escalinatas; la excepción es una pequeña explanada
situada en el centro, donde se sitúa el edificio municipal. Al final del pueblo
está la iglesia, sencilla y austera, de ese indefinido estilo rural que
identifica a las construcciones religiosas serranas; por encima de ella se
yergue, poderoso y dominante, el roquedo que fue a la vez fortaleza, hoy
prácticamente inexistente; por detrás de la iglesia, un parquecito y la ermita
del Pilar, con unas curiosas pinturas que dicen seguir la tradición
iconográfica bizantina. Hay fuentes, muchas fuentes, que el agua es generosa
por estas breñas serranas, aunque dicen los naturales que el año ha sido malo
en lluvias y nieves, y que eso se nota en los manantiales, menos briosos que en
tiempos anteriores.
Pero hay en
Huélamo un componente más, un añadido sobresaliente que lo convierte en pieza
singular dentro del conglomerado serrano. Porque naturaleza, paisajes, ríos y
montañas hay en todos estos parajes, pero en ninguno como aquí se puede
asistir, maravillado, a la considerable exposición de rejas que cubren una gran
cantidad de edificios. Probablemente ha sido una acción espontánea, asumida por
los habitantes de este lugar, pero cuando en otros sitios se dedicaron a
derribar casonas tradicionales y hacer almoneda de sus elementos constructivos,
en Huélamo hicieron lo contrario: conservar la rejería tradicional, de la que
hay docenas de ejemplares, de variados tamaños y diseños, formando un bellísima
exposición callejera que el viajero contempla con sentida admiración. Esta
riqueza decorativa, a la vez que funcional, bien merece quedar recogida en un
catálogo que sirva de resumen informativo y gráfico a la vez que de recuerdo
para, desde la lejanía, añorar la belleza de Huélamo.
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