24 08 2023 EL HERMOSO VALLE FLUVIAL DE SANTA CRUZ DE MOYA

 


Se cuentan por docenas los lugares de nuestra provincia que son castigados con el desconocimiento colectivo de los conquenses, encantados con ir siempre a los mismos sitios y repetir de manera incansable los méritos, justificados, que los adornan, mientras hay otros muchos, ciertamente encantadores y muy atractivos, inmersos en un secular olvido. Como sobre esto se han escrito ya bastantes páginas (yo mismo tengo algunas en mi colección personal) no seguiré insistiendo en argumentos que, por conocidos, ya son innecesarios y pasaré al tema directo y seguramente más práctico, que es poner la mirada en uno de esos pueblos que merece atención de sus olvidadizos paisanos.

       Santa Cruz de Moya está en un extremo del mapa provincial, tanto que si se descuida un poco se sale de él, pero ofrece algunas peculiaridades ciertamente curiosas. Por ejemplo, es el único pueblo conquense que está en el cauce del Turia, que por estas breñas serranas se ha llamado siempre Guadalaviar, aunque últimamente se está imponiendo el uso del primer topónimo, consecuencia lógica del creciente poderío que ejerce todo lo que tiene que ver con Valencia. Otro detalle curioso es que sus habitantes se organizan en forma dispersa, es decir, en varios núcleos de población, sistema muy habitual en las tierras del norte de España pero de muy escasos ejemplos en las nuestras y aquí tenemos uno muy atractivo porque a la presencia del pueblo principal se añaden otros de los que aún sobreviven tres, La Olmeda, La Higueruela y Las Rinconadas, todos ellos alineados a lo largo del cauce del río y ofreciendo unas verdaderamente atractivas imágenes, con una singular combinación de urbanismo, huertas y paisajes. No falta tampoco la curiosidad histórico-religiosa porque por una de esas anomalías territoriales que se producen de vez en cuando, en tiempos medievales Santa Cruz de Moya quedó adscrita al obispado de Albarracín y luego al de Segorbe. La única explicación plausible es que la conquista cristiana debió efectuarse por gentes de Aragón antes de que llegaran las castellanas y por ello se produjo esa adscripción diocesana, comprensible en aquel momento pero que debió corregirse cuando las cosas se estabilizaron. Pues no: ha habido que esperar a la segunda mitad del siglo XX para que Estado e Iglesia cayeran en la cuenta de que sería conveniente hacer coincidir los límites provinciales con los diocesanos y así esta parroquia, dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles, vino a unirse con sus hermanas naturales.

        Curiosa es también la conmemoración anual que aquí se hace, en otoño, para recordar la presencia y la actividad del maquis, que en estas sierras del Maestrazgo y Cuenca, tan ásperas como protectoras, encontró el terreno propicio para mantener activa durante unos cuantos años la utopía de que serían capaces de derribar al franquismo. Bandoleros para unos, héroes para otros, los guerrilleros son ahora figuras envueltas en un aura literaria, que Salvador F. Cava y sus colegas de la Gavilla Verde se encargan de reverdecer cada año y que se recuerda plásticamente con un monumento levantado en las afueras de pueblo. Claro que, como curiosidad, ninguna tan llamativa como que el nunca visto ferrocarril de Utiel a Teruel tenía señalada una estación en Santa Cruz de Moya. Cosas de la siempre sorprendente historia del ferrocarril en este país.

      Santa Cruz de Moya, el pueblo propiamente dicho, está situado en una de las laderas del valle que forma el río Turia, y ello le otorga una configuración en escalón, con calles empinadas y estrechas, tres de las cuales (Mayor, Real y del Horno) forman el entramado esencial, ya que cruzan el casco urbano de parte a parte, sobre todo la primera de ellas que lo hace en su totalidad, desde la entrada del pueblo hasta el cementerio. Cada una se encuentra a distinto nivel y se comunican entre sí por otras calles, más pequeñas y extraordinariamente empinadas, lo que proporciona a este segmento del pueblo un encanto singular, acrecentado por la apenas entrevista visión de algunas casas que reflejan el espíritu medieval. En la parte más alta se encuentra un poderoso espolón rocoso al que se le atribuye la presencia de un presunto castillo, del que no hay ningún rastro. En las calles antiguas quedan mínimos restos de construcción popular pero la mayor parte de la edificación ha sido modificada por las técnicas y necesidades modernas. En cuanto a la iglesia, generalmente el monumento más destacado en casi todos los pueblos, tiene poco valor arquitectónico, a lo que contribuye su complicada ubicación, encerrada entre calles, por lo que no hay modo de verla con cierta perspectiva. De origen medieval, es claro que no sobrevive nada de aquel periodo y sí de las sucesivas intervenciones posteriores que la incluyen en ese grupo heterogéneo al que se conoce como arquitectura popular, sin estilo definido.

     El río Guadalaviar (insistiré en su título autóctono) forma en las inmediaciones del pueblo una hermosa y riquísima vega, cultivada tradicionalmente y que viene a ser como un pequeño valle longitudinal encajado entre las montañas inmediatas, lo que da lugar a un microclima muy interesante, que favorece la presencia de una huerta generosa y el cultivo de frutales de tipo mediterráneo. Al valle se entra por un gran puente, que da acceso a La Olmeda y luego la carretera continúa en paralelo al cauce fluvial, hasta salir por un espectacular viaducto, una auténtica obra de romanos realizada en el siglo XX. Al otro lado está Valencia, pero en éste, el de acá, se quedan Santa Cruz de Moya y sus aldeas, una agrupación de pequeños poblamientos rurales dotados de una increíble belleza paisajística.

 

 

 

 

 

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