22 02 2024 UNA IMAGEN SERRANA EN MEDIO DE LA CIUDAD


Probablemente nadie lo diría, pero este edificio incorporado hoy sin problemas a la estructura urbanística de una ciudad moderna es, en realidad -lo fue en sus inicios- un fragmento de la Serranía trasladado hasta aquí para servir de elemento simbólico de lo que llegó a ser un auténtico imperio maderero. No recuerdo haber visto nunca a nadie detenido ante este inmueble, admirando su disposición o fotografiando sus detalles. Se puede decir, sin exagerar, que pasa inadvertido, como si no existiera, sin conseguir en momento alguno despertar la curiosidad de los viandantes y menos aún de los escasos turistas que se pierden por estos rincones. Por supuesto, ningún cartel indicador lo identifica y de esa manera mantiene una presencia anónima. Pues existe, está ahí, bien visible, en una esquina entre las calles Ramón y Cajal y Segóbriga y  merece que se preste alguna atención a la Casa Correcher, entre otros motivos por ese carácter simbólico de lo que fue esta ciudad y, sin que nadie parezca lamentarlo, ha dejado de ser, o sea, un emporio de la industria maderera.

      Fue construido hacia 1870, por iniciativa del industrial y político Juan Correcher, que abandonó su residencia en la parte alta de la ciudad para ocupar este edificio, dedicado a ser, además de vivienda del propietario, centro de actividad de la empresa especializada en la extracción y primera elaboración de la madera, por lo que se prepararon dependencias destinadas a albergar el material necesario. Por ello, su apariencia exterior es sobria y modesta, pero lo más llamativo es su extraordinaria estructura de madera de pino de la Serranía de Cuenca, de longitudes tales que pueden salvar grandes vuelos; los muros son de piedra, los cielos rasos de viguería, mientras que la techumbre apoya sobre una sorprendente trabazón de madera.

      El conjunto está formado por la casa propiamente dicha y las dependencias anejas, dentro de una tipología popular (piedra y madera) que tiene ya muy escasas muestras en la ciudad de Cuenca y menos en un espacio céntrico, sobre una superficie de unos mil metros cuadrados. Se compone de tres plantas hacia la calle principal y dos por el corral, estando destinada la baja a los animales y objetos de trabajo y la alta a la vivienda de las personas. En la fachada principal se abren dos grandes ventanas enrejadas y una gran portalada, mientras que en la planta principal hay tres balcones. En su interior se conservan elementos propios de la industria de la madera, como ganchos, calzado, vestuario e incluso un archivo de documentos relacionados con la actividad maderera. Tiene cubierta a dos aguas, con canales y cobijas de teja árabe.

    Junto al edificio principal había un pequeño huerto, hoy desamparado, con una fuente de piedra; desde este espacio se puede llegar a la cueva subterránea que servía de bodega para la conservación de alimentos frescos. En la parte superior se encuentra el corral, empedrado con guijarros de río, teniendo acceso todos estos espacios por la fachada posterior. Además, hay otras cuadras secundarias, pilón de lavar, pajar, cuarto de la matanza y una capilla, además de un gran portalón trasero para la entrada de carruajes.

    En el interior, la vivienda principal es sumamente atractiva (lo era al menos, cuando la conocí; quiero creer que sigue existiendo). Tras la puerta de entrada, formado por un portalón de dos hojas de madera, se accede a la gran cuadra, que ocupa la mayor parte del espacio de la planta baja. Desde aquí se aprecia perfectamente y en detalle la poderosa estructura de madera que soporta toda la construcción. Contiene un riquísimo patrimonio de carácter popular: elementos ligados a la carretería, como arreos, sillas de montar y carrozas, muebles domésticos, útiles de cocina y comedor, piezas de cerámica, cobre, pinturas, banco de carpintero, cocina de carbón, estufa de leña, herramientas usadas en la corta de madera y su transporte, ganchos de conducción de las maderadas y dos trinquibales (para arrastrar las maderas hasta el río) únicos en España. La colección tiene el mérito de su autenticidad en el propio lugar, pues no se trata de piezas adquiridas por un coleccionista caprichoso, sino que son objetos que siempre estuvieron ahí, cumpliendo una función doméstica o laboral. A ello hay que añadir la documentación propia de la industria, como libros de registro de trabajadores, sueldos, cortas de madera, etc., incluido el despacho portátil que llevaba Correcher para hacer los pagos sobre el propio terreno en el monte.

      El edificio formaba parte de un espacio que en la actualidad aparece totalmente modificado: allí estaban la Glorieta, el convento de San Francisco, el Pósito, la Casa de las Rejas, el mausoleo del 15 de julio y, enfrente, se levantó el Banco de Cuenca, en otro edificio muy significativo; la construcción del Palacio Provincial en el jardín de la Glorieta y la desaparición a lo largo del siglo XX de algunos edificios significativos, ha cambiado por completo ese espacio urbano, en el que sobrevive, casi mágicamente, la Casa Correcher.

      Hay lugares civilizados y cultos en los que se concede protección a edificios como este, que merecen ser señalados con una identificación adecuada y que sirven para ilustrar la historia de una ciudad, más allá de la palabrería vacua que se expande por los libros. A los niños actuales, que ignoran por completo cuestiones tales como la importancia del patrimonio forestal que posee esta ciudad y que ya no contemplan el espectáculo, muy frecuente hasta hace pocos años, de enormes camiones transportando grandes troncos de pinos recién cortados o el de largos convoyes de ferrocarril arrastrando igualmente vagones cargados de madera, una visita al interior de la Casa Correcher sería de una enorme utilidad, con la misma vitalidad que transmite cualquier museo que ofrece, visualmente, una imagen muy didáctica del pasado.

      En 1994, por iniciativa de Manuel Osuna, entonces delegado provincial de Cultura, se inició el expediente para declararla Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento. Quién sabe por qué (¿o sí se sabe?) el expediente no prosperó. Los edificios civiles tienen mala suerte en Cuenca. Si fuera una iglesia, ya sería monumento.

 

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