09 03 2023 OTRA INSTALACIÓN QUE PASA A LA HISTORIA
Comprendo perfectamente que en los tiempos que corren las normas urbanísticas aconsejen desplazar fuera de los centros urbanos aquellos elementos que, por sus características y finalidad, sirven para el desarrollo de actividades que tienen poco que ver con lo que se espera sea cosa propia de una ciudad y menos aún si, como sucede en nuestro caso, la ciudad en cuestión, Cuenca, tiene ínfulas de una gran urbe, a la que interesa alejar lo más lejos posible cualquier señal que estorbe ese planteamiento. Eso, como digo, es un concepto razonable y asumible, pero ello no impide que algunos, entre los que me cuento, asistamos con algo de nostalgia al inmediato desmantelamiento de la Fábrica de Harinas que en la calle Hermanos Becerril, todavía llamada por muchos carretera de Valencia, vive sus últimas semanas de existencia antes de que esa imagen, tan conocida por varias generaciones, desaparezca de manera definitiva y pase a convertirse en fotografía de recuerdo a la que mirar de vez en cuando en el futuro, en esos periódicos intentos de recuperar el pasado.
Ya fue duro, hace unos años, la
eliminación del silo agrícola que había precisamente al lado de esta fábrica y
que era, desde luego, una anomalía funcional en un entorno urbano como el
nuestro. Afortunadamente, esas instalaciones continúan existiendo en muchos
lugares de la provincia, aportando una imagen de elegante altivez que se dibuja
sobresaliendo por encima de las techumbres de los demás edificios. Siempre me
ha gustado ver y fotografiar esos elementos que por su disposición forman parte
del paisaje de lugares tan entrañables. Pienso ahora en los dos que hay en
Tarancón, o el que en Motilla está a la salida de la carretera de Albacete, o
el de Torrejoncillo del Rey, o el de La Almarcha… por citar algunos que se
mantienen en pie sin un propósito determinado, salvo el de Chillarón, adaptado
para servir de campo de entrenamiento deportivo y así aún sirve para algo, al
lado mismo de la ya inútil estación del ferrocarril. El silo de Cuenca no tuvo
tanta suerte: fue eliminado de la noche a la mañana y que yo recuerde, nadie se
rasgó las vestiduras.
Tampoco ocurrirá ahora salvo, como digo
más arriba, entre los amigos de los sentimientos nostálgicos. En realidad, se
imponen las razones de peso, las mismas que eliminaron la Resinera, o la
fábrica de Cuberg, o la Municipal de Maderas, que ciertamente eran un
anacronismo en medio de bloques de viviendas, oficinas públicas o ristras de
adosados, que es lo que realmente se impone en ese espacio. La instalación de
la Panificadora Conquense ha resistido hasta estos momentos pero su destino
estaba escrito y finalmente hace las maletas y se va a otra zona más adecuada,
donde (espero) cumplirá sus primeros cien años de vida, porque se constituyó
como sociedad anónima en 1936, contando desde el comienzo, según cuentan las
crónicas, con los más modernos elementos técnicos entonces conocidos para
llevar a cabo todos los mecanismos relacionados con la molienda y la preparación
de la harina. En esos inicios aún no contaba con la fábrica que ahora se
clausura, que realmente quedó instalada en este paraje en 1954, en lo que
entonces eran (así se decía en las crónicas informativas) las afueras de la
ciudad y ahora es ya prácticamente una zona céntrica. La inauguración, se
relata, contó con la presencia de las máximas autoridades del momento,
tanto a nivel local como provincial, muy satisfechos todos de lo que se
presentaba como un símbolo de progreso y modernización, además de su valor añadido
en el terreno laboral, detalle que siempre se agradece teniendo en cuenta que
es un capítulo extraordinariamente delicado, antes y ahora.
Los amigos (que son
muchos) de coleccionar imágenes relacionadas con la evolución edificatoria de
esta ciudad deben apresurarse para captar las de esta instalación que está a
punto de pasar a la historia, que no al olvido, precisamente gracias a esa
labor recopilatoria que de vez en cuando nos devuelve, a través de las fotos,
el conocimiento de lo que fue y no conocerán las generaciones próximas.
La desaparición de
estas instalaciones va a ser especialmente sentida por un colectivo muy
concreto, que desde hace algún tiempo ha encontrado en las cumbreras de estos
edificios un lugar adecuado para acomodarse. No se si en la fotografía se puede
apreciar con nitidez, pero ahí, en lo más alto, plácidamente reposando sobre
los tejados, hay cientos de palomas, tan felices ellas amodorradas al tranquilo
y suave sol del mediodía invernal en el que, pese a todo, se anuncia la
inmediata llegada de la primavera.
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