31 03 2018 SILENCIO ENTRE LOS MUROS DE SAN MIGUEL
Silencio entre los muros de San
Miguel
El 17 de abril de 1962, martes santo (aquel año la
celebración fue muy tardía), la iglesia de San Miguel abría sus puertas por
primera vez para que, casi pisando los talones de los operarios que apenas unas
horas antes habían terminado los últimos retoques, entrara un público entre
curioso y escéptico, para experimentar en sus propias sensaciones lo que estaba
a punto de ocurrir. Como sucede con todo descubrimiento o innovación, el título
no aventuraba realmente lo que había tras él y, menos aún, hasta dónde se
podría llegar, si era algo llamado a evaporarse con la fugacidad de lo inútil o
tendría fuerzas para prolongarse en el tiempo y, casi, en el espacio.
Se
ha contado ya muchas veces, pero estas cosas conviene repetirlas, porque la
memoria es frágil y la de las nuevas generaciones prácticamente no existe,
convencidas de que solo lo nuevo e inminente tiene algún valor. La iglesia de
San Miguel había sido restaurada por el Estado con proyecto y dirección del
arquitecto Fernando Chueca Goitia y era el primer edificio monumental que
Cuenca podía recuperar, después de los desastres acumulados durante los dos
siglos anteriores. Tras este proceso, se abría la duda sobre qué destino dar a
un edificio cuya utilidad era muy limitada y en una ciudad que carecía de
cualquier preocupación vinculada con actividades culturales. Una concatenación
de felices ideas puso sobre la mesa la que habría de ser definitiva: una Semana
de Música Religiosa. Citaré los artífices: el musicólogo Antonio Iglesias,
verdadero padre intelectual del proyecto; el gobernador Eugenio López y el
alcalde Rodrigo Lozano. Se la jugaron a una carta y el envite salió bien.
No
había calefacción, las ventanas cerraban mal y aún se respiraba la humedad de
las obras, pero la iglesia se llenó, de bote en bote, con las autoridades en
cabeza. En el escenario, Federico Muelas, con su habitual y reconocido
entusiasmo, hizo una especie de pregón para aventurar el hermoso futuro que
esperaba a esta ciudad, si era capaz de apostar por lo que realmente tiene
valor (la cultura) y no por sandeces intrascendentes de tres al cuarto. Luego,
en el escenario, el Coro de Radio Nacional de España, dirigido por Alberto
Blancafort, entonó las primeras melodías, las que abrían la Semana de Música
Religiosa de Cuenca: la Pasión según San
Mateo, de Francisco Guerrero; Jacobo
se lamentaba, de Cristóbal de Morales y el tremendo Oficio de difuntos, de Tomás Luis de Victoria. Al día siguiente, el
turno fue para la Orquesta Filarmónica de Madrid y el Coro de RNE, bajo la
dirección de Odón Alonso. Al ya citado Alberto Blancafort le correspondió el
encargo de la primera obra de estreno, que se oyó el viernes santo.,
Desde
entonces, y hasta el año pasado, la iglesia de San Miguel ha sido un escenario
permanente para los conciertos de la Semana. Al principio, en exclusiva; luego
coexistiendo con la iglesia de San Pablo y, desde 1994, compartiendo
protagonismo con el Teatro Auditorio. Pero siempre San Miguel ha abierto sus puertas
para algunos conciertos y el público ha acudido allí no solo atraído por el
interés musical sino también con una carga de sentimentalismo que ese singular
recinto despierta siempre, por su belleza, por la impecable sonoridad, por el
recogido ambiente que proporcionan sus muros, por disfrutar del impagable
espectáculo de la hoz del Júcar y San Antón en el crepúsculo del día. San
Miguel y la Semana formaban una unidad en apariencia indisoluble. Hasta este
año, en que la iglesia, restaurada para la música, ha sido castigada a no
recibir ningún concierto de la Semana. Seguramente, sus piedras están llorando.
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