LAS ESTRELLAS ILUMINAN EL CIELO Y LA TIERRA DE BONILLA

Aquí estamos otra vez, cruzando las siempre hermosas tierras de la Alcarria, una vez que desde Cuenca se superan los Altos de Cabrejas y quedan atrás las curvas que se adaptan a esa enrevesada topografía. La carretera todavía se puede considerar nueva, de pocos años. Es curioso señalar que no existía ningún tipo de comunicación directa aceptable entre la capital y Huete, sino que era preciso un largo desvío, por Carrascosa del Campo, situación que se solventó cuando el Iryda trazó por aquí un camino agrícola que, como es natural, de inmediato comenzó a ser utilizado por el tráfico ordinario y que sirvió de base para ya, en tiempos modernos, construir la carretera que hoy tenemos a la vista. Es una vía cómoda, de suave trazado, sin estridencias. Por supuesto, ayuda la naturaleza del terreno, el amable valle diseñado por el río Mayor, que sigue su tranquilo curso en paralelo al asfalto. Estamos penetrando en el territorio de la Alcarria de Cuenca, quizá minusvalorada porque el gran pregonero de estos parajes, pueblos y caminos, Camilo José Cela, decidió transitar sólo por la Alcarria de Guadalajara y ella se llevó honores y fama, dejando en opaco silencio a su hermana situada más al sur, por la que ahora vamos a transitar.

El valle del Río Mayor se abre con generosa amplitud. En la parte izquierda de la carretera, suaves lomas cubiertas de vegetación, de huertas, de árboles frutales, con cerros en los que se asientan los cascos urbanos. Al otro lado, hacia la derecha, enfrente, la roca es más áspera, casi serrana, aunque no alcanza este carácter por la suavidad de las formas, pues la erosión ha ido eliminando las aristas y arideces que pudieran existir (y existieron) hace millones de años. En medio, cruzando el valle, van paralelos el río  y la línea férrea, imperceptible, como sepultada en la tierra. Hasta que quienes mandan y nos gobiernan tuvieron la desdichada idea de eliminar el ferrocarril, por un absurdo capricho, sin que hubiera motivos objetivos y razonables para ello, era un espectáculo muy agradable ver cruzar el tren por estos parajes. Cierto que tal cosa ocurría muy de tarde en tarde, porque esta fue siempre una línea abandonada, maltratada por los poderes públicos, pero este humilde tren provinciano, solucionaba problemas muy concretos a los habitantes de los pequeños pueblos del trayecto, aunque no pudiera proporcionar cuantiosos ingresos ni engrosar la cuenta de resultados de la empresa ferroviaria. Y, aparte eso, visualmente era una escena muy sugerente, de las que se prestan a fotografiara una y otra vez.

Corramos el tupido velo que dice el tópico y sigamos adelante, hasta llegar a Caracenilla, punto en que es preciso abandonar esa carretera y tomar otra más secundaria, por la que se llega a Bonilla, un pueblo, como tantos otros, de ínfimas dotaciones demográficas. El lugar actual procede de la época de la repoblación emprendida por la corona de Castilla tras la conquista de este territorio a finales del siglo XII y por colonos impulsados desde el alfoz de Huete, ciudad con la que siempre mantuvo lazos de cercanía hasta que modernamente, en ese apresurado proceso de fusiones municipales, la historia de Bonilla volvió al comienzo y quedó absorbida por el municipio optense, en el que ahora dormita como una pedanía más.

Urbanísticamente, el pueblo no tiene mucho que ofrecer, porque su estructura es sencilla, sin alharacas llamativas, salvo por dos detalles que bien merecen unas palabras de atención. Uno es la iglesia parroquial; otro, el que fue monasterio del Padre Eterno, una de esas curiosas construcciones que aparecen de vez en cuando en algún lugar, sin que se sepa muy bien por qué. En realidad, en este caso sí se sabe: fue una iniciativa del obispo Pedro García de Galarza (al que luego dedicaré unas palabras), natural de Bonilla, donde tuvo residencia en forma de casa palaciega y en la que ordenó levantar este edificio conventual, del que ya solo se conservan algunas venerables ruinas, utilizadas para disponer entre los muros una especie de recinto polideportivo. Era un edificio rectangular, con una elegante portada orientada al este, que se encuentra nada más llegar al pueblo, con dos portadas, en una de las cuales es visible el escudo del fundador, sobre el que se sitúa un relieve del Padre Eterno.

El otro inmueble valioso es la iglesia parroquial dedicada, como tantas otras, a Nuestra Señora de la Asunción, empezada a construir a mediados del siglo XVI continuando las obras hasta la última parte de esa centuria, aunque luego hubo obras posteriores, porque las tres naves que tenía entonces se modificaron para dejar una sola, un poco desproporcionada, porque el presbiterio presenta un volumen de dimensiones mayores que la mencionada nave. La portada, de trazado clásico, mediante arco de medio punto, se orienta al mediodía. Hay además una ermita, dedicada a san Roque, pequeña pero muy atractiva. En cambio ha desaparecido otras que mencionan las crónicas antiguas y que tenía la advocación de santa Águeda.

Y como lo prometido es deuda, vamos a decir un par de palabras sobre Pedro García de Galarza (1538-1604), nacido en Bonilla y muerto en Coria, de donde fue obispo a partir de 1578 y que promovió la creación de un nuevo obispado, el de Coria-Cáceres, eficaz gestión que encontró el adecuado reflejo urbanístico. Los numerosos visitantes de estas dos localidades extremeñas hemos encontrado en ellas repetidas alusiones, en forma de escudos o leyendas, hacia este prelado que se caracterizó por un acusado dinamismo emprendedor. Catedrático por breve tiempo en la Universidad de Salamanca, dotado de una profunda formación humanística, ilustrado a la vez que sensible ante las artes, le correspondió aplicar en su diócesis los postulados del concilio de Trento, tarea en la que encontró alguna oposición por parte de las órdenes religiosas. En efecto, tuvo que lidiar con el duque de Alba, que ejercía el patronato en una de ellas y con el que consiguió firmar una concordia; logró también acuerdos con el polémico enclave religioso-militar de la Orden de Alcántara y consiguió controlar al cabildo catedralicio, algo díscolo ante las nuevas normas. Amigo personal de Felipe II, colaboró con el monarca en diversas gestiones diplomáticas especialmente vinculadas con el reino de Portugal, por entonces incorporado a la corona española; de hecho, el rey se alojó en casa del obispo en 1583 cuando volvía de ser coronado en Lisboa. Fue enterrado en la catedral de su diócesis, en una capilla que contiene un magnífico mausoleo renacentista en el que se encuentra una estatua de mármol en actitud orante, obra ahora parcialmente oculta porque más tarde se hizo un nuevo retablo mayor que impide su diáfana contemplación. El escudo del obispo García de Galarza tallado en piedra puede contemplarse en la subida a la parte alta de Cuenca, en la pared frontera de la Escalinata de la Madre de Dios.

No solo de historia y recuerdos viven en Bonilla. A unos tres kilómetros del pueblo se encuentra el Mirador de las Estrellas, un área de observación astronómica que parece especialmente dotado para que los aficionados a esta actividad encuentren un espacio apropiado y que incluso tiene su celebración anual.

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