LAS ESTRELLAS ILUMINAN EL CIELO Y LA TIERRA DE BONILLA
Aquí estamos otra vez, cruzando las siempre hermosas
tierras de la Alcarria, una vez que desde Cuenca se superan los Altos
de Cabrejas y quedan atrás las curvas que se adaptan a esa enrevesada
topografía. La carretera todavía se
puede considerar nueva, de pocos años. Es curioso señalar que no existía ningún
tipo de comunicación directa aceptable entre la capital y Huete, sino que era
preciso un largo desvío, por Carrascosa del Campo, situación que se solventó
cuando el Iryda trazó por aquí un camino agrícola que, como es natural, de
inmediato comenzó a ser utilizado por el tráfico ordinario y que sirvió de base
para ya, en tiempos modernos, construir la carretera que hoy tenemos a
El valle del Río Mayor se abre con generosa amplitud. En
la parte izquierda de la carretera, suaves lomas cubiertas de vegetación, de
huertas, de árboles frutales, con cerros en los que se asientan los cascos
urbanos. Al otro lado, hacia la derecha, enfrente, la roca es más áspera, casi
serrana, aunque no alcanza este carácter por la suavidad de las formas, pues la
erosión ha ido eliminando las aristas y arideces que pudieran existir (y
existieron) hace millones de años. En medio, cruzando el valle, van paralelos
el río y la línea férrea, imperceptible,
como sepultada en la tierra. Hasta que quienes mandan y nos gobiernan tuvieron
la desdichada idea de eliminar el ferrocarril, por un absurdo capricho, sin que
hubiera motivos objetivos y razonables para ello, era un espectáculo muy
agradable ver cruzar el tren por estos parajes. Cierto que tal cosa ocurría muy
de tarde en tarde, porque esta fue siempre una línea abandonada, maltratada por
los poderes públicos, pero este humilde tren provinciano, solucionaba problemas
muy concretos a los habitantes de los pequeños pueblos del trayecto, aunque no
pudiera proporcionar cuantiosos ingresos ni engrosar la cuenta de resultados de
la empresa ferroviaria. Y, aparte eso, visualmente era una escena muy
sugerente, de las que se prestan a fotografiara una y otra vez.
Corramos el tupido velo que dice el tópico y sigamos
adelante, hasta llegar a Caracenilla, punto en que es preciso abandonar esa
carretera y tomar otra más secundaria, por la que se llega a Bonilla, un
pueblo, como tantos otros, de ínfimas dotaciones demográficas. El lugar actual procede de la época de la repoblación
emprendida por la corona de Castilla tras la conquista de este territorio a
finales del siglo XII y por colonos impulsados desde el alfoz de Huete, ciudad
con la que siempre mantuvo lazos de cercanía hasta que modernamente, en ese
apresurado proceso de fusiones municipales, la historia de Bonilla volvió al
comienzo y quedó absorbida por el municipio optense, en el que ahora dormita
como una pedanía más.
Urbanísticamente, el pueblo no tiene
mucho que ofrecer, porque su estructura es sencilla, sin alharacas llamativas,
salvo por dos detalles que bien merecen unas palabras de atención. Uno es la
iglesia parroquial; otro, el que fue monasterio del Padre Eterno, una de esas
curiosas construcciones que aparecen de vez en cuando en algún lugar, sin que
se sepa muy bien por qué. En realidad, en este caso sí se sabe: fue una
iniciativa del obispo Pedro García de Galarza (al que luego dedicaré unas
palabras), natural de Bonilla, donde tuvo residencia en forma de casa palaciega
y en la que ordenó levantar este edificio conventual, del que ya solo se
conservan algunas venerables ruinas, utilizadas para disponer entre los muros
una especie de recinto polideportivo. Era un edificio rectangular, con una
elegante portada orientada al este, que se encuentra nada más llegar al pueblo,
con dos portadas, en una de las cuales es visible el escudo del fundador, sobre
el que se sitúa un relieve del Padre Eterno.
El otro inmueble valioso es la
iglesia parroquial dedicada, como tantas otras, a Nuestra Señora de la
Asunción, empezada a construir a mediados del siglo XVI continuando las obras
hasta la última parte de esa centuria, aunque luego hubo obras posteriores,
porque las tres naves que tenía entonces se modificaron para dejar una sola, un
poco desproporcionada, porque el presbiterio presenta un volumen de dimensiones
mayores que la mencionada nave. La portada, de trazado clásico, mediante arco
de medio punto, se orienta al mediodía. Hay además una ermita, dedicada a san
Roque, pequeña pero muy atractiva. En cambio ha desaparecido otras que
mencionan las crónicas antiguas y que tenía la advocación de santa Águeda.
Y como lo prometido es deuda, vamos
a decir un par de palabras sobre Pedro García de Galarza (1538-1604), nacido en
Bonilla y muerto en Coria, de donde fue obispo a partir de 1578 y que promovió
la creación de un nuevo obispado, el de Coria-Cáceres, eficaz gestión que
encontró el adecuado reflejo urbanístico. Los numerosos visitantes de estas dos
localidades extremeñas hemos encontrado en ellas repetidas alusiones, en forma
de escudos o leyendas, hacia este prelado que se caracterizó por un acusado
dinamismo emprendedor. Catedrático por breve tiempo en la Universidad de
Salamanca, dotado de una profunda formación humanística, ilustrado a la vez que
sensible ante las artes, le correspondió aplicar en su diócesis los postulados
del concilio de Trento, tarea en la que encontró alguna oposición por parte de
las órdenes religiosas. En efecto, tuvo que lidiar con el duque de Alba, que
ejercía el patronato en una de ellas y con el que consiguió firmar una
concordia; logró también acuerdos con el polémico enclave religioso-militar de
la Orden de Alcántara y consiguió controlar al cabildo catedralicio, algo díscolo
ante las nuevas normas. Amigo personal de Felipe II, colaboró con el monarca en
diversas gestiones diplomáticas especialmente vinculadas con el reino de
Portugal, por entonces incorporado a la corona española; de hecho, el rey se
alojó en casa del obispo en 1583 cuando volvía de ser coronado en Lisboa. Fue
enterrado en la catedral de su diócesis, en una capilla que contiene un
magnífico mausoleo renacentista en el que se encuentra una estatua de mármol en
actitud orante, obra ahora parcialmente oculta porque más tarde se hizo un
nuevo retablo mayor que impide su diáfana contemplación. El escudo del obispo
García de Galarza tallado en piedra puede contemplarse en la subida a la parte
alta de Cuenca, en la pared frontera de la Escalinata de la Madre de Dios.
No solo
de historia y recuerdos viven en Bonilla. A unos tres kilómetros del pueblo se
encuentra el Mirador de las Estrellas, un área de observación astronómica que
parece especialmente dotado para que los aficionados a esta actividad encuentren
un espacio apropiado y que incluso tiene su celebración anual.

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