LA FUENTE DE LOS MILAGROS, EMBLEMA DE BUCIEGAS
Los cronistas viajeros tienen –tenemos- algunos problemas; básicamente uno: creer que lo visto y descrito en un momento determinado puede tener una vigencia prolongada, más allá de ese instante concreto en que se sitúa ante una realidad específica, la que se está captando desde la creencia de que esa visión puede perdurar indefinidamente. Si eso no ocurre, el cronista queda desairado cuando puede comprobar que la realidad siguiente ya no es la misma que fue. Es lo que me sucede viendo el actual Buciegas tras leer una de esas crónicas amargas, escrita no hace más de 30 o 40 años (no diré el nombre del pecador, que sin duda actuaba de buena fe en aquel momento) pero me siento a gusto ahora viendo con mis propios ojos que aquel relato tan deprimente ya no tiene vigencia.
Buciegas sigue siendo, desde luego, el más pequeño término municipal de toda la provincia, con sólo 8,95 kilómetros cuadrados de superficie ondulada, como corresponde a la zona alcarreña en que se encuentra enclavado y que oscila en altitudes próximas a los 800 metros, un espacio por el que discurre el río Viejo, que recibe los aportes de varios arroyos y barrancos formados por aguas de temporal. Y es también, como casi se puede adivinar sabiendo que el pueblo está situado en el corazón de la Alcarria, un lugar castigado por la despoblación y por tanto con un insignificante número de habitantes residentes, que cosa muy distinta es lo que pasa los fines de semana y fiestas, cuestión que, por archisabida en todas partes, no necesita de más literatura.
Aunque en este pequeño espacio hay
numerosos puntos en que se han encontrado restos antiguos, lo más natural es
que el pueblo surgiera, como casi todos los de esta zona, con la repoblación de
los siglos XII y XIII, pero hay una particularidad, que cuenta con todo detalle
el historiador del pueblo, Antonio Checa, quien explica que el lugar quedó
despoblado a causa de la peste, por lo que a fines del siglo XV se produjo una
segunda repoblación, con gentes llegadas de Vindel y Torralba que entonces sí
fueron capaces de dar forma definitiva al sitio.
Todo aquí es pequeño, pero tan limpio, tan ordenado en su disposición
urbanística, que bien puede ponerse como ejemplo para otros de mayor entidad y
menos gusto. Lo primero que llama la atención es la disposición compacta de las
viviendas, correctamente agrupadas unas junto a otras, sin dejar espacio para
solares vacíos o ruinosos; a continuación es muy digna la valoración de una
arquitectura sencilla, limpia, sin alardes decorativos, pero que rezuma orden y
cuidado, con un pavimento verdaderamente bien dispuesto, con gusto estético; y
a ello se debe añadir la hermosa rotulación de las calles, con unos mosaicos
tan dignos y bien trazados que pueden servir de ejemplo (y envidia) a otros
muchos pueblos de mayor entidad y menos detalles.
Han tenido tanto sentido común los
regidores de Buciegas que han obviado entrar en el terreno pantanoso de nombres
de postín para bautizar las calles, que aquí tienen un envidiable sabor
popular. La más larga, que cruza el pueblo de parte a parte, está dividida en
tres sectores: calle de Arriba, calle de Enmedio y calle de Abajo. Más sencillo
y claro, imposible. Entre los dos primeros sectores se sitúa la que
pomposamente se llama Plaza Mayor y que, en realidad, no tiene nada de plaza,
sino que es también otro fragmento de calle en la que se ubica la parte
posterior de la iglesia, que también tiene su propia vía urbana, la que nace en
la plaza y se desliza cuesta abajo hacia los huertos.
La iglesia, dedicada a San Pedro ad Víncula (San Pedro encadenado, en alusión al momento en que el primer apóstol fue apresado por los romanos) es una fábrica sólida a la vez que severa, propia del Renacimiento inicial, con líneas clásicas y sin alardes decorativos. La portada principal está precedida de un atrio empedrado en el que destaca la presencia de un crucero, formado por un soporte pétreo rematado por una cruz de hierro. La portada se forma con un arco de medio punto entre pilastras con un frontón superior en cuyo interior hay una pequeña hornacina con una también diminuta imagen del Niño y que aparece flanqueado por dos típicas bolas herrerianas. Dos potentes contrafuertes se apoyan en los muros tanto por este lado como por el posterior. A los pies del edificio se levanta la espadaña sobre un muro austero, severo, como corresponde a la fábrica pétrea que conforma esta arquitectura de trazo renacentista, sin alharacas decorativas.
El resto de calles sigue una nomenclatura popular: del Horno, Boleo, Molinos (de los que no parece sobrevivir ninguno) y una de nombre tan extraño como atractivo: calle Junza. El viajero, curioso como es, pregunta por el significado de un término que no aparece en el diccionario ni parece responder a un concepto determinado. Porque aquí se juntaban las corrientes de agua cuando bajaban desde lo alto, me dicen y oigo con cierta incredulidad. La siempre conveniente consulta a María Moliner tampoco despeja las dudas, porque vincula el término a las plantas juncáceas, cosa que aquí no tiene ningún sentido. Pero ahí está y ahí sigue la calle, junto al nuevo centro social y cultural que se acaba de construir y que, como es natural, reluce con el brillo lustroso que tiene todo lo recién terminado.
Por aquí está también el edificio municipal, sencillo pero muy digno, pintado de un brillante color amarillo, en el que contrastan las banderas de rigor; tiene cuatro ventanas rectangulares y un amplio balcón central en el primer piso. Pero lo más interesante de Buciegas, lo más novedoso también, es el largo Paseo de los Huertos que discurre por la parte baja de la población, abarcándola por completo de parte a parte, para formar una línea de contacto entre las viviendas y el campo abierto, donde hubo antaño una buena colección de huertos, como si cada familia tuviera el suyo. El paso del tiempo los fue abandonando, pero ahora hay una benemérita intención, la de recuperarlos, y para ello han empezado por identificar los espacios, con los nombres de quienes fueron –y seguramente siguen siendo- sus ocupantes. Si la buena intención prospera, en pocos años será posible que el título adjudicado al Paseo sea realmente lo que proclama. Más difícil, me parece, poder recuperar las antiguas cuevas de vino, que también por aquí tuvieron presencia activa pero que ahora han pasado a mejor vida, salvo que alguien haga lo que se me antoja como imposible.
Al final aún nos espera una
agradable sorpresa: la fuente de los Milagros que sigue manando agua con una
fuerza considerable por los ocho surtidores que abastecen a otras tantas pilas
de lavar, protegidas por una techumbre; en la parte posterior se encuentra el
alargado pilón adecuado para abrevar los animales. Es un rincón muy agradable,
desde el que se transpira el aroma de un íntimo carácter acogedor. Y con esa
impresión sosegada podemos retornar a la carretera por donde seguir y cruzar
estos campos en los que es posible encontrar al unísono sosiego y estímulos
sensoriales que ofrece con generosidad la abundante flora natural que ilustra
estos parajes.
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