UNA REFERENCIA PERMANENTE A LOS DANZANTES, EN BELINCHÓN

 


Cuando se viaja por carretera en dirección a Madrid una vez se pasa Tarancón y avanzan los kilómetros hacia la capital de España, se dibuja en el horizonte, ofreciendo una potente imagen de señorío y dominio, la villa de Belinchón, con su iglesia parroquial situada en posición adelantada, como si fuera un baluarte, a la vez protector y vigilante. Desde la dirección que lleva el viajero no es imaginable lo que espera dentro del recinto urbano, uno de los más interesantes de cuantos constituyen el repertorio provincial.

De lugar muy antiguo califican a Belinchón quienes contestaron al interrogatorio de Felipe II en 1576, fecha en la que ya se había cortado la primitiva vinculación con el arzobispado de Toledo, que ejercía el señorío del lugar, en épocas en que aún existía un castillo del que hoy no queda en pie ni una piedra y en el que, según cuentan las crónicas, intentó refugiarse el desdichado infante Sancho, hijo de Alfonso VI, cuando a finales de mayo de 1108 huía de los musulmanes tras ser derrotado en Sicuendes, esperando encontrar apoyo entre los mozárabes de Belinchón, sin conseguirlo, porque antes perdió la vida. El castillo estuvo situado en el mismo lugar en que actualmente se levanta la iglesia (según ha contado Marino Poves, que sabe mucho de las cosas y costumbres de Belinchón, incluyendo lo relativo al Fuero con que contó la villa)

El centro neurálgico es la plaza, de planta cuadrada en la que se alineaban antiguamente los soportales formados por moreras, acacias y el árbol del Paraíso, pero en la remodelación llevada a cabo en épocas modernas los soportales han desaparecido y en su lugar queda el espacio que ahora se puede ver, con el edificio del Ayuntamiento formando el frontal principal y en el centro una fuente, construida en los años 50 para traer las aguas hasta el pueblo. Es un bien trazado pilón circular con un pedestal central sobre el que se levanta una elegante farola de cuatro brazos. Justo enfrente del Ayuntamiento se abre una calle escalonada (calle Arco) en cuyo sector central se encuentra una figura escultórica que reproduce la figura de un danzante, un elemento recurrente del que encontraremos referencias constantes a lo largo del paseo callejero, incluyendo un mueso propio situado en la planta superior del edificio municipal, la antigua casa palacio de la familia Álvarez de Toledo, condes de Oropesa, edificada en el siglo XVIII. Es un edificio entre medianerías, de planta cuadrada en torno a un patio central igualmente cuadrado con presencia de vegetación decorativa al que se accede por un porche sobre el que se asienta el balcón principal, último sector que sobrevive de la antigua galería corrida, que fue modificada. En posición lateral se encuentra una torre que culmina en un reloj

De la plaza sale la calle de Isabel I de Castilla, totalmente reformada, con un paseo ajardinado en el centro, que culmina con una fuente en el sector superior, mientras que en el lateral se levanta ahora el edificio moderno titulado Centro de la Luz y el Conocimiento, inaugurado a finales del año pasado; es un espacio multiusos, que sirve a la vez de museo y de propuestas visuales relacionados con las nuevas tecnologías, incluyendo una referencia muy directa a las antiguas salinas de Belinchón.

Desde la Plaza hasta la iglesia el recorrido urbano tiene un claro trazado que sobrevive de la época medieval, con una serie de calles muy estrechas como la del Hospital, Teodoro García, el Rincón del Duende (un título muy sugerente), hasta desembocar en el Carril del Calvario (no queda ningún rastro del antiguo viacrucis) que da forma, frente a la iglesia, al parque del Santo Cristo Arrodillado, con abundante vegetación, una fuente y un monolito. Hacia abajo se alcanza la zona de La Piquera, donde se encuentra un manantial y el antiguo lavadero, en un paraje ajardinado.

La iglesia, naturalmente, merece párrafo aparte. Está dedicada a San Miguel Arcángel y es una de las primeras que en la provincia recibió el reconocimiento de monumento nacional, en 1972. Como ya indiqué antes, está en un extremo del pueblo, alzada en solitario sobre la explanada de un cerro desde el que se domina una amplia perspectiva del valle cruzado por el Tajo y sus afluentes, los arroyos de la Vega y Salado. La obra del edificio actual comenzó en el año 1574, durante el obispado de Bernardo de Fresneda y corresponde estéticamente al gótico tardío y comienzos del Renacimiento. La primera traza se proyectó en una sola nave, con dos capillas y torre pero las obras, como suele ocurrir con frecuencia, se tuvieron que interrumpir lo que ocasionó serias disputas entre el obispado y el pueblo. Superados estos incidentes la obra pudo continuar, pero con una importante modificación sobre el plan primitivo, para dar lugar a tres naves, mediante la adaptación de la original estructura gótica hasta culminar a mediados del siglo XVII, ya en pleno Renacimiento.

Tiene tres puertas de entrada, dos enfrentadas en el lado norte (Puerta de la Umbría), que se usa habitualmente para el acceso al tempo y sur (Puerta del Sol), que es la principal. Ambas tienen un trazado similar, con un arco de medio punto entre pilastras lisas bajo un entablamento moldurado. En el interior consta de tres naves separadas por seis grandes columnas circulares con capiteles toscanos, lo que da lugar a un espacio de gran amplitud y belleza.

Una vez visitada la iglesia podemos volver al interior del recinto urbano, siguiendo un interesante entramado callejero, de vías estrechas y algo enrevesadas pero sumamente atractivas, que sirven para reproducir, al menos con la imaginación, la antigua estructura medieval. Por esos caminos llegamos a la Calle Mayor, más amplia que las anteriores, en la que se alinean tres edificios de evidente valor, sobre todo el central, conocido como Casa Palacio de Salazar y Palomar, un edificio entre medianerías en torno a un patio rectangular, con una elegante fachada con la puerta adintelada y dos ventanas enrejadas en la planta baja y dos balcones en la primera, donde también se sitúa un escudo en posición central, sobre la puerta.         Cerca, en la calle Rafael Vecino, hay otra casa palaciega, en la que destaca especialmente una magnífica portada apilastrada. Creo que en el interior tiene un patio lateral circundado por columnas, pero no he podido verlo.

Aunque queda poco espacio, es necesario (imprescindible, diría yo) hacer una referencia a la fiesta propia de Belinchón. El domingo siguiente al jueves de la Ascensión, se celebra la festividad del Santo Cristo Arrodillado, única y excepcional ocasión en todo el año de ver en acción a los Danzantes de Belinchón, probablemente el grupo que con más pureza ha conservado sus raíces musicales, a pesar del casi inevitable periodo de decadencia tras la guerra civil. La vestidura de los danzantes es muy llamativa y la danza, compleja, con toda probabilidad corresponde a un rito ligado a la fertilidad de los campos. Es un espectáculo que verdaderamente merece la pena contemplar.

Y como despedida de Belinchón, una curiosidad, el Paseo de las Emes, un tramo adoquinado de la antigua carretera Madrid-Castellón de 1910 convertido en paseo. Es una obra excelente y muy curiosa, incluyendo dos curvas cerradas.

 

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