LA ATREVIDA UBICACIÓN DEL DISCRETO BELMONTEJO

No hay que ser muy listos para entender que Belmontejo es un diminutivo de Belmonte, lo que de inmediato puede llevar a la deducción de que entre ambos lugares hubo algún tipo de relación o dependencia, pero lejos de tal cosa, entre ellos no hay nada en común. Ambos están muy alejados en la distancia  y tampoco hubo nunca relación histórica alguna, de manera que por ese camino no vamos a ninguna parte. Sí podemos llegar a pensar que, al igual que ocurrió con la titulación otorgada a Belmonte, también en este caso podemos interpretar que quienes lo bautizaron así pensaron en que era un pequeño espacio urbano situado sobre un bello monte. Ocurrió eso durante la repoblación cristiana del territorio inmediato a la ciudad de Cuenca, en el avance de las tropas de Alfonso VIII hacia las fortalezas de la Mancha, esto es, Alarcón y Zafra, si bien se han encontrado restos cerámicos procedentes de la época ibérica así como una pequeña necrópolis visigoda, que explica la existencia de un lugar habitado y seguramente abandonado por alguna epidemia o catástrofe natural. Llegaron pues los cristianos, lo poblaron y se repartieron las tierras, como vencedores que eran y así surgió la villa, pequeña y recogida, que andando el tiempo tuvo como señor al caballero poeta, Jorge Manrique, que probablemente nunca llegó a pisar estas calles ni estos campos. Luego fue propiedad del marqués de Cañete a cuya jurisdicción se había incorporado en 1532 por compra realizada por quien entonces era titular del marquesado, Diego Hurtado de Mendoza. Y así hasta que en tiempos nuevos se cancelaron los señoríos y el pueblo comenzó a vivir por su cuenta.

Belmontejo aparece un poco al margen de la carretera, desde donde se aprecia el perfil del recinto urbano, mientras que al otro lado del asfalto se dibuja la línea del trasvase Tajo-Segura junto a un caserío o finca agrícola, en apariencia abandonada, tras haber estado a cargo de una familia de emigrantes (rumanos, al parecer), seguramente desengañados de las posibilidades económicas del lugar y la explotación. En lo alto del camino de acceso al pueblo, la iglesia aparece dominante, encumbrada en el cerro, dando la espalda a la carretera, como si no tuviera interés en mostrar a los viajeros su presunta belleza artística. Apenas un par de centenares de metros nos introducen en Belmontejo, pasando de entrada junto a la pista polideportiva y el colegio hasta encontrar la calle del Pósito, la primera en aparecer, tras la que siguen otras rotuladas con conceptos populares, los de siempre: Barranco, las Peñas, Calvario, el Olmo, las Eras, Ermita, Parras, Pósito, la Vega... Ningún nombre rimbombante, de esos que pueblan los libros de historia. Así se ahorran tener que cambiarlos cada vez que los vientos de los acontecimientos traen cambios y hay que andar rebautizando las calles, cambiando Fulano por Mengano y viceversa.

Una de ellas, la Penosa, es hoy mucho menos áspera de lo que debió ser cuando le pusieron tan expresivo título; otra, la más amplia de todas, con una anchura que parece desproporcionada, pero que se entiende al ver el rótulo, del Barranco, corre por en medio, dividiendo el pueblo en dos hasta que se abre para dar forma a la plaza, irregular, ligeramente inclinada, como corresponde a un pueblo cuyo asentamiento topográfico se adapta a líneas nada horizontales, salvo en la parte más baja. El resto del lugar va en cuesta y de esa condición no se libra ni la plaza, cuya perspectiva domina una gran casona popular, de las llamadas antiguamente de labranza, ahora modificada por mor de los tiempos, adaptándose a nuevas necesidades residenciales. Sobrevive la elegante y sencilla portada que forma un arco de medio punto adovelado, con apoyo en pilastras laterales. La edificación, muy alargada, horizontal, cumple la función de adaptarse perfectamente al pavimento inclinado de la amplia plaza, donde ocupa lugar destacado la fuente. En lo más alto del paredón por donde surge el agua una lápida ya casi borrosa mantiene el recuerdo del alcalde Celestino Valera, por cuya iniciativa se construyó la fuente, en 1930; en la parte inferior, una línea reconoce también el trabajo del artesano que la hizo, M. Antonio Valencia

El pueblo transmite una sensación de cuidadoso aseo urbano. Es enrevesado el recorrido por las calles, una vez abandonado ese espacio céntrico dominado por la plaza. Subiendo la calle Calvario se llega a las afueras, a las partes más altas y en ellas está el secular calvario prometido por el título, en una elevación que domina el lugar de la antigua era y se aprecia bastante bien el paisaje circundante, por donde pasa renqueante el arroyo Marimota. Desde aquí, la visión amplia del entorno, con las casas agrupadas en el centro, las chimeneas humeantes, la neblina mañanera envolviendo el paisaje en una suerte de tul natural, adquiere dimensiones casi telúricas.

La iglesia está en alto, en posición excéntrica a lo que es el casco urbano. Gusta el paseo de la subida hasta llegar al cuidado entorno en que se alza la mole, sostenida por gruesos contrafuertes, instalados para evitar el amenazador desplome de los muros. Entre dos de ellos están las puertas, de buena madera tachonada con potentes herrajes y enmarcadas por unos fragmentos pétreos que el viajero interpreta son los restos de la fachada original. Que, por lo que dicen los técnicos en la materia, no estaba aquí, sino más hacia fuera, porque la iglesia debió tener tres naves, pero una de ellas, justo la que ocuparía este sector primerizo, tuvo que ser derribada por amenaza de ruina y así todo retrocedió, puertas incluidas, además de incorporarse entonces los poderosos contrafuertes. La torre, de planta cuadrada, apenas si rebasa levemente el nivel de la cubierta de la nave. Delante, en el amplio y acogedor atrio, un pino sirve de elemento de serenidad en un ambiente ya de por sí tranquilo. Por detrás del templo, el cementerio ofrece un aspecto de aséptica modernidad, con abundancia de mármoles.

De todos modos, la iglesia ha quedado para los habitantes de Belmontejo como un artículo de lujo, al que solo se llega en las grandes ocasiones. Para los días corrientes, que son casi todos, se construyó abajo una ermita sencilla, de piedra, con varios ventanales de medio punto, como la portada, y con una mínima espadaña de idéntica textura. Le llaman La Capilla y tiene a su lado un pequeño, acogedor jardín. El Ayuntamiento también es nuevo; se encuentra en un extremo del pueblo, al que se llega laboriosamente y tiene aún pocos años de vida; el antiguo fue demolido para levantar otra construcción sobre el solar resultante. Tampoco hay señal alguna visible de una antigua ermita que debió existir por aquí y de la que sobrevive solo el nombre de la calle. Dicen también que hubo un puente, de noble apariencia, romano o medieval, que pasó a mejor vida con la llegada del progreso, porque las grandes máquinas, tractores y cosechadoras, no cabían por él.

Repertorio este de las pérdidas que siempre produce un algo así como nostalgia invencible y sin arreglo, porque no hay modo de volver la vista atrás. En cambio, sí se mantiene, y con fuerza creciente, la devoción festiva a Jesús Nazareno, que aquí como en todas partes resiste incólume el avance de una sociedad descreída o, al menos, eso dicen, aunque los hechos demuestran lo contrario. Al menos, a la hora de hacer procesiones y fiestas.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

09 01 2025 ABIA DE LA OBISPALÍA, EN EL CORAZÓN DEL TERRITORIO EPISCOPAL

21 11 2024 CRISTIAN CASARES, UN ROMÁNTICO A ESCENA

28 11 2024 ANGEL MARTÍNEZ SORIANO, DE PELDAÑO EN PELDAÑO