LA ATREVIDA UBICACIÓN DEL DISCRETO BELMONTEJO
No hay que ser muy listos
para entender que Belmontejo es un diminutivo de Belmonte, lo que de inmediato
puede llevar a la deducción de que entre ambos lugares hubo algún tipo de
relación o dependencia, pero lejos de tal cosa, entre ellos no hay nada en
común. Ambos están muy alejados en la distancia
y tampoco hubo nunca relación histórica alguna, de manera que por ese
camino no vamos a ninguna parte. Sí podemos llegar a pensar que, al igual que
ocurrió con la titulación otorgada a Belmonte, también en este caso podemos
interpretar que quienes lo bautizaron así pensaron en que era un pequeño
espacio urbano situado sobre un bello monte. Ocurrió eso durante la repoblación cristiana del territorio inmediato a la ciudad de Cuenca, en el
avance de las tropas de Alfonso VIII hacia las fortalezas de
Belmontejo aparece un poco al margen de la carretera, desde donde se aprecia el perfil del recinto urbano, mientras que al otro lado del asfalto se dibuja la línea del trasvase Tajo-Segura junto a un caserío o finca agrícola, en apariencia abandonada, tras haber estado a cargo de una familia de emigrantes (rumanos, al parecer), seguramente desengañados de las posibilidades económicas del lugar y la explotación. En lo alto del camino de acceso al pueblo, la iglesia aparece dominante, encumbrada en el cerro, dando la espalda a la carretera, como si no tuviera interés en mostrar a los viajeros su presunta belleza artística. Apenas un par de centenares de metros nos introducen en Belmontejo, pasando de entrada junto a la pista polideportiva y el colegio hasta encontrar la calle del Pósito, la primera en aparecer, tras la que siguen otras rotuladas con conceptos populares, los de siempre: Barranco, las Peñas, Calvario, el Olmo, las Eras, Ermita, Parras, Pósito, la Vega... Ningún nombre rimbombante, de esos que pueblan los libros de historia. Así se ahorran tener que cambiarlos cada vez que los vientos de los acontecimientos traen cambios y hay que andar rebautizando las calles, cambiando Fulano por Mengano y viceversa.
Una de ellas, la Penosa, es hoy mucho menos áspera de lo que debió ser cuando le pusieron tan expresivo título; otra, la más amplia de todas, con una anchura que parece desproporcionada, pero que se entiende al ver el rótulo, del Barranco, corre por en medio, dividiendo el pueblo en dos hasta que se abre para dar forma a la plaza, irregular, ligeramente inclinada, como corresponde a un pueblo cuyo asentamiento topográfico se adapta a líneas nada horizontales, salvo en la parte más baja. El resto del lugar va en cuesta y de esa condición no se libra ni la plaza, cuya perspectiva domina una gran casona popular, de las llamadas antiguamente de labranza, ahora modificada por mor de los tiempos, adaptándose a nuevas necesidades residenciales. Sobrevive la elegante y sencilla portada que forma un arco de medio punto adovelado, con apoyo en pilastras laterales. La edificación, muy alargada, horizontal, cumple la función de adaptarse perfectamente al pavimento inclinado de la amplia plaza, donde ocupa lugar destacado la fuente. En lo más alto del paredón por donde surge el agua una lápida ya casi borrosa mantiene el recuerdo del alcalde Celestino Valera, por cuya iniciativa se construyó la fuente, en 1930; en la parte inferior, una línea reconoce también el trabajo del artesano que la hizo, M. Antonio Valencia
El pueblo transmite una sensación de cuidadoso aseo urbano. Es enrevesado el recorrido por las calles, una vez abandonado ese espacio céntrico dominado por la plaza. Subiendo la calle Calvario se llega a las afueras, a las partes más altas y en ellas está el secular calvario prometido por el título, en una elevación que domina el lugar de la antigua era y se aprecia bastante bien el paisaje circundante, por donde pasa renqueante el arroyo Marimota. Desde aquí, la visión amplia del entorno, con las casas agrupadas en el centro, las chimeneas humeantes, la neblina mañanera envolviendo el paisaje en una suerte de tul natural, adquiere dimensiones casi telúricas.
La iglesia está en alto, en
posición excéntrica a lo que es el casco urbano. Gusta el paseo de la subida
hasta llegar al cuidado entorno en que se alza la mole, sostenida por gruesos
contrafuertes, instalados para evitar el amenazador desplome de los muros.
Entre dos de ellos están las puertas, de buena madera tachonada con potentes
herrajes y enmarcadas por unos fragmentos pétreos que el viajero interpreta son
los restos de la fachada original. Que, por lo que dicen los técnicos en la
materia, no estaba aquí, sino más hacia fuera, porque la iglesia debió tener
tres naves, pero una de ellas, justo la que ocuparía este sector primerizo,
tuvo que ser derribada por amenaza de ruina y así todo retrocedió, puertas
incluidas, además de incorporarse entonces los poderosos contrafuertes. La
torre, de planta cuadrada, apenas si rebasa levemente el nivel de la cubierta
de la nave. Delante, en el amplio y acogedor atrio, un pino sirve de elemento
de serenidad en un ambiente ya de por sí tranquilo. Por detrás del templo, el
cementerio ofrece un aspecto de aséptica modernidad, con abundancia de
mármoles.
De
todos modos, la iglesia ha quedado para los habitantes de Belmontejo como un
artículo de lujo, al que solo se llega en las grandes ocasiones. Para los días
corrientes, que son casi todos, se construyó abajo una ermita sencilla, de
piedra, con varios ventanales de medio punto, como la portada, y con una mínima
espadaña de idéntica textura. Le llaman
Repertorio
este de las pérdidas que siempre produce un algo así como nostalgia invencible
y sin arreglo, porque no hay modo de volver la vista atrás. En cambio, sí se
mantiene, y con fuerza creciente, la devoción festiva a Jesús Nazareno, que
aquí como en todas partes resiste incólume el avance de una sociedad descreída
o, al menos, eso dicen, aunque los hechos demuestran lo contrario. Al menos, a
la hora de hacer procesiones y fiestas.
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