30 05 2020 BUENOS TIEMPOS PARA LA COMEDIA
A mal tiempo buena cara. En cómo aplicar
el viejo dicho popular a la actual situación deben estar pensando quienes se
dedican, por oficio, a crear situaciones dirigidas a entretener el ocio de los
seres humanos. Y lo deben estar haciendo, si son inteligentes -y en ese gremio
abundan- buscando las fórmulas más convenientes para encontrar el modo de
satisfacer lo que la gente espera de ellos. Dentro de unos días o pocas semanas
volverán a abrir sus puertas cines y teatros, esos recintos maravillosos donde
se crean espacios de ficción que nos transportan a otros mundos, a situaciones
inalcanzables para los seres comunes, a territorios donde la fantasía y la
imaginación campan libremente. Quienes se dedican a escribir y dar forma a esos
argumentos saben ya, de sobra, que los supervivientes de la pandemia no quieren
oír hablar de angustias, calamidades, obsesiones psíquicas, conflictos
sociales, crímenes pasionales, horrores o terrores, todo eso que se ha ido
acumulando en los últimos años. Las expectativas son otras muy diferentes y lo
dicen en comentarios verbales o en mensajes que corren ansiosos por las redes.
Se reproduce así algo que ya sucedió
cuando la Segunda Guerra Mundial dio paso a la más brillante producción de
comedias que es posible imaginar. Mientras en los campos de batalla y en las
retaguardias se vivían situaciones angustiosas, Hollywood puso en marcha su
formidable maquinaria para generar docenas de títulos que tenían como misión esencial
entretener a la gente y hacerla olvidar por un rato las calamidades de la vida,
dando origen a películas memorables que se inscriben en la lista de las mejores
de la historia.
El paradigma son dos títulos gloriosos, El gran dictador (Charles Chaplin, 1940)
y To be or not to be (Ernest
Lubitsch, 1942) que todavía en plena guerra ridiculizan la figura de Hitler y
ponen en solfa las doctrinas nazis, ayudando así a elevar la moral de los
ciudadanos. De ahí arranca un repertorio inmenso en el que brillan genialmente
títulos como Navidades en julio, Luna
nueva, Historias de Filadelfia, Los viajes de Sullivan, Ella y su secretario, El diablo dijo no, Arsénico
por compasión, La costilla de Adán, El
padre de la novia, Vacaciones en Roma,
Cómo casarse con un millonario, Un
Cadillac de oro macizo, Con faldas y a lo loco, Desayuno con diamantes, Uno,
dos, tres, que es un ejemplo excelente para poner término al repertorio (en
el que hay inscritos docenas de títulos), porque si Chaplin y Lubitsch habían
empezado burlándose del führer nazi, Wilder lo hace ridiculizando la guerra
fría que comenzaban a entablar yanquis y rusos a poco de haber concluido la
otra guerra, la caliente, la de verdad.
Títulos a los que se pueden unir los
musicales que también en esta época alcanzan su momento de esplendor, empezando
con El mago de Oz, un ejemplo de
escapismo hacia otros mundos, huyendo de la tormenta que hay en éste, y al que
siguen Serenata argentina, Bailando nace
el amor, Siguiendo mi camino, Levando
anclas, El pirata, Un día en Nueva
York, Cantando bajo la lluvia, Melodías de Broadway 1955, Los caballeros
las prefieren rubias, Siete novias para siete hermanos. Cuando aparecen
títulos como West Side Story, de
profundo sentimiento dramático, empieza otra época para los musicales, como señal
evidente de que el cine ya se ha olvidado de la necesidad de entretener sin
añadir problemas a los cotidianos. La guerra y sus secuelas se ha alejado y
toca volver a los duros temas de la realidad. Ahora, como antes, eso será
después, más tarde, dentro de mucho tiempo. Ahora es el tiempo de la comedia.
Con toda seguridad, Hollywood ya las está preparando a toda prisa. No estoy
seguro de que en España también los autores se hayan dado cuenta de lo que
espera el público que sale de la pandemia, no totalmente indemne, sino muy
tocado en sus sentimientos.
Comentarios
Publicar un comentario