28 03 2020 VIAJE A LOS MUNDOS IMAGINARIOS
Viaje a los mundos imaginarios
De todos los considerables avances que
nos ofrece nuestro mundo, personalmente el que más valoro es la capacidad de
poder viajar a prácticamente cualquier sitio y con relativa facilidad (e
incluso economía) a la mayoría de ellos. El primer gran avance de la humanidad,
desde mi punto de vista, no fue el hallazgo de la rueda o del fuego, como
suelen decirnos los libros, sino pasar de ser sedentarios a nómadas, ir de acá
para allá, cambiar de asentamiento, descubrir otros lugares, entrar en contacto
con diferentes personas, poner en juego una de nuestras mejores virtudes, la
curiosidad. Ese largo camino que pasa por todas las etapas bien conocidas nos
trae hasta estos momentos, en que con coches, trenes, aviones y barcos
encontramos la posibilidad necesaria para ir a cualquier lugar situado entre
los polos. Por eso, la perversa enfermedad que nos tiene acongojados hace ya
mucho tiempo (y lo que queda aún) añade a sus efectos inmediatos el castigarnos
con la inmovilidad casi absoluta, el encierro, el confinamiento, terrible
palabra que ha estado siempre ligada al encarcelamiento de los delincuentes.
Somos, pues, unos penados, sin que esté muy claro qué delito colectivo
hemos cometido para merecer semejante castigo, contra el que cabe, sin embargo,
un excelente remedio que, imagino, es el que también ejercen de forma cotidiana
quienes sí se encuentran en prisión debidamente condenados por legítima
autoridad. Lo oía al vuelo en una de esas tertulias radiofónicas que nos
amenizan la jornada. Contra las cuatro paredes de la habitación el mejor
ejercicio es la imaginación. Y de esa forma es posible huir de este injusto
encierro, alimentando ilusiones mientras se dirige la mirada al exterior, como
si tuviéramos delante una juvenil bola del mundo y la hiciéramos girar,
lentamente, leyendo con fruición los nombres de ciudades y países que van
pasando ante nuestros ojos, con imágenes que se multiplican por doquier, aunque
pocos, muy pocos, hemos podido pisar y visitar realmente, desde la Gran Muralla
china hasta la luminosidad de Antartida.
Me gustaría ser como Zequiel, el espíritu burlón de nuestro paisano el
licenciado Torralba y, como ellos, poder hacer un fabuloso viaje por los aires
y en un momento, desde Valladolid a Roma, para llegar a tiempo de ver cómo las
tropas del Emperador Carlos entran a saco en la ciudad eterna y desbaratan en
un pis-pas el poderío del Papa. Imagen fastuosa, felizmente recuperada por
Cervantes para que sus dos personajes, Don Quijote y Sancho, sobrevolaran
también a lomos de Clavileño entre la juerga desbocada del duque, la duquesa y
sus invitados. Por los aires también salió volando, a causa de una fortísima
tormenta, Dorothy y en su desbocado caminar se encontró con el Hombre de
Holajata y el Espantapájaros y junto con otros maravillosos personajes más
pudieron ir al encentro de El Mago de Oz. Alicia lo tuvo más fácil: solo era
preciso pasar al otro lado del espejo para encontrar el país de las maravillas.
Aunque para imaginación la de Julio Verne, que a los niños de entonces nos hizo
viajar emocionadamente a la Luna, al fondo del mar, al centro de la tierra e
incluso a hacer algo que entonces parecía imposible: dar la vuelta al mundo en
ochenta días.
Yo acaricio, mentalmente, la llegada del día en que sea posible volver a
ejercitar la maravillosa experiencia de salir a la calle y viajar a sitios muy
cercanos, aquí mismo, al lado, a través de los caminos y carreteras de esta
bellísima provincia de Cuenca, llena de incitaciones artísticas y excitaciones
paisajísticas. Porque será la señal más cierta e indiscutible de que habremos
recuperado la libertad que, como dijo también Don Quijote, es uno de los más
preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Y a las mujeres.
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