25 01 2020 EL VALOR DE LOS PEQUEÑOS DETALLES
El valor de los
pequeños detalles
Se nos
dice, desde el Ayuntamiento capitalino, que van a invertirse unos cientos de
miles de euros en lavar la cara de esta ciudad. Ciertamente: lo necesita, y
mucho. Hay un viejo dicho que corre por ahí desde hace decenios en el que se
viene a decir que los deterioros, de cualquier orden, incluso pequeños, deben
ser corregidos de inmediato para evitar que se agraven y, sobre todo, que al
coincidir con otros vayan formando una bola que engorda incontenible. Tan sabio
consejo no ha sido atendido por los responsables de la cosa municipal durante
los últimos años y así hemos llegado a la calamitosa ciudad actual, que ofrece
una imagen de cochambre generalizada, de manera que por donde quiera que uno
vaya mirando encuentra múltiples motivos para lamentar el penoso espectáculo
callejero. Actuar para remediar esa situación es una sabia medida.
Como la
noticia alienta el optimismo con la esperanza de que esa primera intervención
irá seguida de otras, me lanzo a la piscina y sugiero al actual equipo
municipal un par de cuestiones, por si no las han pensado todavía y que bien
podrían ser los pasos siguientes al que ahora se emprende. La primera de todas
es aligerar las calles de inútiles elementos que, aparte estorbar, hace
muchísimo tiempo dejaron de servir para algo. Me refiero en especial a esos
postes que presuntamente dan la hora y marcan la temperatura; estoy por
asegurar que ni uno solo de ellos cumple ninguna de esas dos obligaciones
teóricas, por lo que bien pueden ser eliminados de manera tajante, sin que
nadie los eche en falta. Medida sanitaria que bien se puede aplicar a otros
objetos igualmente innecesarios y cuya eliminación aclararía sobremanera el
aspecto general de la ciudad y sus calles.
Ya
puestos a mejorar, limpiar y actualizar, el paso siguiente podría y debería ser
el que afecta a la señalización urbana, muy especialmente a la turística. Han
pasado no se si dos o tres alcaldes desde que un antecesor del actual anunció
ese cambio, entonces ya necesario y ahora totalmente imprescindible. Una ciudad
que quiere ser un foco turístico de primer orden no puede presentarse con una
dotación que, aparte anticuada, ofrece tales niveles de deterioro que la hacen
perfectamente inservible. Modernizar el sistema de señalización, adecuarlo al
siglo en que vivimos, es tarea prioritaria que encaja perfectamente en esa idea
señalada al principio de terminar con la abundante cochambre que se extiende
por nuestras calles y que, en materia de señalización, es especialmente en el
casco antiguo.
En esa
puesta al día se podría muy bien incluir un pequeño detalle, que yo considero
tiene su importancia. No hay muchas esculturas distribuidas por el ámbito
ciudadano; me atrevo a decir que ninguna de ellas ofrece la elemental
información sobre cuál es su nombre y quien su autor, déficit que se puede
salvar con una sencilla placa adosada al pedestal. Hay gente curiosa (yo entre
ellos) que cuando va paseando por una ciudad cualquiera gusta de detenerse en
esos monumentos urbanos para saber qué representan o a qué persona ilustre se
rinde homenaje. Veamos aquí, por ejemplo, el caso del Pastor de las Huesas del
Vasallo, dominando el paisaje de la hoz del Huécar. Los paseantes forasteros no
tienen modo de adivinar qué representa esa sólida y magnífica figura, con la
que Marco Pérez quiso sintetizar los valores de la Serranía de Cuenca, pero eso
conviene explicarlo. Y lo mismo, claro, en las demás estatuas de la ciudad. Son
pequeños detalles que vendrán bien en esta operación de lavado de cara que nos
puede devolver una ciudad más limpia, más clara, más ordenada.
Comentarios
Publicar un comentario