23 11 2019 AQUELLOS POLVOS Y ESTOS LODOS
Aquellos polvos y estos lodos
Corre
libremente por las redes y los correos un manifiesto firmado en origen por
varias personas destacadas y bien conocidas en distintos ámbitos sociales y
culturales de nuestra provincia, con el que se quiere poner el acento en el ya
muy serio problema que acongoja a un territorio, el del centro de España (la
Celtiberia, podríamos decir), víctima de un terrible proceso de despoblación
que conduce a comarcas enteras a una situación de vacío humano que lleva
consigo, casi de forma inevitable, el abandono del lugar y su ingreso en el
repertorio de ruinas deshabitadas.
Casi nadie
quiere señalar con el dedo la responsabilidad directa que recae sobre los
poderes públicos que vienen rigiendo este país,
mediante una decisión fría, irracional, tomada desde las alturas, con el
firme propósito de desertizar una gran parte del territorio. Corrían los
últimos años del franquismo cuando un engendro titulado Plan de Desarrollo
Económico y Social decidió, desde la frialdad tecnocrática de los despachos,
que los 290 municipios que tenía entonces la provincia de Cuenca deberían
quedar reducidos a 101. Para ello, trazaron líneas sobre el mapa y decidieron,
como si fuera un juego infantil, este para acá, el otro para allá. Eso está
escrito y publicado. De esa forma comenzó el proceso, en la mayor parte de los
casos forzado, para llevar a cabo fusiones y absorciones que en apenas diez
años cambiaron la configuración del territorio provincial.
Pero más allá de la estricta fusión
administrativa había un propósito más perverso: lograr lo que se llamaba “la
fusión de las gentes”, es decir, el traslado real, físico, de las personas, de
un sitio a otro, del pequeño pueblo absorbido por el grande, a éste, dejando
aquel literalmente despoblado, vacío, con la desaparición ruinosa como objetivo
límite final. De hecho, decía la propaganda oficial, ya se están produciendo
casos en que los habitantes de algún núcleo pequeño que desaparece han estimado
que el mejor modo de invertir las subvenciones concedidas por el Estado es
precisamente construir viviendas en el núcleo principal y trasladarse a vivir a
él. La llegada de la democracia puso término a esta vergonzosa actuación. Desde
entonces, ya no se han producido más supresiones de municipios y, al contrario,
algunos de los obligados a la fusión han vuelto a recuperar su autonomía
funcional.
Desde el Estado, a través del
gobierno, se emprendió la alocada misión de suprimir escuelas, centros
sanitarios, estaciones de ferrocarril, líneas de autobuses, cuarteles de la
Guardia Civil, todo lo que pudiera suponer un estímulo para fijar la población.
Para rematar la faena y ahondar en lo ya realizado, llegó para nuestra
desgracia el gobierno encabezado en la Comunidad Autónoma por Dolores de
Cospedal animada por el firme empeño de terminar de arruinar lo que ya era un
desastre. Cuántas canalladas se pueden cometer en nombre de la austeridad
económica.
Encuentro,
en un viejo artículo de Carlos de la Rica (año 1977) el cuadro de la vida rural
en aquellos tiempos: “Cuando toca la campana de la iglesia siempre andan en la
puerta el médico y el veterinario, en conversación” y luego el escritor
“sorprende al maestro y los guardias del tricornio”, incorporándose a la
tertulia dominguera, que se verá enriquecida pronto con la llegada del alcalde.
Ahí, en esas pocas líneas, está la esencia de cómo era la vida social en un
pueblo cualquiera de nuestra provincia. Recuperar ese ambiente, esos servicios
públicos, es vital para que se pueda interrumpir la agonía de tantos pueblos
condenados a morir por falta de atención.
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