16 11 2019 UN VERDE ESPACIO PARA LA LIBERTAD
Un verde espacio para la libertad, la
tertulia y el amor
No
suele haber mucha gente en el jardín de El Salvador. Ni siquiera ahora, en que
una bondadosa intervención le ha dado un valioso repaso, eliminando todo lo que
el paso del tiempo (y el abandono) había ido deteriorando para devolverle un
cierto aire de dignidad que le ayuda a cumplir el importante papel que le
corresponde como único espacio verde situado en el mismo corazón del casco
antiguo de Cuenca, cuya severidad urbanística se ve aligerada por la presencia
de este mínimo pero importante enclave de vegetación, donde solo hay
arquitectura y empedrados.
Cuesta
imaginar cómo era este espacio de la ciudad hace apenas poco más de cien años.
Aquí mismo se encontraba la iglesia de San Vicente, algo más allá la de San
Esteban y casi al lado la de El Salvador, todas ellas apenas a doscientos
metros una de otra. La primera citada parece que era de considerable volumen
por lo que cuando fue derribada, ya en la segunda mitad del siglo XIX, dejó
vacío un amplio solar que, como suele ocurrir en estos casos, planteó de
inmediato la necesidad de ocuparlo con algo; en la búsqueda pasaron los años
hasta que apareció la idea genial: hacer aquí un mercado, dotación hasta ese
momento inexistente en Cuenca, lo que daba lugar a situaciones verdaderamente
estrambóticas (y, por supuesto, antihigiénicas). Pusieron manos a la obra y en
la última década del siglo ya estaba operativo el flamante mercado lo que, de
paso, llevó consigo una importante operación urbanística mediante el ensanche
de todas las calles inmediatas para facilitar el tránsito, dejándolo todo como
hoy lo vemos.
El
experimento del mercado resultó un fracaso y apenas unos años más tarde, en
1912, el Ayuntamiento decidió eliminarlo y ajardinar el paraje, dando así forma
inicial a este receptáculo verde que, interpreto por mi cuenta y sin saberlo
con exactitud, debía estar totalmente abierto, porque en 1957 se acordó su
cerramiento con una verja y ahí la tenemos. Fue una de las muchas reformas que
se han sucedido, la última este mismo año y buena falta hacía ya. Dicen que aún
no está completa, que faltan algunos detalles vinculados a la jardinería, en
espera de que llegue el tiempo propicio para hacerlo.
A
su alrededor, formando una plaza aproximadamente cuadrada, se habilita un
espacio de evidente encanto urbanístico, aunque no hay en él ningún edificio de
especial solera o brillantez. Es un ejemplo, reducido pero expresivo, de la
ciudad del siglo XIX, con una útil mezcla de viviendas que no pueden ser
calificadas de señoriales, pero que ofrecen una estructura de cierta nobleza,
amplitud y elegancia popular, adornadas muchas de ellas con florituras de
escayola en las fachadas y algunas luciendo con orgullo la fecha de su
construcción, detalle ciertamente valioso a la vez que poco frecuente en las
calles de Cuenca.
No
suele haber mucha gente en el jardín de El Salvador. Quizá, podría decirse, es
que el tiempo actual no acompaña. Sin embargo, esta misma semana que ahora
termina, en un banco de la zona más elevada, junto a la calle Capellán Moreno,
tres hombres de edad avanzada dialogaban sobre la mejor forma de salir del
atasco. Y otro día, en la zona media, en un lugar bien visible, una joven
pareja se entretenía en hacer lo que los jardines de todo el mundo han
propiciado siempre a las jóvenes parejas. Estas imágenes sueltas, aisladas,
reconfortan el ánimo. El jardín de El Salvador no es solo una llamarada de
verdor en el corazón del casco antiguo de Cuenca. También puede alentar en su
seno el cumplimiento de necesidades básicas: descansar, leer un libro, hablar
de política, acoger entusiasmos amorosos. Y todo ello, en plena libertad.
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