10 08 2019 NO HAY MAL QUE CIEN AÑOS DURE



No hay mal que cien años dure

Procuro huir de los latiguillos tópicos a los que con tanta frecuencia recurrimos los escribidores, cuando nos invade la pereza y preferimos acudir a esas frases hechas antes que buscar argumentaciones originales. Lo de aludir a las obras del Escorial como ejemplo paradigmático cuando tenemos delante unas obras que se eternizan en el tiempo, hasta el punto de que se puede llegar a pensar que no terminarán jamás, es una de esas referencias que se multiplican, cosa desde luego aplicable a la construcción del famoso aparcamiento bajo la calle Astrana Marín que ahora, por lo que parece, llega ya a su fin, con la esperada entrada en funcionamiento un día de estos.
     Tenía el Ayuntamiento entre manos el desarrollo de un plan que incluía nada menos que seis aparcamientos hábilmente distribuidos por la ciudad, con la benemérita intención de reducir el conflictivo asunto del tráfico de vehículos por el centro urbano. En aplicación de ese plan, la Junta de Gobierno Local aprobó el 13 de julio de 2010 la adjudicación a la empresa Gestión Cadalso XXI de la concesión, en régimen de obra pública, de la construcción del aparcamiento subterráneo entre las calles Astrana Marín y República Argentina, que debería incluir en superficie el patio del instituto Alfonso VIII, y la explotación posterior todo ello por un importe de 6.474.449 euros y un plazo de ejecución de once meses por lo que, según indicó el portavoz del equipo de gobierno, persona optimista donde las haya, este nuevo parking podría estar listo en algo más de un año, ofreciendo al público unas 500 plazas, la mitad en rotación. La realidad es que no un año, sino diez, han sido necesarios. Como no hay mal que cien años dure (vaya, otra vez el tópico), olvidemos el pasado y sus incontables avatares para felicitarnos por la conclusión de tan enrevesado asunto.
      La felicidad sería completa si, a la vez, tuviéramos noticias ciertas de cuál es el destino que espera a la otra mitad del considerable problema urbanístico que esta ciudad ha vivido durante el último decenio. Porque en el transcurso de ese tiempo, hemos asistido, entre estupefactos, desconcertados o asombrados al increíble espectáculo de contemplar, impotentes, el edificio del instituto Alfonso VIII, cerrado a cal y canto, mientras sus profesores, alumnos y elementos funcionales necesarios (administración, archivo, biblioteca, museo) tuvieron que buscar acomodo provisional y, desde luego, nada apropiado, en el edificio que había sido construido para ser el Instituto número 7, y que nunca llegó a entrar en servicio con esta consideración.
      La historia de este suceso urbanístico tiene sus propios matices, en parte vinculados a los del aparcamiento, pero también otros de naturaleza peculiar y, como es lógico, no pueden ser resumidos, ni siquiera brevemente, en el espacio disponible para este artículo, tal es el cúmulo de cuestiones que se han ido mezclando, incluyendo las políticas. Dejémoslo ahí para pasar a lo concreto. El Instituto Alfonso VIII fue inaugurado en 1844, siendo uno de los primeros de España en abrir sus puertas a los nuevos estudios del Bachillerato. Es, desde luego, el más antiguo de la provincia, lo que significa que ha proporcionado enseñanzas y títulos a miles de alumnos. Pero además de su dimensión educativa, ha sido un centro cultural de considerable importancia, el único que ofrecía conferencias, representaciones teatrales, conciertos, en unas décadas en que tales cosas resultaban exóticas para la ciudad. Verlo cerrado tanto tiempo, incumpliendo su principal vocación, la docente, produce una inmensa tristeza. Ahora desaparecido ya el obstáculo derivado de las obras, llega por tanto el tiempo de que vuelva a abrirse.

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