08 06 2019 LA CAÍDA DEL MURO TOLEDANO
La caída del muro toledano
Desde
que los seres humanos primitivos tuvieron conciencia de que existían peligros
amenazadores pensaron que un remedio eficaz sería el de levantar muros
alrededor de sus habitáculos. Los primeros debieron ser empalizadas de cañas o
barrotes de madera, luego llegaron los cercos de piedra, después las murallas,
con el no va más del espectáculo en la Gran Muralla China que se prolonga nada
menos que a lo largo de veinte mil kilómetros, con las que el imperio pensaba
defenderse de los belicosos mongoles y así hasta hoy, en que locos como Trump
pretenden levantar un muro de costa a costa para cortar la emigración y sin
olvidar, que no lo olvido, la cruel y espinosa barrera que en torno a Ceuta y Melilla
persigue un objetivo similar.
Todo
eso, desde luego, son obstáculos físicos, de piedra, madera, alambres o
espinas, pero no hace falta recurrir a materiales concretos. Se puede organizar
una férrea barrera solo con las ideas y las palabras. Durante los últimos
cuatro años, el grupo gobernante del Ayuntamiento de Cuenca, que ahora prepara
ya las maletas, ha estado esgrimiendo de manera constante, sin motivos
concretos, una permanente y negativa labor de obstrucción hacia cualquier cosa
que pudiera llegar de Toledo, y no por la ciudad toledana, lógicamente, sino
por lo que ella significa como sede del gobierno regional, origen de todos los
males, foco de las incontables desgracias que nos acongojan, germen de la
consabida marginación histórica con que los hados vienen castigando a nuestra
desdichada ciudad. Lo peor, incluso lo más llamativo, es que ese mensaje
destructor, negacionista, ha conseguido calar en no pocos ciudadanos
conquenses, convencidos de que las cosas van mal no por culpa del mediocre e incompetente
equipo de gobierno que ahora cesa, sino porque, efectivamente hay un maligno
monstruo asentado en los sótanos de Fuensalida cuyo principal objetivo es dañar
a la inocente ciudad de Cuenca.
A
estas alturas, en vísperas del cambio en los estrados municipales, cabe
preguntar qué éxitos, qué beneficios se han obtenido con esa permanente
animadversión sostenida con singular empeño desde el Ayuntamiento de Cuenca
contra la Junta de Comunidades. Y nos podemos preguntar qué pretenden los
nuevos dirigentes del PP cuando ya adelantan su voluntad de mantener esa misma
línea obstruccionista con el burdo intento de convencer al líder de Cuenca nos
Une de que no lleve adelante la idea que ha mantenido en toda la campaña:
colaborar con el gobierno regional, cualquiera que sea su signo. Al parecer, no
han aprendido nada. No se han enterado de que el electorado no solo ha
censurado severamente su forma de no gestionar las cosas cotidianas de esta
ciudad sino también lo ha hecho a favor de recuperar las vías de comunicación y
entendimiento con el gobierno regional, sabedores todos de que por ahí se
pueden obtener resultados positivos para Cuenca. Desde luego, muchos más de los
que son posibles con el enfrentamiento permanente.
En
nuestra época, el símbolo más expresivo de esos intentos de separar ideas y
hechos, de levantar barreras que impidan la comunicación, ha sido el muro de
Berlín, cuya caída celebramos todos tan alegremente. Con la misma esperanza
podemos mirar ahora hacia el futuro inmediato. Por supuesto, la otra parte
asume una enorme responsabilidad también, pero eso ya lo saben y deberán actuar
de manera que, una vez caído el muro separador, sea posible recuperar todas
esas palabras maravillosas (entendimiento, colaboración, empatía) que marcan la
capacidad de los seres humanos para actuar con sensatez y prudencia. Buena
falta nos hace.
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