25 05 2019 LAS ELECCIONES NO ALTERAN EL RITMO DE LA NATURALEZA
Las elecciones no alteran el rito de
la naturaleza
Ayer
estuve en un pequeño pueblo de la Mancha conquense para comprobar algunas cosas
de su contenido urbano y patrimonial. Las calles estaban vacías; apenas si pude
pegar la hebra con un par de personas, en busca de la orientación precisa para
encontrar lo que quería ver. El silencio imperante apenas si se quebraba por el
ruido monótono de una máquina trabajando en la entrada del Ayuntamiento, para
hacerlo accesible, me pareció entender, y por el sistemático repiqueteo del
reloj de la iglesia dando las horas. Ni una pancarta, ni un altavoz, ni un
candidato plantado en la esquina de la plaza ofreciendo la fórmula mágica para
mejorar la vida de sus vecinos y evitar la despoblación que avanza imparable.
En ese rincón, nada, al menos en apariencia, venía a alterar la tranquilidad de
la vida cotidiana ni se apreciaba en parte alguna la existencia de ninguna
preocupación, grande o pequeña y menos aún se podía percibir la conciencia
colectiva de que algo importante para el lugar podría ocurrir en los próximos
días. La autovía pasa a escasos metros pero eso no parece haber alterado las
costumbres.
Hay
cierta tendencia en algunos autores a calificar como “hecho histórico”
cualquier cosa que sucede en determinado momento; lo dicen, incluso, antes de
que la cosa en cuestión haya tenido lugar, ejerciendo de oráculos proféticos
dotados de la conveniente dosis de adivinación para aventurar que el presente
en el que estamos inmersos puede alcanzar, tal como prevén, esa dosis de
importancia que permitirá incluirlo en el libro de la historia. La experiencia
nos demuestra que una inmensa mayoría de esos sucesos en apariencia
trascendentes quedarán difuminados por la realidad de los acontecimientos, tan
pronto aparezcan otros con fuerza mayor que hagan olvidar a los otros sin
piedad alguna hacia su presunta importancia.
Vivimos
días históricos, nos dicen, estos en que nos encontramos con esta sucesión de
campañas electorales, abrumadoras, cansinas, necesarias quizá de las que,
cabría esperar, saldrá un tiempo de sosegada calma. Naturalmente, esto que
acabo de escribir es solo un deseo bienintencionado: nada hay en el futuro
inmediato (y ahora soy yo el que hace de oráculo) que nos permita creer en
semejante bondad. El nivel de crispación existente, la fórmula habitual de
descalificar al otro, empleada de modo generalizado, la palabrería constante
que surge de ocurrencias impulsivas y raramente de meditaciones razonadas, no
ayuda a contemplar el horizonte futuro con el ánimo optimista que sería
deseable. Y me temo que lo que pase mañana, con la última apelación (por ahora)
a las urnas, no va a traer el remedio conveniente.
Y
sin embargo, el mundo, este planeta desconcertante, convulso, contradictorio,
sigue dando vueltas de acuerdo a las leyes de la rotación y traslación, tal
como fueron establecidas en su origen, sin que las amenazadoras catástrofes que
de vez en cuando escenifica alguna película o serie televisiva hayan encontrado
nunca confirmación ni es previsible que tal cosa pueda suceder. Se suceden las
estaciones y los ciclos naturales con la misma fijeza, aunque con puntualidad
algo alterada, eso es cierto, y con algunas intemperancias climáticas (un frío
espantoso sucede en pocas horas a una época de bonanza, incluso de calor),
quizá para confirmar con los hechos que el amenazante cambio climático es una
realidad que se deja sentir ya. El cereal despunta en los campos, los árboles
de hojas caducas han recuperado ya toda su vigencia, en los armarios se
preparan los bañadores porque la hora de la playa y las piscinas se acerca.
Todo sigue igual, cumpliendo el rito establecido. En los pueblos pequeños lo
saben.
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