23 02 2019 LIMPIEZA VEGETAL, SIN CONTEMPLACIONES
Limpieza vegetal, sin contemplaciones
Me
sorprende el colectivo, unánime silencio sobre la intensa operación arboricida
que se está desarrollando en las riberas del Júcar, aproximadamente entre las
antiguas Huertas de la Alameda y el Bosque de Acero. No se interpretar si ese
silencio se debe a que existe unanimidad general sobre la conveniencia de tal
intervención vegetal o si en esta ciudad hemos alcanzado un completo nivel de
indiferencia y apatía que nos lleva a aceptar todo por las buenas y sin
discusión.
Este
silencio actual contradice actitudes anteriores, todavía no lejanas en el
tiempo. Recuerdo, por ejemplo, cuando mi amigo José Ángel García se encadenó,
literalmente hablando, a un chopo situado delante de su casa, que iba a ser
talado para hacer una rotonda; recuerdo, igualmente, el movimiento ciudadano en
repulsa por otra tala, en este caso de varios árboles frondosos, en la calle
Aguirre, en la acera de la Diputación; y recuerdo, sobre todo, la amplísima,
extendida, polémica cuando un Ayuntamiento insensato (¿alguno no lo es?)
concibió nada menos que construir un aparcamiento subterráneo debajo del parque
de San Julián, ocasión memorable de movilización ciudadana que consiguió dar al
traste con semejante disparate. Situaciones, y otras más que podrían mencionarse,
en contraste con la conformidad de ahora.
La
operación la lleva a cabo la Confederación Hidrográfica del Júcar, con la
benemérita intención de aplicar un proceso de regeneración ambiental en las
riberas del Júcar y del Moscas, lo que empieza por talar un buen número de
árboles en esa zona (dos mil van ya, según me dicen), acusados de un pecado
imperdonable: no son autóctonos de nuestra tierra, señalando sobre todo el dedo
acusador a los chopos canadienses. Sorprende esta discriminación en los tiempos
que corren en que todo anda mezclado y en amistosa confraternización, sin
distinciones de razas, religiones u orientación sexual, pero al parecer en el
mundo de la botánica sí se estima conveniente mantener la pureza de especies no
contaminadas. Espero que ese criterio no se aplique a otras zonas de la ciudad
en que viven tranquilamente castaños de Indias, palmeras africanas, cedros del
Líbano, platanales tropicales y otras especies venidas del ancho y variado
mundo y que por su pecado migratorio podrían ser condenadas a desaparecer.
Para
consolarnos de la pérdida, se nos anuncia un panorama feliz para el tiempo
futuro, con la replantación ordenada de vegetación bendecida por su carácter
autóctono, como chopos, sauces y fresnos. Si eso va acompañado de otras medidas
complementarias y, para mi gusto, mucho más importantes, como aplicar una
intensa labor de limpieza de brozas vegetales y porquerías varias en el propio
cauce del río, miel sobre hojuelas porque ahí mismo, en la zona en que se está
trabajando, da grima asomarse a la ribera del Júcar y ver su penoso estado de
suciedad y abandono. Y ya que estamos en faenas de regeneración ambiental,
puesto que están ahí las máquinas y los operarios, podrían entrar a saco en el
infausto (e inútil) carril bici y arramblar con él para dejar expedita la
acera.
Con todo
ello quiero decir que me parece de perlas cualquier operación
urbanístico-vegetal que permita a la ciudadanía disfrutar de espacios verdes,
amables y limpios. Ahora estamos en la fase destructiva. Falta por ver cómo y
cuando se emprende la otra, la que importa de verdad, la que permita, en algún
momento, transformar las desangeladas riberas del Júcar (y su afluente, el
Moscas) en un ambiente abierto al ocio, el paseo y el disfrute del ocio, en
esta ciudad-paisaje tan próxima a la naturaleza.
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